02 noviembre 2006

VIII




Comenzaron los primeros roces, desde el momento de fijar la hora de la ceremonia:

Leire deseaba casarse por la tarde: sospechaba que tantos meses de preparativos, el agotamiento que ya sentía y el peso del traje de novia, la dejarían para el arrastre. Pero Chemo decidió por los dos:

.- Viene mi familia del pueblo y no pienso hacerles el feo de una celebración corta. La boda será por la mañana.

.- ¡Pero Chemo!- se quejo Leire- si es que ya noto que no puedo ni arrastrar el alma... ese día me tendrán que recoger con excavadora…

.- ¡No hay más que hablar, Leire!: Reserva ceremonia para las doce del mediodía y tendremos aperitivo, comida, merienda y cena. Mi familia siempre se ha portado muy bien y no voy a hacerles ese feo.


Y el traje de novia…

Un fin de semana le comentó Leire a su novio que ya había encargado el traje de novia y comenzaría enseguida con las pruebas. Chemo debió comentarlo con su familia y al día siguiente llegó con la noticia (y reproche):

.- Mi madre está muy disgustada porque te has encargado ya el traje

.- Pero, Chemo… -balbuceó Leire- ¡si quedan cuatro meses para la boda y los trajes llevan tiempo entre prueba y prueba…!

.- Es que dice mi madre que siempre tuvo el sueño de hacerle el traje de novia a la prometida de uno de sus hijos. Mi cuñada no quiso y pensó que a ti te lo cosería.

.- Chemo… pero ¡si nunca me has contado que tu madre cosiera!. ¿Cómo iba a saber yo tampoco que ella quisiera hacerme el traje?. Si nadie me cuenta una ni otra cosa, ¿cómo voy a imaginarlas?

Ahí terminó la conversación; pero Leire se creyó obligada a hablar con su futura suegra, de modo que tomó el teléfono:

.- ¿Lina?... soy Leire: es que me ha contado Chemo que deseabas hacerme el traje…

Sin dejarla terminar la frase, Lina “embistió”:

.- ¿Sabes que te digo?: Te has precipitado. Vas a ser la única novia del mundo con dos trajes de novia; porque vas a encontrar otro que te guste más. Ya lo verás

Y blablabla, blablabla, blablabla…

Leire no sabía dónde meterse, abrumada a reproches que no conseguía entender y que no creía merecer.
Tal era su disgusto cuando colgó el teléfono, que llamó a su madre para explicarle lo sucedido y decirle que para “compensar” a su futura suegra, la invitaría a ver las pruebas del traje de novia.



A la madre de Leire no le pareció nada normal ni el reproche de la consuegra ni que Leire la llevara a las pruebas… pero, por prudencia, dejó en manos de su hija la decisión.
Así fue como, desde la primera prueba tuvo a su madre a su lado… y a la suegra... y la hermana de ésta.

Mucho trabajo le costaba a Leire que su madre se pronunciase sobre las elecciones que iba haciendo; todo lo contrario que la madre y la tía de su novio: “te queda largo, que te lo suban hasta los tobillos”, ¿llevarás guantes, no?, “no: diadema, no. Una corona. Yo siempre quise llevar corona. Y a tu cuñada le voy a decir que lleve pamela”

Entre los nervios, el agotamiento y la familia política, Leire tuvo que morderse la lengua más de una vez para no replicar abruptamente y decirle a su suegra que los guantes y la corona real los llevara ella; y que no pensaba cortar su traje de novia como para ir a pescar.

Aquí sólo hicieron por empezar los obstáculos.

El viaje de novios no fue problema: como Leire no tenía una decisión tomada y Chemo deseaba más que nada visitar los Estudios de la Universal, le resultó fácil convencerla.



La elección del restaurante tampoco fue difícil; ni el número de invitados ( lo habitual): amigos, parientes y compromisos de ambas familias.
Pero sí la colocación de las mesas y los asistentes:

Leire quería mesas redondas, para que todos los invitados pudieran sostener conversaciones unos con otros durante el banquete. Hasta ahí no hubo problema.
Lo malo es que Leire quería también una mesa redonda para los novios y los padrinos: por la misma razón que para el resto de los invitados y porque no quería una mesa rectangular de esas que se colocan en un estrado y propician que los novios sean escrutados en todo momento por los invitados.

No hubo manera: Chemo se alió con el “public relations” del restaurante. y por mucho que ella rogó, se decidió que los novios y los padrinos se sentarían a una mesa rectangular colocada sobre un estrado a un metro por encima de las demás mesas. Leire se veía ya agonizar de vergüenza.



El menú también hubo de negociarse. Y es que Leire quería algún plato de pescado, puesto que siempre le había disgustado la carne. Nada que hacer: su novio y la familia de su novio eran “carnívoros” y Chemo se negó rotundamente a la solicitud de Leire. Ella le comentaba que qué iba a comer ese día…. Alguien le dijo que las novias no comían, que estaban demasiado felices y nerviosas. Pero eso no consoló a Leire que pensaba, por anticipado, en comer y disfrutar desde el momento en que todo ese follón terminase .
“Come marisco”, le decían… “si es que el marisco me produce alergia y no puedo comerlo”. Pues ya se verá.
Y se cerró el menú con la novia al margen.


Tan al margen que se les ofreció a los novios una degustación gratuita para que se hicieran una idea de cómo quedarían las viandas el día de la boda; degustación a la que asistió, exclusvamente, Chemo con su familia.

Colocar a los invitados tampoco fue tarea fácil. Salvo las amigas de Leire- quienes le expresaron su deseo de sentarse todas a la misma mesa- y los amigos, que se sentarían con una de las hermanas de Leire, lo demás fueron problemas: A éste no se le puede poner en la misma mesa que aquél… mi familia (decía Chemo) tiene que estar en las primeras mesas, cerca del estrado… etc, etc…

El problema que ocasionó a Leire mayor disgusto vino de la mano de un compañero de profesión y conocido de su padre, quien se enteró de la boda y pidió a Leire que le invitara.
Leire sabía que no iba a conocer a nadie puesto que, salvo a sus compañeros de despacho y su procuradora, no había invitado a nadie de la profesión. De manera que le comentó a Chemo el tema y le consultó acerca de la posibilidad de colocarle en la mesa del estrado, toda vez que no sabía con quién sentarle si los conocidos del hombre en cuestión se reducían a la novia y su padre.
Chemo montó en cólera y acusó a Leire de querer sacar a su abuela del estrado para sentar a un desconocido.
Leire no fue capaz, al parecer, de explicarle que no se le había ocurrido sacar a nadie y que ella no había mencionado o siquiera pensado algo semejante respecto a la abuela; tan sólo pensaba en si sería posible colocar una silla más en el estrado para hacerle hueco al nuevo invitado.
Pero Chemo se negó a escuchar cualquier razonamiento de Leire y le dijo que se las apañara como pudiera: “Es tu problema”; una frase a la que, por desgracia, hubo de acostumbrarse Leire porco tiempo después.

Afortunadamente, poco antes de la boda, el hombre habló con Leire y le dijo que no conocía a los invitados y que, por tanto, no acudiría al banquete.



Sabía que no estaba bien… pero Leire respiró al oir estas palabras. Este asunto había sido la primera fuente de conflicto importante entre Chemo y ella y la única vez que la había gritado al enfadarse. Había llorado mucho y la aliviaba poder dejar ahí el tema.

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