28 noviembre 2006

XVII

Cap.VII

El Infierno


El embarazo llegaba a su fín.

Trece días antes de a fecha prevista para el parto, se decidió practicar una cesárea a Leire: el bebé continuaba “atravesado”... y si bien algunos médicos insistían en que podía cambiar de posición en el ultimo momento, Leire estaba de acuerdo con la decisión de su ginecólogo de adelantar el nacimiento: Así tendría una fecha segura y Chemo podría asistir.

Ingresó un día de noviembre para dar a luz al día siguiente.
Había, previamente, solicitado epidural; y es que no quería perderse el nacimiento de su hijo por nada del mundo.

Poco después de las diez de la mañana, tranquila, ya anestesiada y con un aporte suplementario de oxígeno para ella y su bebé, Leire era presentada a Dani:

Una criatura perfecta, con sus 53 centímetros y 3.600 gramos.
Leire no supo qué decir: mil sentimientos la sacudieron en un segundo y la dejaron incapaz de articular una palabra… solo logró decir: “qué grande eres, cariño”.

Dani se la quedó mirando son sus inmensos y rasgados ojos, en silencio y con expresión de susto, pero sin derramar una sola lágrima.
No fue hasta que le retiraron para hacerle las pruebas neonatales, cuando Leire escuchó por vez primera el llanto de su niño.

Tras unas horas interminables y dolorosísimas en reanimación, Leire ocupó de nuevo su cama en el Materno. Al día siguiente le entregaron a Dani.
Leire preguntó- por decir algo, a las enfermeras- qué tal se había portado su bebé esas veinticuatro horas en la incubadora: y éstas contestaron, con cara de pocos amigos: “no creas… no muy bien”.
Digamos que la respuesta no dejó muy buen ánimo en Leire… pero pronto la olvidó para concentrarse en su pequeño.

Dani era un bebé hermoso: sonrosado, en absoluto “arrugado” y, francamente guapo. Leire le contaba los deditos de las manos y de los pies y le miraba los gestos, entre admirada de haber sido capaz de tener un bebé y asustada por la responsabilidad y el cambio que Dani imprimía a su vida.

Pero no hubo mucho tiempo para pensar: Dani lloraba a todas horas y siempre parecía molesto.
Leire estaba sola y se las veía y deseaba para tomar al bebé entre sus brazos, atada como estaba por una vía a un trasto con ruedas lleno de bolsas y tubos.
Y es que el padre de Leire había sido operado pocos días antes de su enfermedad; y la madre no podía separarse de su lado: la operación había sido compleja y de nefastos resultados, al haber sido realizada por un equipo médico con escasa o nula preparación.
Así pues, durante la semana que Leire estuvo ingresada junto a su bebé, apenas pudo contar más de una visita de sus padres.

Los padres de Chemo les visitaron en una sola ocasión… y nada dijeron sobre el recién nacido nieto: ni guapo, ni feo, ni gracioso, ni alto, ni gordo… nada. Ni una palabra.

En cuanto a Chemo… Leire envidiaba a sus compañeras de cuarto: sus maridos se quedaban con ellas todo el día y parte de la noche. Mientras Chemo batía récord el día que se quedaba más de una hora.

El día que les dieron el alta, Leire se llevó uno de sus mayores disgustos de su vida de casada: Chemo anunció que no podía esperar ni media hora a que les dieran el parte médico y llevarles a casa. Se marchaba; y ya se irían su esposa e hijo con sus tíos, en un taxi.
Leire soñaba con el momento en que los tres, su familia, entrarían en casa… y tantas cosas que se le derrumbaron de un plumazo.

Así pues, Leire tomó a su bebé y le llevó a su nuevo hogar en taxi. Junto a los tíos de Chemo, y una decena de tiestos y centros florales, regalos de su familia, de los tíos de Chemo, de las amigas…; porque de Chemo y los padres de éste no recibió ni una sencilla margarita… ni un simple, pero reconfortante, “gracias”.
Nada.

Mientras Leire se dolía en el taxi con estos pensamientos, Chemo debía encontrarse ya bien lejos… en todos los sentidos.

Y Leire, sola con Dani, nerviosa ante su primer baño, sus primeros cuidados… pero feliz de saberle ya ahí, en su casa, en su cunita.

Dani se reveló, desde el primer momento, insomne total: no había forma de dormirle, ni de día ni de noche.
Y voraz: Leire le alimentó al pecho durante seis meses, durante los que terminó espaciando las tomas tan solo una hora y media.
Dani se esforzaba por gritar cada vez más alto, de forma que, a los dos meses de su nacimiento, estaba afónico. Leire lloraba y le preguntaba al pediatra que debía hacer para que el bebé recuperase la voz… y es que la angustiaba contemplar su carita de sorpresa e impotencia mientras abría la boca y se percataba de que no emitía sonido alguno.
El pediatra se esforzaba por aguantar la risa y tan sólo “recomendaba” que Dani no gritase más.

A pesar de no dormir y pasarse el día y la noche gritando, Dani crecía y engordaba muy bien… en proporción inversa su madre, quien a los cuarenta días, en la revisión ginecológica preceptiva, dejó asombrado a su médico, al comprobar éste que había perdido ya los once kilos del embarazo más cuatro “suyos”. Quince kilos perdió, pues, Leire en cuarenta días.
Cuando una vecina que había dado a luz un mes antes que ella le preguntó cómo hacía para "conservar el tipo", Leire le comentó sin más: “no poder comer, no poder dormir y tener que pasarse todo el día en pie, de paseo o meciendo al bebé. Es fácil”

Y es que, salvo los fines de semana, que llegaba Chemo, Leire sólo tenía compañía en las visitas que a diario hacía con Dani a casa de sus padres.

Sus suegros acudieron una vez a verles... y la instaron a que llevase el bebé a su casa. Pero Leire vivía en la otra punta de la ciudad y, además, sus suegros vivían en un cuarto piso sin ascensor… Leire les preguntaba cómo se las arreglaba para subir cochecito y bebé hasta allá arriba… además no había portero a quien pedir ayuda y Chemo no estaba. Como no le ofrecieron facilidad ni ayuda de ningún tipo, Leire decidió que llevarían al bebé cuando estuviera Chemo, y así cargarían entre los dos a Dani y su cochecito.

Los tíos de Chemo se portaron por aquéllos días como debían haberse portado los padres de aquél: como unos abuelos; y asi se lo hizo saber Leire, agradeciéndoles sus visitas y los caldos que la tía de Chemo le llevaba para ayudarla a recuperarse de la cesárea.

Tan sólo hubo con los tíos de Chemo un punto de frncción. Y es que , en una ocasión, ante los sempiternos gritos de Dani, la tía de Chemo quiso calmar al bebé diciéndole:

.- “claro, hijo, claro… es mamá, que es mala; qué mala es mamá, ¿eh hijo?”

Leire saltó como una pantera al oir estas palabras y le pidió a su “medio-suegra” que, por favor, nunca volviera a decirle, bajo ninguna circunstancia, a Dani que su mamá era “mala”.

No sé si exageró… Leire a los pocos minutos ya estaba arrepentida del “salto” y pedía perdón. Por las formas, no por el contenido.

Como era Leire quien alimentaba a Dani, Chemo no se levanataba de la cana… ni aún para calmar al chiquillo. Lo cierto es que no eran pocas las mañanas en que Leire, rota de cansancio, escuchaba con incredulidad decir a Chemo:

.- “Qué bien se ha portado Dani esta noche, ¿verdad?. No ha llorado ni una sola vez”

.- Sí… -replicaba Leire- ha sido buenísimo: Sólo me he levantado a calmarle cada media hora, en toda la noche.

Esos fines de semana en los que por fín veía Leire a su pequeña familia al completo, apenas le quedaba tiempo entre asear y alimentar al bebé, planchar, limpiar la casa, hacer la comida y la compra y lo que surgiera… mientras Chemo seguía sin prestar atención a esas cosas llamadas “aspirador” o “plancha” o siquiera caer en la cuenta de lo agradecida que Leire se sentiría sin tan sólo hiciese la cama de vez en cuando.

Lo cierto es que Chemo ni siquiera miraba a su hijo.

A los dos meses, Dani fue diagnosticado por su pediatra de hiperactividad. Informó a Leire de que estos chiquillos solían ser muy inteligentes, pero… a Leire le esperaba una vida muy dura.

Leire se ocupó de las rabietas, de las noches sin sueño de ambos; de un granuloma umbilical que, bajo supervisión del pediatra, se encargó ella misma de ir extirpando; de una tremendo eczema de pañal que dejaba el culito de Dani en carne viva… y la casa llena de pañales de algodón secando, sin que el niño mejorara, siquiera con un tubito de pomada casi agotado que el padre de Chemo le entregó y que Leire, ya desesperada y sumamente suspicaz a la cortisona que recetaba el pediatra, probó con Dani.

Al mes de nacer, Dani se sostenía perfectamente y erguía bien tiesa su cabecita, de manera que Leire lo tomaba en brazos, ponía música y bailaban juntos por el salón de casa hasta conseguir que Dani dejase de gritar… por unos minutos.

A los dos meses, Dani regurgitaba la leche: un problemilla de píloro. Por ello el pediatra aconsejó que permaneciera sentado la mayor parte del día, hasta que comenzase a ingerir papillas y el problema se fuera resolviendo por sí solo.
A Leire le daba pena verle tan chiquitín, sentadito en la hamaquita… pero no había otro remedio.

Un día, estaba Chemo leyendo el periódico, sentado en “su” sillón, y Dani sentado en su hamaquita, a un metro de su padre.
Leire pasaba, cargada de ropa para planchar, y sorprendió una expresión de tristeza en su bebé quien, en aquél momento, contemplaba al padre.
Comprendió que Dani se encontraba solo en compañía de su padre, y así se lo hizo saber a éste:

.- Chemo… por favor… mira con qué carita de tristeza te está mirando tu hijo…

.- ¿Y qué quieres que haga?- replicó Chemo-

.- Pues no sé… puedes, por ejemplo, seguir leyendo el periódico, pero sentado a su lado, tomándole de la manita y, de vez en cuando, le lees algo en voz alta... –aventuró Leire-

.- ¿Para qué?- protestó Chemo- ¡Si no se entera de nada!.

.- Vamos a ver, Chemo- intentó razonar Leire- puedes llamar a un bebé “cebollino” con voz dulce y afectuosa, que aunque él no se entera de que le estás insultando, porque no comprende las palabras, sí comprende perfectamente el tono. Cualquier cosa que le digas con ternura él la captará: sabrá que estás pendiente de él y que le quieres.

Ante las protestas de Chemo, Leire hizo gala de su más gélida ironía:

.- “Chemo: tienes un hijo, No un mando a distancia.

Y se fue de la habitación, absolutamente indignada ante el despego de Chemo con su hijo.

Tiempo después, cuando Dani tenía alrededor de año y medio y Leire, preocupada como toda madre primeriza, aún seguía algunas noches levantándose sólo para comprobar que el niño se encontraba bien, se descubrió pensando en catástrofes y accidentes y sintiendo, ante el sólo pensamiento, que no viviría un minuto más que su hijo, si algo le pasara a éste…
Quiso Leire compartir su angustia con Chemo y le dijo:

.- ¿Sabes?... a veces me vuelve loca la angustia de pensar que a Dani pudiera pasarle algo. Estoy segura de que moriría si algo grave sucediese.

.- No tendrías que preocuparte de morir, Leire-aseguró Chemo- te mataría yo.

Leire, sorprendida y asustada de estas palabras, miró con atención la grave expresión de Chemo… y supo que sentía y cumpliría todas y cada una de sus palabras. Y un escalofrío le corrió por la espalda hasta la nuca.

