07 diciembre 2006

XXIII

Cap. XI

Usurpadores


... la ingenuidad al inocente
la confianza del creyente
sus alas al águila
el Ser a la persona
la ilusión al esperanzado
al soñador sus deseos
la verdad al honrado
al corazón un latido
al iris una lágrima
el regocijo al alma viva

Ponzoña instila en las venas
veneno inocula en la piel
rencor nace en el vientre
tristeza entre las pestañas
culpa inocente en el espíritu
silencios sobre los labios
dolor radia en los huesos
retuerce sierpes en el pensamiento
hierve en sal las heridas
hiela antigüas hogueras

Aquél que destruye inocencias..

(Leire)


Dani crecía en la casa de El Norte. Sin ver a su padre.

Su primera palabra fue “papá” y se pasaba el día pronunciándola… al principio como ensayo de su nuevo poder; más tarde con insistencia, haciendo ver a la madre que quería a su padre. Ya.
La respuesta de Leire siempre era la misma, y es que no había otra: “papá está de viaje, cariño”.
Dani se enfurecía, lloraba y gritaba con más énfasis y rabia ¡PAPA, PAPA, PAPAPAPAPAPAPAPAAAAAA!. Y Leire no sabía qué hacer ni qué decir para calmarle, salvo prometerle que papá volvería pronto. Y es que ni ella sabía cuanto tiempo estaría ausente su marido.
Llegaban a pasar hasta dos semanas sin que le vieran más de un día y medio.
Y es que Chemo, continuaba con su trabajo en El Centro, al haber rechazado la oferta de la Universidad del El Norte: se enteró de que iban a contratar a un ex- cargo político por una cantidad que, supuestamente, no se podían permitir entregarle a él cada mes.
Si hubieran sabido del enorme amor propio de Chemo, como sabía Leire, le habrían ofrecido lo que pedía.

No hubo problema: Chemo, sumamente herido en su ego, rechazó el puesto de El Norte y, dado que había prorrogado sine díe su salida del puesto que tenía en El Centro (con la excusa de que no sabía cúando se realizaría la última prueba para el acceso al cuarto turno) siguió trabajando allí, tomando como adjunto, entre tanto, a la persona que le iba a sustituir y que ya vivía, como nuevo propietario, en la casa que habían habitado.

Al regresar Chemo de sus viajes (que lo mismo le llevaban a Brasil que a México), Leire le contaba cuánto le habían echado de menos, sobre todo Dani. Y Chemo, invariablemente, replicaba “eso son cosas tuyas”.
Leire le juraba y perjuraba que su hijo le echaba atrozmente de menos, pero la respuesta siempre era la misma: “cosas tuyas”.

Esa frase, junto a la de “como no tienes problemas te los inventas” y “no es mi problema” o “es tu problema”, se convirtieron en la más grande pesadilla de Leire en ese año.

Entre algún que otro puñetazo de su hiperactivo hijo y los disgustos que vivía en su relación con Chemo, Leire no dejaba de sufrir hemorragias subretinianas, por lo que continuaba visitando al maravilloso oftalmólogo que la atendía en El Centro.

Ernesto, además de un excelente profesional y experto en retina, era el médico más joven que jamás antes había conocido Leire.
Todos sus pacientes hablaban maravillas de su pericia facultativa… y las señoras, además, de su atractivo.

Lo cierto es que trabaron amistad y parecía unirles cierto cariño, amén de la relación médico-paciente.
Ernesto procuraba animar a Leire y le presentaba los resultados con preocupación de hermano. Así se mostraba también Leire: afectuosa como podía serlo con su propio hermano: A fín de cuentas estaba casada y, aún, a pesar de todos los pesares, enamorada de su marido.