Tiempo después, ya viviendo sola con su hijo, Leire tuvo tres ocasiones, al menos, de comprobar sus propias fuerzas y temple:

Por dos veces Dani, cumplidos ya los dos años, se atragantó con una galletita. Leire, estremecida de pánico pero firme, tomó a Dani por los pies y le colocó cabeza abajo, mientras le daba palmadas en la espalda hasta hacerle expulsar la galleta… y explicarle, una vez pasado el susto, que su mamina no le estaba pegando, sino ayudándole a sacar la galleta y a respirar.
La última vez que Dani se iba asfixiando con una patata frita, ya con cerca de cuatro años, Leire se colocó tras su espalda y le abrazó con fuerza el pecho, presionando rítmicamente hasta que el niño consiguió vomitar la patata que le cerraba la respiración.

Jamás Había pasado Leire tanto miedo en su vida, jamás… en una ocasión sola en casa con el niño; las otras dos, en casa de sus padres. Mientras el rostro del niño pasaba del color rojo al morado y la madre de Leire gritaba y lloraba que el crío se asfixiaba, Leire conseguía mostrarse fría y calmada para auxiliar a su hijo.
Luego, cuando todo había pasado, Leire abandonaba despacito y con discreción el cuarto, y se encerraba en el baño a llorar la angustia y el miedo…

Cuantas veces hubo, después, de llevar a su hijo a urgencias, pues durante cuatro años llegaba siempre enfermo después de pasar con su padre un fín de semana.
Y esguinces cada dospor tres... no tenía medida ni consciencia del peligrolo…

En cuanto a las salidas a solas( puesto que, una vez casados, Leire se vio arrastrada por Chemo junto a las compañías de éste) desaparecieron totalmente: el nacimiento de Dani no iba a ser una excepción... nada de “canguros” y nada de salir los tres juntos.
Si el tiempo lo permitía (el meteorológico y el de las tomas de Dani) había que salir con los amigos de Chemo o ir a casa de los padres de éste.

Las salidas nocturnas eran cosa exclusiva de Chemo. Leire se quedaba en casa con Dani, por "mandato" de Chemo.

También se negaba Chemo a pagar una ayuda a Leire para las tareas de casa. De modo que tuvo que pagar ella misma y de sus ahorros a una señora que la ayudase un par de horas al día, mientras ella se ocupaba de Dani.
La prestación por maternidad del Colegio de Abogados fue el último dinero que Leire percibió por su trabajo.
Aún estando de baja por maternidad y sin percibir un solo céntimo desde ese último verano anterior al nacimiento de Dani, Leire costeó todo lo necesario para su bebé: a excepción de la cunita, regalo de su madre, y de la cuna de viaje, regalo de su suegra, Leire mantuvo sola a su hijo: ropa, bañera, moisés, cochecito, medicinas, aseo, pañales… todo.
Y todo por partida doble, puesto que viajaban a El Centro los fines de semana y no podían cargar con todo lo necesario para el bebé, de forma que Leire hizo el gasto por duplicado, para que a Dani no le faltase nada en ambas casas... y por no oir las contínuas protestas de Chemo por la carga que llevaba el coche.
Chemo no compró para Dani siquiera unos patucos…
Leire se vio apenas sin dinero, entre la compra de la casa de El Centro, las obras, los muebles… y lo necesario para atender a Dani. Por si fuera poco, Chemo se había acostumbrado a pedir a Leire que sacase el billetero en cualquier ocasión: almuerzos con los amigos, electrodomésticos que se estropeaban…
Y es que cada quién tenía sus propios ahorros, dineros y tarjetas de crédito desde el inicio de su matrimonio y la separación de bienes, salvo la cuenta en común que habían abierto para los gastos de la casa de Chemo, en la que comenzaron su vida matrimonial. Pero siempre, por una u otra cosa, terminaba Leire sufragando cualquier gasto con sus ahorros.

En una ocasión, durante los primeros meses del embarazo de Leire, se estropeó la caldera de la casa de El Centro, y comenzó a derramar gasoil a chorros… nada más bajar del coche y encenderla para caldear la casa. La hermana de Leire, que se hallaba con ellos para pasar ese fín de semana, intentó limpiar con una fregona, mientras Leire se encerraba en un cuarto y llamaba a su cuñado médico para preguntarle si podía ser tóxico para el bebé. Su cuñado le aconsejó que abriera las ventanas y se encerrara lo más lejos osible de aquél olor a gasoil, puesto que los efluvios podían afectar al niño.

Mientras Chemo y la hermana de Leire luchaban contra la caldera y llegaba el técnico, Leire permanecía en la habitación rehaciendo maletas, pues con semejante escape debían regresar a El Norte.

Pasado el tiempo, su hermana le comentó algo que la había asombrado:

Cuando el técnico de la caldera terminó de repararla y exhibió una escandalosa factura (alrededor de cincuenta mil de las antigüas pesetas)
Chemo le pidió a la hermana de Leire que abriera el bolso de ésta y sacara de allí el dinero.

La hermana sabía, por otras salidas con Leire y Chemo, que ésta terminaba siempre pagando las cuentas, pues Chemo decía no llevar “suelto”… pero de ahí a comprobar que también las cosas de la casa las pagaba en exclusiva Leire… la dejó bastante perpleja. Pero no quiso disgustar a su hermana y jamás le comentó nada del asunto, hasta pasado mucho tiempo.

Y lo cierto es que nunca supo la familia de Chemo “quiénes” eran los Reyes Magos:

Cuando Leire salía a comprar los regalos para su familia e instaba a Chemo a que hiciese lo propio, éste argüía tener mucho tiempo aún por delante. Al final, el tiempo se terminaba y Leire, a la carrera, terminaba con el “·encargo” de Chemo de comprar regalos para los padres, los tíos, la abuela, el hermano, la cuñada y las dos sobrinas.
Leire pensaba, buscaba, compraba y pagaba... sin que Chemo tuviera siquiera el detalle de ofrecerse a reintegrarle a Leire el importe de las compra o- lo que es peor- dejándola sola con el devaneo de sesos, por buscar regalos que agradasen a todos y cada uno de los miembros de la familia de Chemo.

Al mes de nacer Dani, Leire se vio esquivando las patas de los camellos en plena cabalgata de Reyes, y corriendo detrás de su marido que se empeñaba en que “aún había tiempo para comprar los regalos” de su familia. Ese año se juró a sí misma Leire que nunca más se vería en las mismas.

De modo que, salvo las últimas Navidades que pasaron juntos, los Reyes Magos de la familia de Chemo fueron de Leire en exclusiva. Y la familia de Chemo jamás lo supo. Como jamás supieron que Leire era el “pajarito” que siempre ponía el teléfono a Chemo en la mano con el aviso de tal o cual onomástica.

Y si lo supieron, jamás se lo hicieron saber a Leire.


Tampoco supo nunca Leire en qué gastaba Chemo su salario… salvo lo que entonces estaba a la vista: en cenas y salidas nocturnascon los amigos, mientras ella se quedaba sola con Dani, en casa.
Los padres de Leire no podían entender ese “despego” y desinterés de su hija por la situación económica de su marido, mientras éste conocía hasta las declaraciones de la renta de ella.
No había misterio en la postura de Leire: confiaba en su marido y le amaba. No le hacían falta averiguaciones ni preguntas: estaba plenamente convencida, sin pensarlo siquiera, de que si un día ella no pudiera trabajar y se viera sin medios propios, Chemo se ocuparía de ella y el niño.

Y... pagaría cara la confianza depositada en su esposo.

27 noviembre 2006

En Huelga (de momento)

Huelga de "monólogos". Fdo: Junio "Wilde"

Pd: para dar la vuelta y marcharse a casita, el botón "volver atrás"... que, por cierto, es gratis:como todo (por si acaso no toca nadie aquí... porque crea que le cobran algo, jajajjaja

26 noviembre 2006

XVI

Cap.VII

El Principo del Fin


Leire llevaba una semana esperando, cuando decidió acudir a la farmacia.


Desilusión: allí no había ninguna rayita rosada.

A los quince días, sin novedades, decidió probar de nuevo, el fín de semana, sobre todo porque estaba Chemo en casa.
Algo le decía que “esta vez, sí”.


Apenas durmió en toda la noche y, por no despertar a su esposo, dejó pasar con impaciencia infinita las horas. Hasta que a las seis de la madrugada, ya no pudo más:

Le temblaban las manos cuando escrutó el bastón; y no pudo contenerse cuando encontró la ansiada rayita de color pastel.

.- ¡¡ CHEMO, CHEMOOOOOOOO!!. ¡¡“Estamos EMBARAZADOOOOOS”!!

A todo esto, debían de ser dignos de espectáculo circense los botes que, de pie sobre la cama, daba Leire mientras anunciaba a su esposo, medio dormido, la buena nueva.

.- ¡¡Chemo, despierta!!, ¿lo has oído? ¡¡Mira: mira el bastón!!

La respuesta de Chemo podía haber sido la misma de un iceberg ártico, si hablasen:

.- Ya, ya… vale… ¿y no podías decírmelo a otra hora?, ¡que son las seis de la mañana!

Leire pensó rápidamente que ese no podía ser el hombre que llevaba insistiendo más de un año sobre el tema; que la había abrumado con libros sobre inseminación artificial; cuya familia la había presionado tanto que había estado muy a punto de la obsesión y la paranoia; el mismo que la había instado a pasar por el quirófano…


¡Pero era tan feliz!, tan dichosamente feliz, que se fue a la terraza, a respirar el aire del nuevo día, sintiendo que aspiraba por dos, para dos, sintiendo una ternura infinita…
Mientras Chemo daba media vuelta en la cama y dormía de nuevo.

Mucho tuvo que luchar Leire para que Chemo la acompañase a las ecografías de su bebé: Leire no quería que su marido se perdiese nada de lo relacionado con su hijo… y qué mejor forma de empezar a amarle que ver su figurilla en las ecografías. Y es que Leire amaba ya tanto a su hijo que deseaba que Chemo sintiese lo mismo que ella.
Chemo acudía a casi todas las citas, bien es cierto que con cierto aire de fastidio porque, según él, “los hombres no van a estas cosas”. Pero A Leire le daba igual, con tal de que la acompañara.
Con cuatro meses de embarazo, pudieron ver la perfectamente moldeada cabecita de su hijo, y algo más: un varón.
En el álbum de fotos del niño, están hoy día todas las ecografías que le realizaron a su madre.

Leire se sentía estupendamente. Quitando un pequeño sangrado, sin importancia, al principio del embarazo, todo iba bien: nada de náuseas, ni antojos o malestar de ninguna clase.
Tantos deseos tenía de conocer a su hijo que, en sueños se le presentaba: un bebé muy “largo”, rubito y delgado, Leire, al recordar por la mañana esas “fotos” de su subconsciente, pensaba: “este hijo mío nunca será precisamente gordo”.
Por supuesto, su rostro al nacer ya le era perfectamente conocido.

Leire acudía puntualmente a su trabajo, a los Juzgados y a donde hiciese falta, aunque rezaba por no tener que desplazarse en su coche, pues en ese estado comenzaba a tener prevención por todo lo que pudiera dañar a su bebé.