Chemo comenzó a mostrarse celoso un día:

.- Este chico es gay- decía a Leire

. Chemo: sé que tiene una chica y eso no me parece precisamente de gays.
Aunque lo fuera, ¿y qué?- Protestaba Leire-

.- Bueno, pues no será gay. Pero es del Opus-insistía Chemo-

.- Si ha estudiado en una universidad de la Obra será porque la consideró la mejor para su formación. De todas formas- aclaraba Leire-te participo que ha estudiado con beca, por lo que no le debe nada a nadie, salvo a su propio esfuerzo e inteligencia.

Estas palabras sentaban a Chemo como cuerno quemado; y volvía invariablemente a la carga:

.-Veo yo aquí mucho “feeling”

Tan agobiantes llegaron a ser los celos de Chemo que Leire optó por no hablar con Ernesto, salvo lo estrictamente imprescindible y mientras Chemo estuviera presente, con tal de que aliviar sus celos.
Además, temía Leire que se abriera un nuevo frente en la relación de la pareja.
No: a Leire no le hacían ninguna falta más peleas ni humillaciones. Ya tenía bastantes, gracias.

Dejó de hablar, siquiera mirar, a cualquier hombre que conocieran o con quien conversaran: prefería pasar por tonta o “rara” antes de provocar en algún modo la cólera de Chemo. Sentía que si ella no sonreía siquiera, las cosas no empeorarían.

Antes de finalizar el año, se dieron cuenta de que habrían de cambiar de casa. El apartamento de cincuenta metros cuadrados escasos, propiedad de Chemo, era precioso y soleadísimo; y a Leire le encantaba… pero estaba atestado de cosas y Dani no paraba de tropezar y golpearse contra los muebles.

Decidieron buscar otro piso.
Leire se puso a la tarea y le comunicaba los fines de semana a Chemo los pisos que había visitado y le gustaban.
Todos eran rechazados por Chemo: “éste es muy viejo y necesita mucha reforma”, “en aquél se suicidó alguien y me espanta la idea” (aquí compartía Leire la mala impresión), “éste está demasiado alejado del centro”, “aquél está en una zona demasiado oscura”… así uno tras otro.
A punto estuvo Leire de comprar el estudio anejo al piso de Chemo: Pensó que les quedaría un piso muy bueno tirando tabiques y haciendo ciertas reformas… unos noventa metros con dos baños. Chemo se entusiasmó con la idea: se pusieron en contacto con el dueño y quedaron de acuerdo en el precio.
Pero Chemo decidió que su padre había de llevar la negociación final…

A Leire la ofendía que no la dejaran negociar la compra de un piso que iba a pagar ella con el dinero de la venta de la casa de El Centro… pero visto lo visto, cualquiera le decía a ninguno de los dos que se encargaba ella. Presentía que lo tomarían por una ofensa y por nada del mundo quería más broncas con sus suegros.
Así que les dejó hacer ya que, evidentemente, a ella “nunca se la ofendía”.

El suegro de Leire se prentó un día, muy contento, diciendo que ya estaba todo listo y, muy ufano, le comentó que el dueño no sabía que lo querían para unirlo con el de Chemo, que le había sorprendido la idea.

A Leire no le gustó que su suegro diera semejante “pista” al dueño del piso, pero no comentó nada.

A los dos días, recibió una llamada del propietario… elevando el precio del estudio... `porque se había enterado por el suegro de Leire de que querían unirlo: y eso, a su entender, elevaba el precio final necesariamente. Además, Leire habría de hacerse cargo de todos los impuestos.

A su entender, bastante aguantaba Leire en su casa como para soportar también prepotencias de extraños, de modo que, a pesar de la insistencia de Chemo, se negó a dejarse tomar el pelo y no quiso comprar el estudio.

Desesperaba ya de encontrar un piso que les gustara a ambos- y sus nervios se retorcían ante las prisas de Chemo, que le recordaba machaconamente que algunos muebles de la casa de El Centro se hallaban en depósito en un almacén que él estaba abonando- cuando Leire vio el anuncio de un piso muy céntrico, con las habitaciones que deseaba Chemo y plaza de garaje.
Fueron a visitarlo y les encantó a los dos. Sobre todo a Chemo, a quien encandiló la plaza de garaje, justo enfrente del ascensor de subida a los pisos. A Leire le parecía un poco estrecha para el nuevo coche de Chemo (había vendido sus dos coches viejos para comprarse uno nuevo) y así se lo advirtió; pero Chemo le aseguró que entraba de sobra y que era perfecta.

Se comprometieron verbalmente a adquirir el piso y a la semana, firmaron un documento de arras por el que se comprometían a comprar notarialmente la casa y la plaza de garaje. Entregó Leire una señal de millon y medio de pesetas y aguardaron el día de la firma.

En esos días no dejó Leire de recibir extrañas llamadas de los propietarios del piso: que si la plaza de garaje ya no se la vendía, que si subían el precio del piso, que si debían esperar, después de la firma ante el Notario, a que ellos compraran una nueva casa porque no tenían donde alojarse; que si todos los impuestos debía pagarlos Leire… cosas… cosas que a Leire le pincharon la intuición y le hicieron pensar que estaba punto de ser timada.

Así se lo confesó a sus padres y éstos la apoyaron cuando les comunicó su determinación de dar por perdido el dinero de las arras, pero negarse a comprar ese piso.

Cuando se lo dijo a Chemo, casi se la come. Leire sabía, sabía positivamente que ese piso iba a traerle más de un problema, que sus propietarios no eran trigo limpio. Pero Chemo, obnubilado por la plaza de garaje y por la situación del edificio (a un paso de un gran centro comercial donde había salas de cine, una de las grandes pasiones de Chemo) se negó a hablar del tema y barría todas las objeciones de Leire con el sempiterno “eso son cosas tuyas”.

Por mucho que Leire intentó explicarle que no debían comprar ese piso, Chemo se negó, arguyendo que ya había estropeado la compra del estudio anejo a su casa. A buen entendedor: que se lo debía.

Y Leire, muy a su pesar, compró.

Previamente, intentaron colarle los dueños, en en “ensayo” de documento notarial que habían de firmar, que Leire se haría cargo de todos los impuestos, cuando ella había dejado bien claro que cada quien se haría cargo de los que les correspondieran: también consignaban que Leire se haría cargo de todos los gastos notariales, cuando Leire creía haber dejado claro que se abonarían por mitad.
Y la sorpresa:
La casa estaba afectada por una hipoteca.

Puesta al habla con los dueños, Leire les dijo que no pensaba comprar ninguna casa hipotecada, a lo que aquéllos respondieron que esa hipoteca ya estaba pagada.
“Pues bien, cáncelenla”, exigió Leire.
Protestaron los dueños que no había tiempo, y Leire se mantuvo firme, señalando que eso no les llevaría ni un minuto de reunión con el Banco, aunque fuese un día antes del de la firma de la compraventa. A regañadientes prometieron hacerlo así.

Llegó el día, se firmaron los documentos y se encontraron con que los dueños del piso querían poner el mismo que vendían como domicilio, arguyendo que no tenían otro.
Primer problema: El Notario se negó a consignar semejante cosa, pero al final se resolvió el tema.
Leire pagó a tocateja, con el dinero de la venta de la casa de El Centro y dinero que, nuevamente, hubieron de prestarle sus padres.
Los anteriores propietarios se negaban a entregar las llaves, aduciendo que no tenían dónde llevar sus cosas.
A la vista de todos los problemas que la habían ocasionado, Leire ya no se fiaba de ellos.
Cualquier otra persona que ella estimara se comportara de buena fe, hubiera conseguido de ella lo que se le pedía… pero no esta gente.

En los días posteriores, Leire descubrió grietas en las paredes de los cuartos, que habían sido estratégicamente disimuladas con plantas de interior adosadas a la pared. El parquet hecho un desastre, convenientemente oculto tras múltiples alfombras y pasilleras; otra grieta en el balcón de la terracita y… un enorme agujero en el suelo de uno de los armarios empotrados: estupendamente “rellenado” con escombro y material de obra.