Aunque su médico le aconsejó que si sentía ganas muy fuertes de fumar (Leire fumaba más de dos paquetes diarios en el despacho), no las reprimiera, Y Leire se esforzó por el bienestar de su hijo y apenas (porque algún cigarrillo sí fumó) fumó en todo el embarazo y la lactancia.
Se le aconsejó tomar un huevo (cocido, frito, en tortilla, como fuese) al día, por ser la yema fuente de oligoelementos importantísimos para su bebé. Y así lo hizo, junto a medidas propias como tomar más verdura, comer algo de carne (a Leire nunca le gustó la carne.. hasta arcadas le daba prepararla), aumentar el consumo de fruta y líquidos (sobre todo cerveza, por lo del ácido fólico… eso sí: sin alcohol. A Leire ni le gusta el alcohol ni lo tolera su metabolismo) caminar… de hecho no padeció ni diabetes gestacional; ni necesitó aporte extra de hierro hasta el octavo mes de embarazo. Todo perfecto. Salvo por las pesadillas que soñaba acerca de Chemo:

El inconsciente de Leire parecía estar siempre preparado para proporcionarle información sobre los problemas con los que se acostaba o cualquier situación a la que le hubiera dado más de una vuelta en su mente a lo largo del día. Muchas veces, Leire reconocía y recordaba esa valiosísima información. Pero, durante el embarazo ( ni ella misma se explicaba por qué, como no fuera por el loco trastoque que sus hormonas despertaban en todo el cuerpo) los sueños eran más vívidos y mayor su capacidad para recordarlos al detalle). Y Chemo los protagonizaba prácticamente todos: hacíendo el amor con una y otra desconocida.
Leire, atrapada en el sueño, intentaba hacer gritar al dolor que sentía ante semejantes escenas; y despertaba pataleando, manoteando las sábanas e intentando abrir paso en su garganta a un desesperado “¡no, no, no!”.
A la mañana siguiente, Leire comentaba a Chemo su noche de pesadilla y él reía de lo absurdo de los sueños de su esposa.

Con el tiempo Leire comprendió que esas infidelidades en sus sueños no eran sino el aviso de una gran deslealtad.

En agosto, estando de vacaciones con su marido en casa de los padres de éste (tercer año de casados que Chemo se negaba a pasar algún tiempo con la familia de Leire) comenzó a encontrarse mal:
Estaba en su sexto mes de embarazo y el bebé ya venía con el aviso ginecológico de “feto grande”. Por otra parte, durante todo el embarazo, el bebé se había “puesto cómodo”: los pies en un riñón de su madre y la cabeza en el otro… completamente atravesado.

Las molestias se fueron convirtiendo en dolor y Leire le comentó a su marido que se encontraba lo suficientemente mal como para no seguir las vacaciones… necesitaba regresar a casa. Y se encontraba tan asustada… ni siquiera tenía a su madre cerca (mejor dicho, sí: a cuatro kilómetros, pero no podía estar con ella, por la exigencia de Chemo de pasar los veranos completos con su familia).
Las visitas de una hora no le servían de mucho a Leire, que ansiaba estar con su madre en esos momentos en los que, a su suegra, lo más cariñoso que se le ocurría era decirle “¡Anda, cabrona!·” (y es que Leire, por mucho que se esforzaba, no era capaz de encontrarle el “gusto” a esas expresiones)

La noticia del regreso adelantado no sentó muy bien a la familia de Chemo pero, por una vez, Leire hizo oidos sordos. Cada día se encontraba peor.

En septiembre, se reincorporaba Chemo a su antigüo trabajo en El Centro, y Leire se vio sola y acudiendo a duras penas a su trabajo, hasta que no pudo más y hubo de dejarlo, esperando recuperarse con el paso de los días.

Pero no fue así:

Leire temía que un mal movimiento hubiera dañado a su bebé o a ella. Porque, además de su trabajo en el despacho, ocho horas al día, hacía la limpieza de su casa aún estando embarazada y cargaba con la compra y todas las tareas del hogar… Chemo fregaba los platos alguna noche… pero jamás supo lo que eran la plancha o la aspiradora o siquiera hacer la cama.

Leire estaba asustada: las noches se hacían eternas… hasta las siete de la mañana no lograba rendirla el cansancio, noche tras noche, día tras día…

Los dolores eran tales que no la dejaban siquiera moverse y hasta el aseo diario era una tortura: ni aún podía subir las piernas hasta el borde la bañera.
Llegó un momento en que no podía apenas caminar, porque el dolor, desde la cadera hasta el dedo meñique de cada pie, era tan intenso que pasaba las noches y los días en agonía. A veces deseando morir y al instante, arrepintiéndose de pensar semejante cosa: se aseguraba a sí misma que pasaría pronto y dejaría de sufrir. Su bebé nacería pronto y se acabaría el dolor.

Los fines de semana, para no “molestar” a Chemo, Leire abandonaba la cama y se mudaba al sofá. Al menos su esposo podría dormir y ella llorar a solas, como cada noche desde que comenzó aquél sufrimiento de dolor.

En el comienzo del sétimo mes de embarazo, Leire no pudo más y pidió a su ginecólogo que la ingresase. El dolor no cedía y ella estaba muy asustada. Además, comenzaba a perder la sensibilidad en las manos y las piernas.

No muy convencido, su médico ordenó el ingreso.
Leire permaneció en el hospital una semana y, durante ese tiempo, recibió la visita de sus padres y también de los tíos de Chemo: éste, en su trabajo en El Centro, sólo acudió a verla una vez.
Yy los padres de Chemo, brillaron por su ausencia.

A los cuatro días de su ingreso, ningún médico había visitado aún a Leire.

La cuarta noche, sitió un revuelo de camillas en el pasillo y la puerta de su
Habitación se abrió en tromba. Alguien corrió la cortina que separaba su cama de la gemela y, oculta tras la sábana de separación, Leire escuchó voces apresuradas:

.- ¡¡Ponle la vía, rápido!!

.- ¡¡¿Pero dónde se la cojo?!!. ¡Tiene los venas destrozadas, aquí no hay forma!!!

.- ¡Qué sé yo!. ¡Prueba en una pierna!

.- ¡Más sangre!. Hay que hacer cultivos y saber de dónde procede la fiebre.¡Cuélgale entre tanto un suero y tal antibiótico!. ¡Se nos va, se nos va!…

Durante ni sabe cuánto tiempo, Leire escuchó horrorizada los esfuerzos de los médicos por estabilizar a la paciente de la cama de al lado. Al fín, casi de madrugada, todos se fueron y quedó a solas con su compañera de cuarto, a la que apenas escuchaba respirar.

Leire tomó una decisión y salió del cuarto, en dirección al mostrador de las enfermeras:

.- Buenas noches, perdonen… -se dirigió a las enfermeras de guardia- Deseo el alta voluntaria. Verán: han pasado cuatro días desde que ingresé y aún no ha venido ningún médico a visitarme. Además, la paciente que ha ingresado esta noche en mi habitación…

Las enfermeras se apresuraron a comentar que la paciente de al lado era una toxicómana muy conocida de ese servicio, pero que no era “peligrosa”. Tan sólo debía Leire guardarse de mostrar alguna joya o dinero y no pasaría nada.

“No entienden nada”, pensó Leire:

.- Miren-intentó explicar- Lo que me asusta no es que sea toxicómana o que pueda robarme el camisón. El problema es que estoy embarazada de siete meses y esa chica ha llegado con una fiebre altísima y una infección tremenda, a causa de no se sabe qué.
Me asusta que pueda ser algo vírico y pueda contagiarme y, por ende, a mi bebé. Por eso, y porque llevo aquí cuatro días sin que me hayan hecho una sola prueba, es por lo que quiero el alta.

Previamente, Leire había llamado a Chemo y le había explicado lo que estaba pasando: Chemo no estaba conforme con la decisión de irse del hospital de su esposa, pero dijo que a la mañana siguiente la iría a buscar si todo seguía como ella le contaba.

Entre la negativa de Chemo a sacarla de allí esa misma noche y los intentos de las enfermeras por quitarle importancia al miedo de Leire, se quedó allí también esa noche.

Las enfermeras debieron comentar el episodio con el ginecólogo; y esa misma mañana se presentó una profesional de rehabilitación a hacerle unas pruebas: pasó una aguja por los dedos de las manos, los brazos, los dedos de los pies y las piernas de Leire… y descubrieron que sufría parestesias en las extremidades.
Leire no podía sentir las agujas.
Esa tarde la llamaron a consulta con el ginecólogo, y Leire avisó a Chemo, por si podía estar presente.
El ginecólogo les informó de que los síntomas no eran gestacionales. Era algo al margen del embarazo y tenía todos los visos de ser esclerosis múltiple… Leire debía someterse inmediatamente a exámenes médicos más exhaustivos: placas lumbares y pruebas nucleares. Si continuaba ingresada, se las efectuarían sobre la marcha, en caso contrario podría tardar más de un año en tener acceso a las pruebas.

Leire lo meditó un momento y decidió pedir el alta: si estaba tan enferma, nada arreglaría por hacerse las pruebas en ese momento y, en cambio, podía perjudicar a su bebé irremisiblemente. Por nada del mundo quería que nada pudiese dañar a su hijo.

Leire volvió al sofá y a las noches iterminables de agonía. Los médicos la aconsejaron tomar medio anti-inflamatorio cuando ya no aguantase más el dolor, pero Leire decidió que eso no le haría efecto y, por tanto, aguantaría sin tomar nada. Por la salud de su bebé.

La madre de Leire, preocupadísima por el estado de su hija, le pidió que no se quedase sola (ya que, durante la semana, Chemo trabajaba y vivía en El Centro) y fuese a vivir con ella. Durante unos días, Leire aceptó pero, entre las obras colindantes a la casa de sus padres, con excavación y explosivos incluídos, que hacían retumbar hasta el suelo de la casa, y que veía a su madre levantarse noche tras noche para comprobar como estaba y procurarle toda la comodidad que estaba en su mano ofrecerle... pensó que no podían seguir así… ni por el ruido, que podía afectar a su bebé, ni por la preocupación que su estado generaba en su madre, quien ya tenía bastante con la enfermedad del padre de Leire, de la que, en días, sería operado.

De modo que Leire volvió a la casa de su esposo.

Una vez que dio a luz, y en una visita que hizo al traumatólogo, amigo de sus padres, éste le confesó que la había visto en la calle en una ocasión: ella salía del coche de su marido… iban al cine, y Chemo tuvo que ayudarla a salir del vehículo porque apenas podía moverse sin sentirse morir de dolor. Leire le había visto en esa ocasión pero... hacía tiempo, desde que empezó el dolor, que no tenía humor ni para saludar… además se encontraba mal pensando en la pena que debían dar sus doloridos movimientos y su tremenda barriga de siete meses.
El amigo y médico le dijo que no se había atrevido a acercarse a ellos porque, al principio, se dedicó a observar sus toscos movimientos con ojos de profesional; y luego se sintió tan preocupado por lo que vio que le había asustado la posibilidad de acercarse a saludar, preguntar y enterarse de algo funesto.

Lo cierto es que Leire se encontró mejor en el último mes de embarazo, aunque las piernas le fallaban, como si se rompieran repentinamente: al subir un escalón o dar el siguiente paso. Aún después de dar a luz, subía dos escalones y se encontraba, repentinamente, en el suelo.

Sigue desconociendo que le sucedió; y los episodios de dolor se repiten esporádicamente, aunque ahora puede tomar un anti-inflamatorio para poder descansar.

En esos meses se encontraba Leire demasiado sumergida en sus oleadas de dolor y angustia como para meditar en la indiferencia de Chemo sobre su estado.
Es en la actualidad cuando, siempre la perspectiva del tiempo y la memoria, percibe con claridad la actitud de aquél.

Y es que, tiempo después, supo Leire, primero por su amiga Irma y su marido, a quienes Chemo se había confesado y, más tarde por él mismo, que había dejado de quererla durante el embarazo… Chemo sostuvo el engaño durante dos años y medio.

25 noviembre 2006

XV

CAP. VI

Un Bebé que no llega...


Tres años llevaban casados Leire y Chemo y el bebé no parecía tener prisa por engendrarse.
Leire no se preocupaba: viendo sólo a Chemo los fines de semana, le parecía que las posibilidades eran menores que en otra pareja que se viese día a día. Ya sucedería.

Entre tanto, Leire disfrutaba: de su trabajo, del tiempo que pasaba junto a su esposo y de los viajes de fín de semana a El Centro (aunque dedicara más tiempo a la vigilancia de las obras y la limpieza de su nueva casa que a otra cosa).