Literalmente se le cayó a Leire la casa sobre los hombros y se dio cuenta de la gran reforma que habría que hacer: la cocina se caía completamente; la puerta de una de las habitaciones tenía la madera hundida en el centro (producto de un portazo, probablemente, que había dado a parar la puerta contra la llave del armario), etc, etc… si hasta el baño lucía una estupenda cuerda de lado a lado de la bañera… por lo visto para tender allí la colada… el cubo de la basura, extraíble, y los cajones, oxidados; la nevera rota… un desastre.
Por algo lo dueños no le habían permitido pasar de las puertas de las habitaciones, cosa que a Leire no le había traído precisamente buenos presentimientos…

Hablar con Chemo de obras fue como nombrarle al diablo… se negó en redondo, como no fuese para cambiar la puerta rota y a rehacer un armario en el dormitorio principal.
Afortunadamente, Lina hizo observar a su hijo que la cocina y los baños estaban cayéndose y que habrían de pintar y acuchillar toda la casa… así como la conveniencia de cambiar ya todas las puertas de los dormitorios y no sólo una.
“Fabuloso”, pensó Leire: “al menos esta vez, y sin saberlo, mi suegra me ha hecho un inmenso favor”.

Irma, la amiga de Leire, le pidió los muebles de la cocina, para usarlos en su trastero, a fín de tener ordenadas y recogidas las cosas.
Leire advirtió a sus amiga de que se encontraban en muy mal estado pero, aún así, Irma se empeñó y junto a su marido fueron a recogerlos. A los dos días llamó a Leire:

.- ¡Si llego a saber que están tan mal, jamás me los habría llevado!. ¡Menuda porquería!, ¡los he tenido que tirar!- protestaba Irma-

.- Chica, ya te avisé. Te lo dije no porque no quisiera que te los llevaras, a ver para qué quería yo eso; sino porque estaban realmente en un estado lamentable. A ver si para otra vez te fías más de tu amiga- aseveró Leire-

Y es que la casa se adquirió en auténtico estado de desgüace… “menos mal que Chemo no quería otras casas por no hacerles reforma, anda”, pensaba con ironía Leire.

El caso es que sus premoniciones sobre la casa se habían cumplido, al igual que sus percepciones sobre los vendedores:

Con el tiempo se presentaron en su nuevo piso la policía, dos veces, y un agente judicial para entregar una citación. Al parecer mucha gente “buscaba” a los anteriores propietarios de su piso.

Desaparecieron, sin más, dejando sin pagar los aranceles notariales y los impuestos de la venta. Leire hubo de hacerse cargo del pago de los honorarios notariales en su totalidad y del pago de la cancelación de la anotación en el Registro de la hipoteca, sin posibilidad de reclamación, al desconocer dónde podían haberse escondido sus vendedores.

Mientras seguía su curso la reforma de la casa, llegó el primer cumpleaños de Dani.
Leire pensó que era muy importante para todos festejar como se merecía esa primera velita en el pastel; y decidió hacer una fiesta para toda la familia: por mediación de su hermana y cuñado, alquiló un local, encargó una merienda con pastel de cumpleaños incluído y avisó a su familia y la de Chemo.

Los padres de Chemo no acudieron porque “no les apetecía”
Su hermano, con su esposa y las hijas, sí estuvieron, al igual que sus tíos… pero Leire se pasó toda la merienda intentando que éstos no se sentaran a otra mesa, sobre todo cuando la principal daba cabida a todos… pretendía que toda la familia, de una y otra parte, se sentaran juntos.
No hubo forma. Leire no sabía qué ocurría, pero los tíos se empeñaban en mantenerse apartados… auto-segregados. Insistentes en mantener una distancia que Leire nunca pudo explicarse a qué cuento venía porque, por mucho que se buscaba una culpa (si algo extraño sucedía, era por su culpa, aunque no supiera cuál) no la hallaba.

A Leire le dolió mucho esa extraña actitud de los tíos de Chemo, así como la ausencia de sus suegros.
Procuró disfrutar del primer cumpleaños de su bebé… pero esas sombras se le echaban encima una y otra vez.

No podía evitar pensar que algo andaba muy mal.

Chemo preparaba su comparecencia ante el tribunal que decidiría su aptitud teórica para ser Juez.
Aunque Leire ya no ejercía y aún no sabía cómo recuperar su trabajo, procuraba estar al día en cuanto a noticias jurídicas. Aunque despacio y con dificultad, a causa de las últimas hemorragias, aún podía leer en papel.
Por tanto, comentaba con Chemo, y le aconsejaba, aquéllas cuestiones que pudieran ser más susceptibles de pregunta por el tribunal.

Con la llegada de la primavera, Chemo ya era Juez: había superado con éxito la última prueba ante el tribunal: dado que la puntuación obtenida le había situado entre los primeros puestos, pudo elegir destino, y se decidió por El Norte. Pero surgió un problema:

Poco tiempo antes, el gobierno había dictado una normativa especial en el sentido de que las personas que accedieran a la carrera judicial, siempre que hubieran ejercido un cargo político en un tiempo anterior, debían pasar “en barbecho” unos meses, antes de incorporarse a su plaza de juez; eso sí: cobrando el correspondiente estipendio.

Cualquier otro habría visto el cielo abierto: unas vacaciones pagadas.
Pero Chemo adoraba trabajar… era su vida. Y su sueño el comenzar inmediatamente a ejercer como juez.
De modo que su carácter se ensombreció al pensar en el tiempo que le aguardaba sin poder incorporarse a su nuevo empleo. No obstante, decidió dejar que pasara en la mejor forma posible: conferencias, tribunales de oposición, encargos por cuenta de la Universidad de El Centro (para la que, supuestamente, ya no trabajaba), redacción de libros profesionales… y un nuevo desafío: un libro sobre el desamor.

Chemo se puso manos a la obra, día tras día encerrado en el despacho que Leire le puso en la nueva casa.
Previamente, Leire hubo de enseñarle a manejar el “ratón”: ella, en su día, había aprendido sola a programar en Basic, tan solo con la ayuda de los apuntes de clase de una de las hermanas; también había aprendido por su cuenta a manejar el procesador de textos y el paquete de office, como herramienta imprescindible para su trabajo.
Pero a Chemo eso de arrastrar, pinchar y clickear no se le daba muy bien. Leire perdía la paciencia, no ya por que su marido se mostrara un tanto torpe para la tecnología, sino porque había de enseñarle a cosa de dos metros del pc

.- ¡No toques ahí! ¡a ver si me estropeas el ordenador!- chillaba Chemo a punto de la histeria-

Leire suspiraba y le recordaba a quién le estaba pidiendo ayuda: ella, que llevaba años manejándose a solas con el ordenador.
Lo cierto es que Chemo disponía de dos unidades: una de sobremesa y otra portátil. Pero jamás consintió a Leire que se acercase siquiera a ninguna de las dos. Así que Leire le enseñaba “a distancia”.

Leire, al igual que Chemo, tenía la costumbre de ir doblando las esquinas de las páginas que le llamaban la atención, para releerlas en otra ocasión que retomara el libro. Así pudo ir citando a Chemo, para su libro, fragmentos y sentencias que él incorporaba a sus elucubraciones.
Incuso un “teorema”, de propia cosecha de Leire, al que Chemo puso el nombre de la autora y que venía a decir algo así:
“En una relación amorosa, el esfuerzo que pone una de las partes es inversamente proporcional al resultado obtenido”

Tal y como transcurrieron los acontecimientos, Leire no dispuso de tiempo para leer el libro… tiempo después, su abogada escogió un párrafo que venía a decir: “si estás decidido a dejar tu relación, que no te ablanden súplicas ni lágrimas. Simplemente, márchate”.