En El Centro, le fue presentada por Chemo tanta gente que apenas conseguía recordar los nombres; gentes procedentes de todos los puntos del país y del extranjero.
A Leire le encantaba este ambiente cosmopolita; y bailar en los pubs de la ciudad, pasearse por la plaza del Ayuntamiento… adoraba y adora esta ciudad.
Las cenas, las comidas con los amigos de su esposo, estaban a la orden del día en esos fines de semana. Leire disfrutaba de ellos, aún cuando, casi siempre, le tocase pagar copas y cena porque Chemo nunca llevaba dinero encima.

Este era un aspecto que siempre llamó la atención de los padres de Leire: ella nunca supo siquiera de forma aproximada la cuantía del salario de su marido, ni el dinero que tenía ahorrado (salvo la cuenta corriente conjunta para los gastos de la casa que ambos habían abierto al casarse) mientras Chemo lo sabía todo de Leire.
El hermano de Chemo se encargaba de efectuar la liquidación de sus respectivos impuestos, y Leire se limitaba a firmar la suya.

Las juergas con los amigos se alternaban con visitas a aquélla parte de la familia de Chemo que residía en un pueblo cercano.

Leire seguía siendo feliz.

Cada vez que podían reunir unos días, planeaban un viaje; y así visitaron sitios como Atenas, que fascinó a Leire (profunda admiradora de las culturas clásicas). El viaje a Grecia fue también abonado en su totalidad por Leire. Aún conserva la factura en su poder por resistirse a dejar de añorary soñar en esos días.

Acompañando a Chemo en un viaje profesional (Chemo insistía en que no se molestara, pues se iba a aburrir mucho) Leire pudo visitar la tierra de sus padres: El Sur.
Adorable en lo poco que recordaba de su niñez (un verano) y en lo que se le descubrió.

Si bien, efectivamente, se encontró desplazada entre las señoras de los compañeros de profesión de Chemo, se las arregló para escapar de las excursiones organizadas y vagar a su aire por todos los rincones… cuántas horas pasó en aquéllos días respirando el azul del mar y del cielo e imaginando cómo habrían pisado esas calles sus padres.

Las excursiones en autobús a los pueblos cercanos sí se hicieron para Leire más que pesadas… decepcionantes:
Era “la esposa de “ y por ese simple hecho, sin que nadie le hiciera la menor pregunta sobre sus aficiones o su trabajo, se la relegó al mutismo.
Chemo ni siquiera parecía percatarse, enredado en conversaciones sobre su especialidad profesional, disfrutando de una suerte de estrellato, entre atropelladas preguntas y respuestas.

Leire, entristecida, no ya por la indiferencia mostrada por las compañías de su esposo sino por lo que a ella le pareció más grave, la indiferencia de Chemo, terminó por acurrucarse a solas en un asiento vacío del autobús; deseando poder obtener en un instante el don de la invisibilidad.

Se le hicieron bastante cuesta arriba cenas, almuerzos y copas con esos compañeros de profesión de Chemo y sus esposas. No sabía por qué, pero a pocas personas pudo contactar tras las mínimas frases de cortesía… le pareció un mundo tan superficial y absurdamente "estirado"… que decidió que ese sería el último viaje de trabajo en el que acompañaría a Chemo.

Y Chemo, al ser informado de ello por Leire, pareció aliviado.

Aún así y separados constantemente por los viajes de Chemo, Leire seguía viviendo en la séptima nube.

Chemo comenzó a obsesionarse con el tema de los hijos.
Y su familia no dejaba pasar ocasión para preguntar que qué hacían, que si no querían tener niños. Hasta que las preguntas ya fueron directamente a Leire, quien hubo de jurarles, prácticamente, que jamás había puesto impedimento alguno a los bebés.
Un día tras otro, el mismo tema de conversación y toda la familia aunada en el tema, de forma que Leire se dio cuenta, llegado un momento, de que se estaba obsesionando.
Pensó que asi no habría forma de quedarse embarazada y había de tranquilizarse y dejar de pensar en bebés y en los apremios de la familia política.

La gota que colmó el vaso de la paciencia de Leire se produjo el día en que su madre la llamó por teléfono, muy preocupada, para decirle que habían estado allí de visita los consuegros:

.- “Leire… no te lo vas a creer. Pero Lina me ha instado a que te lleve al ginecólogo para que vea por qué no puedes tener hijos”

…. ......

.- Y ¿no les has dicho que eso es asunto mío y de Chemo y que por qué voy a tener yo la “culpa”?

.- Sí hija. Exactamente eso le he dicho. Que os dejen tranquilos, que ya llegará y que si tenéis que haceros pruebas, lo lógico es que se las haga él primero, que son más fáciles e indoloras-

.- Gracias, mami… si es que no me lo puedo creer…

Después de aguantar durante un tiempo las indirectas en forma de regalo de Chemo ("Guía de los futuros padres", "Aspectos de la inseminación artificial", "La fecundación in-vitro") Leire le comunicó a su marido que no estaba dispuesta a seguir sufriendo y, menos aún, a someterse a ningún proceso de fecundación, para pasarse los meses escuadriñando un “predictor” y llorando porque no salía la rayita rosa. Que bastante la estaban ya obsesionando..

De manera que Chemo decidió que se harían las pruebas de fertilidad, empezando por él mismo.

Las suyas salieron relativamente bien, no para tirar cohetes, pero suficientes. De manera que le recordó a Leire que ahora le tocaba a ella.

Fue a un ginecólogo que ella se pagó, y que la ingresó en un hospital privado cuarenta y ocho horas (otra factura para Leire) para efectuarle una serie de pruebas de quirófano... y descubrir que todo en ella era de lo más normal.

Lo cierto es que, justo al mes, a las seis de la mañana, sola en el baño mientras Chemo dormía, Leire veía teñirse de un suave rosa la ventanita del “Predictor

22 noviembre 2006

XIV.- De Suegras, Ex-novias y anónimos


Así las cosas, Chemo regresó a su trabajo en El Centro, y Leire se encontró de nuevo sola.


En El Centro, ya conocía Leire a muchas personas, toda vez que- siendo novios- Chemo la había invitado pasar allí algunos días.

Había acudido, alguna que otra vez y en compañía de su hermana, a la casa que los padres de Chemo, naturales de la provincia, tenían allí.


Chemo comenzó a convencer a Leire de la conveniencia de comprar algo para ellos dos, con el dinero que Leire había ahorrado. Le sugirió que, lo más probable, es que terminaran ambos viviendo allí, de forma que, puestos a invertir el dinero de Leire, la mejor elección sería una casa en esa ciudad.
Y es que Chemo parecía no estar a gusto en la casa de sus padres, imaginaba Leire que por razones de intimidad.


Así fue como los fines de semana se desplazaban allí para mirar y elegir.


Finalmente, encontraron en venta un chalet precioso, a las afueras de la ciudad: casi cuatrocientos metros cuadrados repartidos entre dos plantas, sótano y ático.


Leire se enamoró de la casa. Y decidieron comprarla.
Se la habían ofrecido a muy buen precio; y los padres de Leire la ayudaron económicamente para poder adquirirla sin hipotecas ni préstamos.
Gracias al dinero ahorrado y a la generosísima ayuda de su familia, Leire compró su primera casa.

Los fines de semana volaron entre contratistas, presupuestos, obras, tareas de limpieza…
Chemo quiso construir un enorme mesón en el sótano de la casa: una cocina rústica que serviría para ofrecer un montón de fiestas a amigos y familiares de Chemo.
Leire se limitó a los armarios, de los que la casa andaba ciertamente escasa.


Chemo pagó las obras del mesón, que resultó fabuloso, y aún quedaba espacio para los dos coches y la moto de Chemo; y para una mesa de billar que le regalaron unos amigos.


Muebles, cortinas, accesorios, limpieza… Leire se ocupó de arreglar, buscar, contratar, pagar e instalar todo.


También acondicionó el ático-completamente desnudo- para que Chemo tuviera allí su despacho, biblioteca y hasta un baño completo y un dormitorio, por si se quedaba a trabajar hasta tarde y deseaba echarse un rato a descansar. Un sofá y una mesa baja, haciendo las veces de pequeña sala de reuniones... y una biblioteca de obra, siguiendo los desniveles del techo y pintada en blanco, como las puertas del dormitorio, el baño y el armario que Leire diseñó para ocupar un gran hueco sobre la escalera, contrastaban con el rojo inglés que eligió para las paredes del ático: luz, alegría y dinamismo fueron el resultado.

Y es que Chemo pasaba largas horas- tras su jornada laboral- sentado al ordenador, escribiendo libros relativos a la disciplina en que consistía su profesión.
Escribía deprisa y con seguridad, sin apenas correcciones, de forma que sus libros, solo o al alimón con otro compañero, salían al mercado profesional como churros.


Todos sus amigos se preguntaban de dónde sacaba el tiempo para hacerlo todo. Y es que Chemo sacrificaba la compañía de Leire para escribir. Pero Leire sabía que ese trabajo hacía feliz a su marido.

Por semana, sin Chemo, Leire seguía dedicada a su trabajo.

Le preguntaban si no le daba miedo dormir sola. Y no… Leire nunca sintió miedo, como tampoco supo nunca, por ejemplo, lo que eran los celos. Sin más.... esos temores no existían para ella.

Ni aún sintió miedo cuando comenzaron las llamadas anónimas vía teléfono:
Se producían siempre entre semana, cuando su marido no se hallaba en casa y entre las nueve y diez de la noche; dejaban a Leire decir tres o cuatro veces, “Diga, diga” y colgaban o esperaban en silencio a que colgara ella entre jaculatorias.

Prácticamente todos los días.


Más adelante se fueron haciendo peligrosas: llamaban de madrugada y siempre preguntando “por el anuncio”. Cosas como “si ahí es la señora casada y sin hijos que lo hace gratis”; “el travesti del periódico”, etc, etc.
Leire comenzó a pasar el tiempo del café en su trabajo escuadriñando las secciones de contactos de los diarios. Y encontrando, efectivamente, su teléfono con las susodichas “reseñas”.


Se lo comentó a Chemo porque, pasen las llamadas de quien nada dice, pero no el ver su número de teléfono “ofreciendo servicios” en los contactos del periódico.


Pero Chemo no le dio importancia. Hasta el día en que sonó el teléfono- de madrugada- estando él en casa: y comprobó por sí mismo que alguien al otro lado no respondía.


Curiosamente, ahí cesaron las llamadas.

No es que Leire- como explicaba anteriormente-, tuviera miedo... pero sí aprensión, pensando que alguien que la conocía quería hacerla daño en esa forma.

Para colmo, comenzó a darse cuenta de que le faltaba la ropa en casa: la de su marido… pantalones, camisas, pijamas... cosas que ella le había comprado; y zapatos… y hasta toallas y ropa de casa.


Pensó que, entre unas cosas y otras, debía estar enloqueciendo... aunque lo cierto era que las cosas seguían desapareciendo.

Hasta que dio con la clave: su suegra...


Como Lina tenía las llaves de la casa, entraba y salía como Pedro por su idem cuando la pareja se ausentaba. E iba recogiendo ropa: “estas sábanas, porque no las necesitáis; este pantalón de Chemo y el pijama y las mudas y esta camisa, para que tenga algo curioso que ponerse”.

Etc, etc ...


Aunque estallaba de indignación, Leire sólo se atrevió a pedirle que, por favor, si entraba en casa y se llevaba algo, se lo comunicara para no volverse loca buscando.


Aún asi, seguía entrando y cuando, por ejemplo, se iban durante los fines de semana de invierno a la casa de El Centro, se veían con que aquélla en la que vivian se había quedado congelada durante el fín de semana: los padres de Chemo habían “dado una vuelta” y decidido que no se gastaba calefacción mientras no estuvieran los chicos.
Y si la calefacción la hubieran pagado los padres de Chemo, habría sido una cierta excusa: Pero Chemo y Leire habían abierto, desde su boda, una cuenta corriente conjunta, en la que ambos ingresaban cada mes la misma cantidad, para atender a todos los gastos conjuntos y domiciliaciones.