Chemo imprimió a su costa unos cuantos ejemplares, lo “apadrinó” con una editorial “fantasma” de su invención y lo ofreció a una librería que ya le había puesto a la venta sus textos jurídicos.

El libro causó no pocos problemas entre la pareja: Chemo decía haberse quedado sin un duro tras las obras realizadas en la casa. Leire seguia desconociendo absolutamente el estado de las finanzas de su marido, pero no entendía cómo se podía estar sin dinero en el banco y pagar un millon de pesetas por imprimir un libro que apenas había ofrecido a las editoriales. Y es que Chemo tenía una bajísima tolerancia a la frustración. Dos negativas y ya se encontraba frustrado. Todo tenía que verlo realizado, ya.

Por otra parte, a Leire le preocupaba sobremanera que Chemo hubiese puesto a a venta el libro bajo una editorial inexistente, que él mismo había inventado obviando las “bendiciones” de Hacienda. Pero Chemo era seguidor de Maquiavelo, y poco le importaba lo que hubiera de hacer con tal de conseguir lo que deseaba.

Sobre este tema, un día que Leire paseaba por la calle con su madre y Dani, y encontraron a la familia de Chemo, ocurrió un litigio definitivo en la relación entre ambas familias:

Se reconocieron y saludaron. Comenzaron una conversación en mitad de la acera, absolutamente cordial.
Leire cree recordar que todo ocurrió a raíz de un comentario de su madre, felicitando a sus consuegros por el magnífico esfuerzo que habían realizado en la formación académica de sus hijos.
La consuegra, Lina, loaba a Chemo en todas sus facetas y argüía que su hijo era también una bellísima persona. La madre de Leire, que había vivido en primera persona las tensiones de la pareja durante su estancia en El Centro, así como la desidia de Chemo respecto a su esposa e hijo, quiso hacer ver a Lina que sí, su hijo era maravilloso, pero no estaría de más que reservara algo de su tiempo para Leire y Dani…
A partir de ahí Leire no recuerda más… sólo escuchaba las protestas indignadas de Lina, quien acogía la sugerencia de la madre de aquélla como una ofensa hacia sí y su hijo.
La madre de Leire, asustada ante la reacción de su consuegra, intentaba pedir disculpas entre grito y grito de Lina, mientras el hermano de Chemo daba a la madre de aquélla parte de razón y atizaba el fuego señalando que su hermano era muy dejado para asuntos que no fueran estrictamente profesionales; y recordaba con Leire una ocasión en la que habían ido de visita a su casa de El Centro: Chemo segaba, junto a su padre, la hierba de la pequeña parcela de la casa, mientras Leire y su cuñada preparaban en la cocina la papilla de fruta de los pequeños.
En tanto Leire daba de merendar a Dani, el hermano de Chemo y su esposa, con la pequeña sentada en su sillita, se turnaban para convencerla de que debía tomar la papilla.
Entró Chemo en la casa y le pidió a su hermano que le ayudara a segar. Su hermano le pidió que esperara a que terminara de dar la merienda a la niña. Chemo insistió y su hermano, enfadadoor la insistencia, casi le gritó:
“¡Es que no ves que ahora mismo estoy ocupado con mi hija!”
Chemo se fue de la habitación, sin decir nada. Y Leire, sola con Dani, se quedó pensando en que al menos uno de los hermanos sabía que un hijo es responsabilidad de dos…

Chemo jamás había preparado un biberón, ni una papilla, ni aún siquiera le había acercado una cuchara a la boca a su hijo. En los dos primeros años de vida de Dani sólo le cambió dos pañales, según él mismo recordaba. Jamás le bañó, jamás le durmió…