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Leire perseguía a su marido con recordatorios familiares: “llama a tu madre, que es su cumpleaños”, “llama a tus padres para decirles que ya has llegado”, porque Chemo era un tanto olvidadizo para estos temas y de los que dejaban para más tarde la tarea de llamar para avisar de que había regresado sano y salvo de un viaje.
Leire hubo de convertirse en su Pepito Grillo y, salvo ella y Chemo, nadie en la familia de éste lo supo nunca.

Leire no hacía más que notar comportamientos extraños a su alrededor: una celebración familiar en la que todo el mundo comía lo mismo y, finalizado el almuerzo, su suegra llamaba por teléfono para contarle a su hijo que estaba vomitando.


Leire y Chemo hablaban con los demás y todos se encontraban bien. Hasta que Lina terminaba por "confesar" que algo se le había torcido ese día y por eso había vomitado.

En otra ocasión, Leire recibió una llamada de teléfono de su suegro:

Después de charlar un rato, le preguntó cómo se encontraba Lina y el hombre le dijo:

.- “Ahí la tienes, llorando por todas las esquinas y diciendo que se ha quedado sin hijo”.


Leire se sintió ofendida y le comentó a su suegro, para que lo trasladara a Lina, que su propia madre sí había perdido una hija, porque estaba muerta. Que a su suegra sólo se le había casado el hijo quien, por ende, iba a verles o a comer todos los días y que se pensase muy seriamente si no era una barbaridad lo que estaba haciendo.


Un día le propuso Chemo a Leire ir a visitar a sus padres a la casa que éstos tenían en un pueblo de veraneo. Leire, ese día, se encontraba con una crisis asmática y pensando en inyectarse una cortisona para salir de trance.

Se lo dijo a Chemo, pero éste insistió en ir.
A rastras, se metió Leire en el coche y se dejó llevar hasta el pueblo. La comida fue para ella un tormento y apenas podía tragar entre los esfuerzos por respirar y las lágrimas que le cerraban la garganta.
Cuando al fín terminó la comida, Chemo y Leire se despidieron para volver a casa; pero Lina les instó mil veces a que se quedaran a dormir.

Ni Chemo lo había pensado, ni Leire podía más… sólo quería volver a casa y buscar un inhalador.

No hicieron más que abrir la puerta de casa y ya sonaba el teléfono: era Lina, quien aseguraba, de nuevo, haber comido algo en mal estado, porque estaba vomitando... para luego “aclarar” que vomitaba porque los chicos no habían querido quedarse a dormir en el pueblo.

Así las cosas, Leire le propuso a Chemo que hablara seriamente con su madre, consciente de que tenía un problema psicosomático que pudiera llegar a convertirse un día en una auténtica enfermedad.
Pero ahí quedó todo.

Los padres de Chemo eran propietarios de su casa en El Norte, y en el piso inmediatamente superior vivían los tíos.
También poseían una casa en El Centro y otra en el Pueblo, para las vacaciones, además de varios locales comerciales y otros de garaje. Al padre de Chemo le gustaba conducir y pasaban el año viajando entre sus casas.
Los padres de Leire tenían una casa de vacaciones en un pueblo cercano a la de los padres de Chemo: tan sólo distaban unos tres kilómetros, más o menos.
Leire veraneó todos sus años de casada, hasta el nacimiento de su hijo, en la casa de sus suegros. Tres años.
No tuvo manera de convencer a Chemo de que pasara al menos una semana en cada de los padres de Leire, porque él aducía que se estaba mejor con la familia, a lo que Leire replicaba el consabido “¿es que yo nací de una col?”.


Así que, durante tres veranos, Leire no pisó la casa de sus padres.


El único aspecto en el que Lire pudo oponerse e imponerse a su fagocitante familia política, fue en el de las celebraciones de Navidad: Chemo escogía la Nochebuena para estar con los suyos y cuando llegaba el Año Viejo, argüía que sus padres estarían solos ese día y que por qué no iban a pasar la fiesta con ellos.

Leire estuvo a punto de montar en cólera (cosa para la que hacía falta fastidiarla muy mucho) y le decía que allá él, que un trato era un trato y las fiestas eran a medias.

Que nunca eran a medias. Porque en casa de los padres de Chemo se celebraba hasta el siete de julio: entre los amigos de Chemo llegó a haber pitorreo generalizado con eso de las “celebraciones familiares”, porque no había fín de semana que no se montara una comida por lo que fuese.

Asfixiante.

De hecho, uno de esos días que Leire hacía limpieza general y vaciaba armarios y cajones, encontró unas cartas. Pensando con ternura que eran las que ella le había escrito a Chemo y él guardaba, las tomó y las fue repasando.

Pues no:


El primer folio que leyó no era suyo. Era de una ex- novia, concretamente aquella chica que veraneaba en el pueblo de sus padres. Leire estuvo a punto de dejarla y hacer como si nada, pero le extrañaba que al cabo de tanto tiempo (y teniendo en cuenta que tuvo que decirle a Chemo, una vez casados, que ya parecía hora de quitar del salón la foto de él con su ex) conservara ese tipo de cartas.
Así que se sacudió la prudencia y los prejuicios y la leyó:


Era una carta de pretendida reconciliación: al parecer Chemo y ella ya habían roto y la chica le exponía sus razones sobre lo que fuese que versase la última y definitiva riña.

En la carta, la chica le decía que no era verdad que no le gustase su familia, sólo que se sentía agobiada y devorada por tanto acontecimiento familiar y esa especie de obsesiva y compulsiva pretensión de “unión” entre sus miembros.

Le pedía perdón por si inconscientemente le había hecho daño e insistía en que ella no tenía nada en contra de su familia.


Más o menos, esto fue lo que sacó en conclusión Leire de la carta.

Y se sintió aliviada, pensando que una anterior relación tenía el mismo sentimiento agobiante que ella respecto de las relaciones familiares de Chemo.

Desde entonces, pese a que nunca la conoció bien, Leire puede sentir lo que debió de sentir esa chica durante el noviazgo y ruptura... y siente una gran simpatía hacia ella.

Hoy día está casada, tiene niños y es feliz... y Leire se alegra por ella.

Chemo le contaba que su ex nunca había querido a su familia.

Y Leire nunca se atrevió a confesarle que había leído la carta y que a quien creía era a la ex, no a él. Aunque sólo fuera por propia experiencia.

XIII

Cap V

Recién casados

“Nada alimenta mejor que el amor. Y los amantes bien saben que las horas pasan de largo sin más saciedad y nutriente que el de los besos sobre la piel.

Quizás por satisfacer el hambre del alma, nos tomamos de la mano para conducirnos mutuamente a la gran sala donde sueña el piano.

Descubierto el cobertor de la tapa, tiemblan las teclas al frío de la madrugada: Improvisaciones para infundir la calidez de los dedos a cuatro manos. Ella descansa sobre mis piernas, su espalda contra mi pecho.

Veinte dedos van hilando y enamorando notas: cortejadas, renuentes, rendidas, vencidas, guerreras, conquistadoras, cazadoras y presas.

Suben y bajan las escalas, febriles. Y ella arde en las mejillas, prendiendo antorchas a cada fibra de mi ser... Libero mis manos del teclado para exordizar su cintura mientras ella es poseída por no sé si el ángel o el diablo que habitan entre las teclas.

Caminos de seda crujiente y blanca blonda hacia los corchetes del corpiño; en caída libre a las jarreteras que sujetan, abrigan y ornan sus piernas.

La fiebre lleva mis dedos y boca a ss pulsos; y me dejo embriagar por la absenta de sus cabellos, libres por mi mano de sus carceleros. Almizcla en sus arterias pulsantes, caballos desbocados en ese corazón que atrapo bajo el hueco de mi mano hasta hallar las notas más agudas en los rosados botones de sus senos”.


(Leire)


De vuelta tras la luna de miel, ambos se reincorporaron a sus respectivos trabajos. Y la convivencia siguió como el noviazgo: separados por quinientos kilómetros.


La familia de Leire le apuntaba la conveniencia de dejarlo todo e irse a vivir con Chemo: se les hacía "extraordinaria" una convivencia de sólo fines de semana.


Pero Leire había pagado un precio tan alto por lograr sus sueños profesionales, que se resistía a renunciar. Amaba a Chemo y deseaba más que nada vivir cada día, cada instante, junto a él… pero no sabía cómo conciliarlo con su trabajo.


Alguien le ofreció la solución a Chemo: un cambio de gobierno en la autonomía dejaba vacantes muchos puestos políticos; y a Chemo se le ofreció uno de gran responsabilidad. El no lo dudó dos veces y aceptó: no sólo podrían estar juntos, sino que era un paso de gigante en su carrera profesional.


Aquella oportunidad fue para Leire como continuar la luna de miel. Se despedían por la mañana, camino de sus respectivos trabajos, sitos prácticamente al lado el uno del otro, y se reunían para el descanso de mediodía.
Por regla general, Chemo almorzaba fuera de casa, pues eran numerosas las invitaciones que llevaba anejas el cargo; por otra parte, Chemo no ejaba pasar un día sin visitar a sus padres y tíos, de forma que, si no tenía compromisos, almorzaba con ellos.
Así Leire aprovechaba también para visitar a sus padres y comer con ellos.

A las ocho de la tarde, ella salía corriendo del trabajo para encontrar abierta alguna tienda de comestibles, hacer la compra y preparar la cena.


La limpieza e su nuevo hogar la hacía or las noches y solía dejar la plancha para los fines de semana. Así le quedaba tiempo para charlar con Chemo, ver juntos la tele un rato, leer, coser y cuanto se terciase.

La vida era fabulosa: el hombre que amaba, la familia, el trabajo… todo estaba allí, y en orden.
Compraba camisas, zapatos, ropa interior, pijamas, etc, para Chemo, sin importarle el gasto, porque eran sus regalos para él-presumido, pero poco pendiente de su vestimenta, si eso significaba tener que ir a las tiendas-.


Habían decidido al fín otorgar capitulaciones, en orden a separar sus bienes, pues Chemo aventuró que un cargo político, como el que ocupaba en ese momento, podía traer problemas en el futuro; y si sucedía cualquier cosa, al menos los bienes de Leire se encontrarían a salvo de las responsabilidades de su marido.
Leire no tenía nada, salvo su cuenta de ahorro, pues dada la negativa de Chemo a que se comprase un piso, había decidido dejar crecer ese dinero.
Y como no dependía económicamente de su marido, le pareció que se mostraba muy considerado al pensar en fel uturo bienestar de su esposa. De manera que accedió y, por encargo de Chemo, siempre ocupado, acudió a la Notaría a para arreglar el tema.



Jamás pasó por la cabeza de Leire que, en caso de necesidad, su marido le negara ayuda. Pecó de ingenuidad y exceso de buena fe.

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Leire perdió, entre tanto ypor completo, el contacto con sus amigas, siempre llevada por Chemo junto a los suyos: comidas familiares casi cada fín de semana, y cenas con los amigos de aquél... cada vez pasaban menos tiempo solos.


Los viajes por semana de Chemo, se le hacían a Leire muy cuesta arriba: saber que no le vería en tres días esa semana, lo mismo que la anterior y, probablemente, la siguiente, conseguía que se le escaparan las lágrimas.
Chemo decía no querer verla triste, porque él se ponía triste también; y prometía volver cuanto antes… pero ella nunca se acostumbró a las ausencias de su marido.


Y la vida seguía... con nuevas soprpresas:

Un día, sucedió algo que impactó a Leire: estaban reunidos con los amigos de Chemo, discutiendo no se sabe qué, y Leire intervino con su opinión al respecto: Chemo la recriminó diciendo que se callara; que ella no tenía ni idea de lo que se hablaba.

Leire guardó silencio y esperó a llegar a casa.
Una vez allí, cuando Chemo se hubo sentado en su sillón favorito, se puso en pie delante de él y le dijo con mucha calma:


.- Nunca. Nunca más vuelvas a decirme ni en privado ni mucho menos en público lo que sé y no sé, lo que deba o no opinar y pensar. ¿Me explico?

Chemo pareció sorprendido, pero asintió, sin más. No obstante, la advertencia de Leire no sirvió de mucho: si Leire leía un libro y un párrafo le parecía especialmente interesante, le gustaba leérselo a Chemo y comentarlo con él. El no parecía interesado en las lecturas de su esposa y, en una ocasión, se descolgó recriminando a Leire el “rollo” que le estaba soltando y que no le interesaba en absoluto.
Leire se sorprendió y dolió, pero intentó hacerle ver que ella escuchaba con interés sus asuntos de trabajo y cualquier cosa que él le comentaba; porque le interesaba todo lo que a él se refería...
… qué menos que esperar ella lo mismo de él…

Durante el tiempo que Chemo estuvo ocupando el cargo político, Leire comenzó a echarle de menos, pero la vida, en general, seguía siendo feliz para ella.

Sin embargo, llegaba el momento en el que habría nuevas votaciones y Chemo había recibido oferta de su antigüo empleo para reincorporarse. De manera que volverían a separarse.


Por una parte, Leire no deseaba separarse de su marido, por otro lado, estaba deseando que terminase la legislatura, pues veía a Chemo día sí y día no en los diarios, cargando con toda su artillería contra alguien que se le había enfrentado: y Chemo tenia como máxima: “esperaré a la puerta de mi casa a ver pasar el cadáver de mi enemigo”.


Fue algo que aprendió de la personalidad de su marido en este tiempo: era vengativo


Sin conocer los entresijos del enfrentamiento, a Leire le daba pena el hombre contra el cual se dirigía su marido como un pánzer. Y se estremecía al pensar que un día pudiera dirigir contra ella alguna sed de venganza.

Aprendió que lo más objetivamente nimio y mezquino podía desencadenar la sed de venganza en Chemo… incluso compañeros de profesión, caían dentro de su rencor.

Pocos, muy pocos, saben o sabrán lo que, tras sus carcajadas y afabilidad aparente, esconde aún Chemo: pacientes y muy antigüas venganzas… sólo espera el momento, tarde lo que tarde.

El hombre murió de cáncer un par de años más tarde.
Leire se ha preguntado muchas veces sobre la influencia que pudiera haber tenido, como desencadenante de la enfermedad, el enfrentamiento de aquéllos tiempos.

18 noviembre 2006

XII





II

La luna de miel fue inolvidable para ella: un largo viaje atravesando océanos, Chemo a su lado; pasado por fín el trago de las celebraciones de la boda… al fín la tranquilidad: se terminaron las revoluciones en su vida.

Las únicas pequeñas discrepancias en ese viaje giraron en torno a las atracciones a las que iban a subirse los recién casados: Leire había sufrido una hemorragia subretiniana en el ojo derecho cuando estudiaba segundo de carrera: la enormidad de la tarea la abrumó y debilitó sus defensas haciendo mella en el punto más flaco de su anatomía. Consiguió buenos resultados pero... perdió la visión central de ese ojo.

Leire vivía, estudiaba y trabajaba con normalidad, haciendo uso de su otro ojo y de la escasa visión periférica que le restaba en el ojo afectado. Pero los oftalmólogos, que no podían deducir la causa de la hemorragia ni, por tanto, prevenir nuevos accidentes o siquiera tratarlos, le aconsejaban evitar movimientos bruscos de su cabeza: no montar a caballo, no tirarse de cabeza al agua, no marcar goles de cabeza y, sobre todo, evitar tensiones... habría inexcusablemente de tomar sedantes suaves cuando previera una temporada de estrés.

A pesar de todo ello, Leire terminó subiendo a atracciones tan brutales como “el ascensor”, “la Venganza de Moctezuma”, “Indiana Jones y el Templo Maldito”… por no dejar solo a su marido, quien insistía en que Leire le acompañara, a pesar de conocer el accidente que habia sufrido en su ojo y la posibiidad de que se repitiera en el sano.

Leire siempre había llevado recuerdos para su familia, de todos los viajes que había realizado. Ahora debía preocuparse también de los regalos para la familia de Chemo… regalos que él pocas veces pagaba, pues casi nunca contaba con dinero a mano.
El problema era que se empeñaba en llevar cosas que a Leire no le gustaban para "sus suegras". Pero Chemo insistía y Leire terminaba por dejarle hacer, no fuera a surgir una discusión por ese motivo.

A la vuelta, la reacción de la madre y la tía de Chemo estaba servida: .- “No me gusta: a tu madre le habrás regalado lo mismo, ¿verdad Leire?”.

Por supuesto Leire se tragaba el reproche sardónico, sin comentar que había sido Chemo quien se había empeñado en semejante horror ni que, claro está, a su madre le había comprado otra cosa.

07 noviembre 2006

XI




TERCERA PARTE

La Boda

I

“Invita la humedad en sus pestañas, y el primer beso abre puertas al siguiente. Y el abrazo se posesiona de su cintura.

Sobre mi regazo, afila el gris del iris; del claro al oscuro sigue su pasión y resbala hacia su boca que aprisiona nuestras lenguas.

Y me enreda; y la ato profundo en el abismo de su garganta, lacerándome en el placer de las aristas de sus dientes.

La siento desmayar, apoyada en dedos y senos sobre mi pecho. La sostengo sobre la palma de mi mano, perfecta redondez de fruta madura, manzana del Paraíso bajo mis dedos.

Cauto, lento, delicado, por atisbar su aquiescencia, deslizo apenas a punta de mis dedos, desde su nuca a la columna; y resbalo la esquina de la cintura para dejarme caer sobre la onda de su cadera... saboreando el camino, retrocedo, avanzo, vuelvo atrás... ya percibo el calor de sus piernas, en avanzadilla hasta mi vientre, vivo, en combustión.

Y la tomo entre mis brazos, depositándola bajo mis ojos, que ya recorren un eterno instante: antes de posarme nuevamente sobre su boca y deshacer, a ciegas, lazos y ojales... sólo entonces recupero el dominio de mis párpados, para dejar hallar a mis besos su propia ruta. Un momento de vacilación, que ella agota en un gemido. Y guía mis dedos, vueltos pinzas, en torno a sus senos... plenos y escarlata, agudos y dolientes, gimiendo cada paso sobre las aureolas, cada abrazo de mis yemas; cada salivación con que aspiro, paladeo, aprieto, mordisqueo; cada línea hasta la cima.

Y me urge hasta su vientre, sin paciencia para esperas: no es el centro su ombligo. De nuevo me guía, allí donde crece la marea donde se desatan las crecidas que ahora inundan mis dedos. Ahora su mirada se oscurece y dos lágrimas vacilan en sus pestañas.

Me toma y abre el paso hacia sí, toda dulzura y urgencia. Y sofoca con el dorso de una mano el gemido que le estalla la garganta... pero adelanta sus caderas, girando una y otra vez, en círculos cada vez más estrechos... golpeando como si la vida le fuera en ello.

Me siento morir mientras la aguardo y me fundo, me licúo... sintiendo que podría quedarme con ella la eternidad aún cuando el deseo me agoniza...

Ahora penas encuentra aire entre jadeos y me suplica que se lo de todo... todo.. ahora y siempre. Y con sus dedos marcando mi espalda, me dejo ir, muy lejos... apenas soy consciente de su sonrisa y de que ahora me encuentro de espaldas. Ella sobre mi, su, trono, firmemente anclada”

(Leire)



Llegó el día de la boda.

Leire, previamente, había concertado los servicios de una peluquera y maquilladora, pues había preguntado en varios sitios y se empeñaban en peinarla y maquillarla la tarde anterior. Francamente, ella no se veía como una gallina, durmiendo de pie, para no estropearse el maquillaje ni el peinado.

Bien temprano, pues la boda era a las doce, puso a toda la familia en pie de guerra, para no tener problemas con el baño, los espejos... y que su madre pudiera también ser maquillada antes de salir para la Iglesia.
Nada más llegar, la maquilladora se fijó en un punto negro que Leire tenía en la espalda y le dijo que se lo iba a explotar: “porque una novia no podía llevar semejante cosa a la vista”. Leire, que jamás se había explotado nada, se negó; pero de nada le sirvió la negativa:" a traición", la maquilladora presionó con las uñas y le formó, con el tiempo, un lío en esa parte de su anatomía del que Leire todavía se acuerda, aunque sólo sea por el agujero que le quedó tras la intervención y las curas que se le hubieron de practicar.

Peinada Leire y maquillada, le cedió el puesto a su madre mientras ella se disponía a vestirse con calma. Hubo de esperar a que la maquilladora finalizase su trabajo para ayudarla a vestirse completamente, pues el traje iba abotonado de arriba abajo en la espalda y, evidentemente, ella sola no podía abrocharse.
Los ojales eran demasiado estrechos y duros, como les suele suceder a los vestidos nuevos; y se las veían y deseaban para introducir los numerosísimos botones. Tan duro fue el trabajo de vestir a Leire, que llegó la hora de salir para la Iglesia y todo el mundo se fue corriendo porque “iba a empezar la ceremonia”, mientras Leire gritaba- al borde la histeria- que qué ceremonia ni qué, si la novia aún estaba en casa a medio vestir.
Terminó por urgir a su padrino y a su cuñado que, por lo que más quisieran, la ayudaran a abrochar esos dichos botones.

El caso es que tuvo que salir de casa con medio vestido sin abrochar.
Menos mal que con tanto encaje nadie pareció darse cuenta.

Bajó al portal, prácticamente perdiendo el velo; y allí encontró al tío de Chemo que quería hacerle unas fotos. Se encontraba nerviosa, pero pensó que esas fotos no podrían volver a repetirse, de manera que posó.
Ayudada por un amigo de su padrino, entró en el coche nupcial y se dirigieron a la Iglesia.
El tiempo no acompañaba mucho: de hecho había estado lloviendo toda la mañana y el cielo aparecía plomizo
“Por favor, por favor: que no llueva a la entrada y la salida, por favor, sólo pido eso”, rogaba Leire en el trayecto a las monjas de Santa Clara y a la Virgen. Y se portaron muy bien con ella.

Llegaron a la explanada de la Iglesia y Leire vio llegar hasta ella al novio más guapo del mundo: Chemo, quien le tendía la mano para ayudarla a salir del coche, cuando… ¡se dio cuenta de que se había olvidado del ramo de novia!
Rápidamente le contó a Chemo lo que ocurría y todos comenzaron a insistir en que entrara y se casara sin el ramo. Pero Leire, que no había preparado tanto para nada, dijo que no se casaba sin el ramo y que por favor alguien fuera a recogerlo de la casa de sus padres.
El hermano de su cuñado accedió y echó a correr. Mientras aquél regresaba con el ramo, Leire no sabía si morderse las uña o mandar a la porra al sacerdote, que la conminaba a entrar de una buena vez en la Iglesia.

Al fin llegó el ramo. Leire se echó el velo sobre el rostro y se asió al brazo de su padrino.


Más tarde algún conocido no invitado le comentaría que, al verla en la entrada del templo del brazo de su padrino, había creído que quien se casaba era precisamente el padrino: “¡qué novia más guapa tiene el chico!. ¿Quién será?”. Y es que Leire, gracias al cotilleo de tantos años sobre su persona, que le colgó el apelativo “de profesión, soltera” ” no parecía idónea protagonista de bodas, según parece.

Se suponía que Chemo debía esperarla en el altar… eso pensaba Leire, después de los ensayos y de aprenderse cuanto manda la tradición en estos casos. Pues no: la hicieron entrar a ella antes y esperar al novio en el altar. Tiempo después me confesó que eso le había producido una premonición desagradable, más aún que la del olvido del ramo de novia.


Y no fue la única durante la ceremonia: porque a Chemo, en el momento de jurarle fidelidad a su esposa, se le atragantó la palabra y, tras intentarlo varias veces, le salió en su lugar “felicidad”.


Bueno… Leire sonrió y pensó que tenía más valor prometer felicidad.

El párroco que ofició la ceremonia conocía de toda la vida a Leire y su familia. Su sermón fue, a juicio de Leire, fabuloso, pues insistió en los aspectos de la vida en común que podían matar el amor; recordó a los contrayentes (a juicio de Chemo, no parecía sino que el párroco le estuviese sermoneando sólo a él… aunque a Leire tampoco le hubiera extrañado) que nadie era perfecto ni cuerpo glorioso y que había que tomar con cariño y comprensión los pequeños defectos del otro.

Aún cuando Leire no deseaba sino que terminase todo, se sentía más relajada: disfrutaba de la música del cuarteto que había elegido y se volvía de vez en cuando para mirar los rostros sonrientes de sus familiares.

Alguien le reguntó después que si no repetiría: Leire le comentó que ni loca volvería a organizar una boda ni a protagonizarla… quizás porque ella sola se había tenido que ocupar de todo… hasta de pagar... excepción hecha del banquete y del viaje, que fueron a medias. Lo demás, todo por cuenta de su cuenta.

Y es que Chemo le había comentado a Leire la conveniencia de que hiciesen separación de bienes. A ella no le pareció mala idea: cada uno tenía su trabajo y sus ingresos y no dependía económicamente del otro. Pero no lo llevaron a cabo antes de la boda, pues Chemo no efectuó ninguna gestión al respecto y Leire estaba demasiado ocupada con los preparativos y su trabajo.

Tras la ceremonia y el consabido reportaje fotográfico, se sirvieron los aperitivos.

Leire se sintió zarandeada de un lado a otro: “¡una foto con la familia del novio, otra con la familia de la novia, ahora todos juntos!”. Una vez que le entregaron el álbum de la boda, se percató Leire de que la “novia” era su suegra: era a ella a quien Chemo daba la mano en las fotos, no a la recién desposada.

Felicitaciones, consultas del personal del restaurante, quejas de algún invitado porque se le sentaba junto a gente que decía no conocer de nada… Leire pensó que no podía más.
Por fin se sentaron a la mesa y, como estaba previsto… marisco y carne.
Y la novia debía ser un poema: jugueteando con los cubiertos mientras todos comían a dos carrillos.
Un camarero al que le estará toda la vida agradecida, se acercó a ella y, entre disculpas por el atrevimiento, le preguntó por qué no comía. Leire le explicó lo ya dicho a Chemo y su familia: que el marisco le producía alergia y la carne nunca le había gustado… y no había otra cosa que comer.
Entonces el muchacho se ofreció a traerle cualquier cosa de la cocina. Ella le sonrió agradecida por poder comer algo y que alguien hubiese tenido el detalle de tenerla en cuenta.

Tras los “¡que se besen, que se besen!” y la comida, con la mitad de los invitados ya achispados, comenzó a tocar la orquesta y ella abrió el vals con Chemo: Chemo no tenía la más mínima idea y aquello resultó más un forcejeo que una danza nupcial. Pero le pusieron voluntad y dieron unas cuantas vueltas hasta terminar la pieza, mientras Leire se las apañaba como podía con la cola de su vestido, cuya cinta se rompió nada más recogerla en su muñeca.


Terminó el vals y casi sin poder decir “hasta luego”, su ya suegra tomó del brazo a su hijo para bailar la siguiente pieza.


Como se dijo más arriba, el padrino de Leire era “putativo”: le hacía ese favor toda vez que el padre de la novia se hallaba enfermo y ella comprendía que no podría soportar la ceremonia ni el vals. Así pues, de la misma manera que el padrino se negó a regalar los puros y hubo de ponerlos Leire, también la advirtió de que no pensaba bailar el vals con ella.


De manera que Leire se vio sola en la pista de baile, jugueteando con el vestido y sin levantar los ojos del suelo; se sabía ahí en medio: ella, supuesta protagonista y rotundamente sola, y los ojos de todos sus invitados fijos en ella. Sola y avergonzada de que su novio no se diera cuenta, de que su padrino no le echara algo de valor para sacarla del apuro y de que nadie hiciese más que contemplar cómo iba su expresión del pálido al encendido.


Alguien le susurró, "¿bailas?". Y ella miró agradecida hasta la eternidad el rostro de su salvador, su héroe: Javier.
Alto, delgado, guapo, educado, cariñoso… el único amigo de Chemo capaz para la sensibilidad.
¡¡SÍ!!, prácticamente gritó Leire.

Pocos años después, supo que Javi había muerto en un gravísimo accidente, a causa de un derrumbamiento cuando transitaba con un jeep en otros mundos a los que su dedicación de cooperante le había llevado.
A la hora de escribir estas líneas, he de dejar constancia del agradecimiento y cariño inmensos que Leire le ha profesado y profesa a Javier desde el día en que no la dejó sola en la pista de baile.
Quiere creer Leire que, esté donde esté, Javier conoce la profundidad del afecto y reconocimiento que por él siente... desde aquél día, desde antes, y hasta el último de sus existencias.


Lina, su ya suegra, le preguntaba satisfecha: “Y... ¿qué se siente al ser la señora de…?”, y Leire, un tanto desconcertada, respondía: “nada… sigo siendo yo misma, con mi nombre y los apellidos de mis padres… no nací de una col”.

Y es que Leire guardaba una ironía mordaz para las inconveniencias. Un quasi-sarcasmo que podía resultar más venenoso que la picadura de un alacrán.

Puesto que el banquete se prolongaba todo el día, Leire hubo de regresar a casa de sus padres para quitarse el vestido de novia y ponerse un traje corto… a toda velocidad, ya que los amigos de Chemo les esperaban.
Merienda, cena… baile todo el día…

Leire no podía con su alma, y había de poner el mayor cuidado con las expresiones de su rostro:
El relaciones públicas del restaurante la había advertido de que una novia es por definición “feliz” y que si había algún problema ninguno de los invitados debía darse cuenta. Es decir: “te lo tragas todo”, venía a explicar. “Porque los invitados estarán pendientes de ti en todo momento”.

Y aquéllo no terminaba nunca.

Chemo bailaba con sus amigos, completamente olvidado de su novia.

Por fín, alguien sugirió seguir la juerga en una discoteca. Leire se horrorizó pensando en que enlazarían el banquete con la salida del avión para la luna de miel. Y se lo comentó a Chemo, quien se mostró receptivo y avisó a los amigos de que los novios se retiraban a descansar.
Leire respiró aliviada y pensó “gracias a Dios por los pequeños favores”

Entre bromas, felicitaciones y deseos de suerte, al fin se vio Leire camino de su nuevo hogar, al lado de Chemo.

Años después, el padre de Leire le comentaría las proféticas palabras que le dirigió su consuegro durante el banquete:

- “Conociendo como conozco a mi hijo, este matrimonio dura dos días”

05 noviembre 2006

X

Cada vez se declaran más indiferentes en el mundo; cosa lógica mirando un poquito alrededor nuestro y percatándonos de la ausencia de esperanza, el Imperio de la Soledad, el triunfo de los egoísmos particulares y de grupo y de la asombrosa cantidad de personas que toleran lo intolerable y callan por no ser molestados. ¿Cómo va a creer nadie hoy día en otra cosa que no sea en sí mismo?:

Dios se oculta detrás del muro que el mundo eleva cada vez más alto y nada es relevante a parte de los hechos y las mentiras mil veces repetidas para aparentar verdad.

Si Leire llega a comentar que cree en los sueños, en la fuerza de los deseos y en la premonición de la intuición, la habrían quemado en la plaza del Ayutamiento.

Y es que le llegaban contínuamente pequeños destellos que la dejaban interiormente incómoda y aprensiva...

Primero la despedida de soltera que nadie le ofreció (si bien su grupo de amigas-al enterarse de que no habría despedida de soltera para Leire-le regalarían, en su lugar, las fotos de la boda), después la insistencia contínua de su futura suegra y la hermana de ésta porque no olvidara que eran una familia muy unida; los enfados cada vez más explosivos de Chemo y, por último, un par de días antes de la boda, un fogonazo mental que la aturdió durante días:

Celebraban una cena de presentación “oficial” de Chemo a la familia de Leire. Ella, sentada a la diestra de su novio, le contemplaba sonriente mientras él charlaba animadamente con los demás comensales. De pronto, sintió Leire que el Tiempo se paralizaba... y dejó de escuchar las conversaciones, la música del local...

Ddejó de percibir el movimiento a su alrededor y se descubrió mirando a Chemo como si fuera la primera vez: No conocía a ese hombre. ¡Se iba a casar con un desconocido!. Le miraba con insistencia y no le producía ninguna sensación de familiaridad su rostro, congelado en una sonrisa abierta que mostraba un hueco entre dos muelas empastadas, que veía por primera vez en casi diez meses que le conocía.

Leire se vio sacudida por una sensación de pánico, un dejá-vu a sensu contrario... y pensó rápidamente si podría anunciar allí mismo que no se casaba, que no podía tomar por esposo a un hombre del que no sabía nada… “no le conozco, no le conozco”, repetía una voz interior.

En ese instante, volvieron a sus oídos el barullo de las conversaciones, la música, las carcajadas; y el mundo y sus figuras recuperaron el don del movimiento.
Leire respiró hondo, tomó un largo trago de agua y se “auto-analizó”:

“Es una crisis de pánico, normal en una persona que va a dar un paso tan decisivo como el matrimonio. Es normal sentirse asustada y desorientada. Ya pasará”.

Y poco a poco desechó la intuición para decirse a sí misma que sus aprensiones no por normales dejaban de ser estupideces sin fundamento. Enajenación mental transitoria.

Hoy día, cuando la han abandonado sus sueños, sus premoniciones, su intuición, sabe que debió siempre seguirlos y continuar cultivando esa sensibilidad de la que siente apenas le queda un ápice.

...................................

Chemo aún residía durante la semana en El Centro, por motivos de trabajo; pero era propietario en El Norte (ciudad de residencia de ambos y sus familias) de un pequeño apartamento sito en la parte alta: estrecho pero alegre y soleado.
Ambos acordaron vivir allí su vida de recién casados.
Leire asumió las tareas de acondicionamiento y limpieza del piso de soltero de Chemo y comenzó a disponerlo todo para tener su nuevo hogar listo para acogerles tras la boda.

Su madre, y la persona que ayudaba a aquella en las tareas de casa, la auxiliaron para dejar el piso bien limpio y ordenado, desde el suelo hasta el techo.

Y encontraron de todo: calcetines sucios debajo de la cama, enrollados en una fabulosa alfombra de pelusas de polvo; cajas y cajas de cromos variados, papeles de todas clases, folios en blanco y arrugados; y “asuntos inclasificables” (como Leire denominaba a aquéllo a lo que ni nombre podía dar).

Al limpiar los cajones y vaciar su contenido, encontraron la ropa interior más… indescriptible; sobre todo por decrépita.

Leire se lo comentó a Chemo y éste arguyó que, puesto que nunca tenía tiempo para ir de compras, su madre se encargaba de vez en cuando de adquirirle lo que necesitaba.

Al parecer, Chemo no había visto una escoba en su vida, y eran su madre y su tía quienes, de vez en cuando, le pasaban una gamuza a la casa: el “Ejército de Limpieza”, como él las llamaba en broma.

Y no se le dio más vueltas al tema, salvo las incontables veces que la madre y la tía de Chemo advertían a Leire de que “no hiciera trabajar a su niño en casa, que bastante trabajaba ya fuera”.
Qué más hubiera deseado Leire, en numerosas ocasiones, que Chemo hubiese compartido alguna tarea…

Así que Leire, ni corta ni perezosa, se hizo también con la tarea de comprar camisas y ropa interior; cubiertos, vasos, sábanas, toallas, etc, para su futuro esposo y la nueva casa.

IX


II


“Mi compañerina”

Así la llamaba Chemo.
Constantes muestras de amor, besos, “te quiero”… Leire era consciente de ser envidiada por las mujeres que presenciaban las efusividades de Chemo. Y más consciente aún de que jamás podría amar tanto a nadie como amaba a Chemo. Sentía con tanta intensidad que temía le explotara el corazón.

Se enfrentó a algunas “boutades” del no más listo del grupo de los amigos de Chemo: “¿Cómo le pescaste?”, a lo que Leire respondía- invariablemente y con cierto aburrimiento-: “perdona, pero fue él quien me pescó a mí”.


A una semana de la boda, los amigos de Chemo le organizaron la despedida de soltero.
Leire, al saberlo por su novio, imaginó que a ella la sorprenderían con otra despedida de soltera las chicas del grupo, pues tenía entendido que las despedidas las organizan los amigos de los novios.
Pero no hubo tal cosa para ella: sus amigas de la infancia le comentaron más tarde, en la despedida de soltera que organizaron para Irma, que pensaban que “sus nuevos amigos” le organizarían algo y, por ese motivo, ellas se abstuvieron. Nada de despedida por ese lado.

Y por el otro, tampoco.

Las esposas de los amigos de Chemo no pensaron, al parecer ni por un momento, en organizar ni celebrar nada para Leire. Ella se sintió tan desplazada, triste y aturdida, que pensó en invitar a su hermana a un pub y celebrarlo solas.

Esa noche de sábado en la que los amigos se llevaban a Chemo de tournée por los consabidos night-clubs, Leire hubo de decir a las esposas-tras ser preguntada al respecto por éstas- que si querían acompañarla a una discoteca: dijeron sí y, sobre la marcha, Leire les pagó la entrada.
Es decir: que Leire se tuvo que improvisar solita su propia despedida de soltera...



02 noviembre 2006

VIII




Comenzaron los primeros roces, desde el momento de fijar la hora de la ceremonia:

Leire deseaba casarse por la tarde: sospechaba que tantos meses de preparativos, el agotamiento que ya sentía y el peso del traje de novia, la dejarían para el arrastre. Pero Chemo decidió por los dos:

.- Viene mi familia del pueblo y no pienso hacerles el feo de una celebración corta. La boda será por la mañana.

.- ¡Pero Chemo!- se quejo Leire- si es que ya noto que no puedo ni arrastrar el alma... ese día me tendrán que recoger con excavadora…

.- ¡No hay más que hablar, Leire!: Reserva ceremonia para las doce del mediodía y tendremos aperitivo, comida, merienda y cena. Mi familia siempre se ha portado muy bien y no voy a hacerles ese feo.


Y el traje de novia…

Un fin de semana le comentó Leire a su novio que ya había encargado el traje de novia y comenzaría enseguida con las pruebas. Chemo debió comentarlo con su familia y al día siguiente llegó con la noticia (y reproche):

.- Mi madre está muy disgustada porque te has encargado ya el traje

.- Pero, Chemo… -balbuceó Leire- ¡si quedan cuatro meses para la boda y los trajes llevan tiempo entre prueba y prueba…!

.- Es que dice mi madre que siempre tuvo el sueño de hacerle el traje de novia a la prometida de uno de sus hijos. Mi cuñada no quiso y pensó que a ti te lo cosería.

.- Chemo… pero ¡si nunca me has contado que tu madre cosiera!. ¿Cómo iba a saber yo tampoco que ella quisiera hacerme el traje?. Si nadie me cuenta una ni otra cosa, ¿cómo voy a imaginarlas?

Ahí terminó la conversación; pero Leire se creyó obligada a hablar con su futura suegra, de modo que tomó el teléfono:

.- ¿Lina?... soy Leire: es que me ha contado Chemo que deseabas hacerme el traje…

Sin dejarla terminar la frase, Lina “embistió”:

.- ¿Sabes que te digo?: Te has precipitado. Vas a ser la única novia del mundo con dos trajes de novia; porque vas a encontrar otro que te guste más. Ya lo verás

Y blablabla, blablabla, blablabla…

Leire no sabía dónde meterse, abrumada a reproches que no conseguía entender y que no creía merecer.
Tal era su disgusto cuando colgó el teléfono, que llamó a su madre para explicarle lo sucedido y decirle que para “compensar” a su futura suegra, la invitaría a ver las pruebas del traje de novia.



A la madre de Leire no le pareció nada normal ni el reproche de la consuegra ni que Leire la llevara a las pruebas… pero, por prudencia, dejó en manos de su hija la decisión.
Así fue como, desde la primera prueba tuvo a su madre a su lado… y a la suegra... y la hermana de ésta.

Mucho trabajo le costaba a Leire que su madre se pronunciase sobre las elecciones que iba haciendo; todo lo contrario que la madre y la tía de su novio: “te queda largo, que te lo suban hasta los tobillos”, ¿llevarás guantes, no?, “no: diadema, no. Una corona. Yo siempre quise llevar corona. Y a tu cuñada le voy a decir que lleve pamela”

Entre los nervios, el agotamiento y la familia política, Leire tuvo que morderse la lengua más de una vez para no replicar abruptamente y decirle a su suegra que los guantes y la corona real los llevara ella; y que no pensaba cortar su traje de novia como para ir a pescar.

Aquí sólo hicieron por empezar los obstáculos.

El viaje de novios no fue problema: como Leire no tenía una decisión tomada y Chemo deseaba más que nada visitar los Estudios de la Universal, le resultó fácil convencerla.



La elección del restaurante tampoco fue difícil; ni el número de invitados ( lo habitual): amigos, parientes y compromisos de ambas familias.
Pero sí la colocación de las mesas y los asistentes:

Leire quería mesas redondas, para que todos los invitados pudieran sostener conversaciones unos con otros durante el banquete. Hasta ahí no hubo problema.
Lo malo es que Leire quería también una mesa redonda para los novios y los padrinos: por la misma razón que para el resto de los invitados y porque no quería una mesa rectangular de esas que se colocan en un estrado y propician que los novios sean escrutados en todo momento por los invitados.

No hubo manera: Chemo se alió con el “public relations” del restaurante. y por mucho que ella rogó, se decidió que los novios y los padrinos se sentarían a una mesa rectangular colocada sobre un estrado a un metro por encima de las demás mesas. Leire se veía ya agonizar de vergüenza.



El menú también hubo de negociarse. Y es que Leire quería algún plato de pescado, puesto que siempre le había disgustado la carne. Nada que hacer: su novio y la familia de su novio eran “carnívoros” y Chemo se negó rotundamente a la solicitud de Leire. Ella le comentaba que qué iba a comer ese día…. Alguien le dijo que las novias no comían, que estaban demasiado felices y nerviosas. Pero eso no consoló a Leire que pensaba, por anticipado, en comer y disfrutar desde el momento en que todo ese follón terminase .
“Come marisco”, le decían… “si es que el marisco me produce alergia y no puedo comerlo”. Pues ya se verá.
Y se cerró el menú con la novia al margen.


Tan al margen que se les ofreció a los novios una degustación gratuita para que se hicieran una idea de cómo quedarían las viandas el día de la boda; degustación a la que asistió, exclusvamente, Chemo con su familia.

Colocar a los invitados tampoco fue tarea fácil. Salvo las amigas de Leire- quienes le expresaron su deseo de sentarse todas a la misma mesa- y los amigos, que se sentarían con una de las hermanas de Leire, lo demás fueron problemas: A éste no se le puede poner en la misma mesa que aquél… mi familia (decía Chemo) tiene que estar en las primeras mesas, cerca del estrado… etc, etc…

El problema que ocasionó a Leire mayor disgusto vino de la mano de un compañero de profesión y conocido de su padre, quien se enteró de la boda y pidió a Leire que le invitara.
Leire sabía que no iba a conocer a nadie puesto que, salvo a sus compañeros de despacho y su procuradora, no había invitado a nadie de la profesión. De manera que le comentó a Chemo el tema y le consultó acerca de la posibilidad de colocarle en la mesa del estrado, toda vez que no sabía con quién sentarle si los conocidos del hombre en cuestión se reducían a la novia y su padre.
Chemo montó en cólera y acusó a Leire de querer sacar a su abuela del estrado para sentar a un desconocido.
Leire no fue capaz, al parecer, de explicarle que no se le había ocurrido sacar a nadie y que ella no había mencionado o siquiera pensado algo semejante respecto a la abuela; tan sólo pensaba en si sería posible colocar una silla más en el estrado para hacerle hueco al nuevo invitado.
Pero Chemo se negó a escuchar cualquier razonamiento de Leire y le dijo que se las apañara como pudiera: “Es tu problema”; una frase a la que, por desgracia, hubo de acostumbrarse Leire porco tiempo después.

Afortunadamente, poco antes de la boda, el hombre habló con Leire y le dijo que no conocía a los invitados y que, por tanto, no acudiría al banquete.



Sabía que no estaba bien… pero Leire respiró al oir estas palabras. Este asunto había sido la primera fuente de conflicto importante entre Chemo y ella y la única vez que la había gritado al enfadarse. Había llorado mucho y la aliviaba poder dejar ahí el tema.

La Belle Dame sans Mercí




Romántico Keats...


Original version of La Belle Dame Sans Merci, 1819
Oh what can ail thee, knight-at-arms, Alone and palely loitering?The sedge has withered from the lake, And no birds sing.
Oh what can ail thee, knight-at-arms, So haggard and so woe-begone?The squirrel's granary is full, And the harvest's done.
I see a lily on thy brow, With anguish moist and fever-dew,And on thy cheeks a fading rose Fast withereth too.
I met a lady in the meads, Full beautiful - a faery's child,Her hair was long, her foot was light, And her eyes were wild.
I made a garland for her head, And bracelets too, and fragrant zone;She looked at me as she did love, And made sweet moan.
I set her on my pacing steed, And nothing else saw all day long,For sidelong would she bend, and sing A faery's song.
She found me roots of relish sweet, And honey wild, and manna-dew,And sure in language strange she said - 'I love thee true'.
She took me to her elfin grot, And there she wept and sighed full sore,And there I shut her wild wild eyes With kisses four.
And there she lulled me asleep And there I dreamed - Ah! woe betide! -The latest dream I ever dreamt On the cold hill side.
I saw pale kings and princes too, Pale warriors, death-pale were they all;They cried - 'La Belle Dame sans Merci Hath thee in thrall!'
I saw their starved lips in the gloam, With horrid warning gaped wide,And I awoke and found me here, On the cold hill's side.
And this is why I sojourn here Alone and palely loitering,Though the sedge is withered from the lake, And no birds sing.








Published version of La Belle Dame Sans Merci, 1820




Ah, what can ail thee, wretched wight, Alone and palely loitering; The sedge is wither'd from the lake, And no birds sing.
Ah, what can ail thee, wretched wight, So haggard and so woe-begone? The squirrel's granary is full, And the harvest's done.
I see a lily on thy brow, With anguish moist and fever dew; And on thy cheek a fading rose Fast withereth too.
I met a lady in the meads Full beautiful, a faery's child; Her hair was long, her foot was light, And her eyes were wild.
I set her on my pacing steed, And nothing else saw all day long; For sideways would she lean, and sing A faery's song.
I made a garland for her head, And bracelets too, and fragrant zone; She look'd at me as she did love, And made sweet moan.
She found me roots of relish sweet, And honey wild, and manna dew; And sure in language strange she said, I love thee true.
She took me to her elfin grot, And there she gaz'd and sighed deep, And there I shut her wild sad eyes-- So kiss'd to sleep.
And there we slumber'd on the moss, And there I dream'd, ah woe betide, The latest dream I ever dream'd On the cold hill side.
I saw pale kings, and princes too, Pale warriors, death-pale were they all; Who cry'd--"La belle Dame sans merci Hath thee in thrall!"
I saw their starv'd lips in the gloam With horrid warning gaped wide, And I awoke, and found me here On the cold hill side.
And this is why I sojourn here Alone and palely loitering, Though the sedge is wither'd from the lake, And no birds sing.