Aprovechando que el hermano había sacado la desidia de Chemo por ciertos temas, le confesó la preocupación que sentía por el hecho de que pretendiera vender un libro cuya editorial él mismo se había sacado de la manga, muy lejos de resultar una “auto-edición”… el hermano quedó horrorizado y prácticamente a gritos, en mitad de la calle, se preguntaba cómo podía Chemo ser así de atrevido.
Leire tenía la esperanza de que comentaran el tema entre los hermanos, puesto que Chemo a ella no la escuchaba. Pero fue lo último que supo…

Cuando se despidieron de la familia de Chemo, notó Leire muy silenciosa a su madre. Le preguntó si se encontraba bien… y la pobre mujer prorrumpió en sollozos.:

.- Ay, Leire -comenzó- creo que he metido la pata... quería que tus suegros se dieran cuenta de que Chemo os tiene a ti y a Dani muy abandonados. Quería que se dieran cuenta de que Chemo no puede dedicar toda su vida al trabajo y dejaros a vosotros al margen. Qué mal rato he pasado… cómo se puso Lina…

.- No te preocupes, mami- dijo Leire- que lo has hecho con buena intención. Ya verás cómo no pasa nada. Anda… deja de llorar, por favor.

Y sí… sí pasó…


Nadie de la familia de Chemo llamó a Leire para felicitarla su cumpleaños.
Nadie de la familia de Chemo quiso asistir al bautizo de la sobrina pequeña de Leire, a pesar de estar todos ellos invitados. Ese año no fue invitada a la comida familiar del Día de la Madre…

Dani “pagó” también las consecuencias: nunca le llevaron su abuelos paternos de paseo. Tan sólo un día recibieron una llamada de Lina, pidiendo que le dejaran al niño para darle un paseo.
Leire, encantada de que al fín Lina tuviera un detalle con su nieto, le vistió y salieron para llevar a Dani a casa de sus abuelos. Pero, cuando estaban a mitad de camino, Chemo recibió una llamada en su móvil: era Lina.

.- ¿Chemo?. Mira: que lo he pensado mejor y voy a salir con Carla (la sobrina mayor de Chemo, que entonces contaría con unos cinco años de edad).

Y Dani se quedó sin pasear con su abuela quien, al parecer no podía salir con los dos nietos a la vez. Y Dani aún iba en sillita… nunca más la abuela dijo de llevárselo; hasta el día de hoy, nunca ha salido Dani de paseo con su abuela paterna.

La concentración de Chemo en su libro no parecía digna de mejor causa, pues el día y la noche los pasaba sentado al ordenador: echaba a Dani de la habitación a gritos, porque decía que le iba a borrar lo escrito:

.- ¡Ocúpate del niño, que no me deja trabajar!

Y Leire se llevaba a Dani, mientras preparaba su comida y la de Chemo y ella. Mientras se duchaba, con Dani entrando y saliendo de la bañera. Mientras intentaba hacer la limpieza de la casa y procuraba aligerar, porque Chemo, cuando se cansaba de trabajar, rugía que si no terminaba inmediatamente se marchaba a la calle solo, sin ellos.

La vida de Leire era una carrera de fondo y con vallas…
Alguien le comentó una vez que le daba pena verla: siempre corriendo detrás de Chemo, mientras él ni se molestaba en mirar hacia atrás… como si Leire fuera su mascota.

No era sólo el gritar contínuamente a Leire que se diera prisa, estresándola en una forma extrema, sino que salía a regañadientes:

.- No sé por qué tengo que ir al parque con vosotros- protestaba Chemo- sólo hay mujeres y niños. No pego nada aquí.

.- Chemo-le hacía ver Leire-alli hay un hombre con un niño, allá otro y aquí…

.- ¡Son viejos!-interrumpía Chemo- no tienen nada que hacer porque son jubilados.

.- A ver: esos que estoy viendo yo no tienen más de treinta y cinco años- intentaba Leire razonar con Chemo- ¿Por qué te enfada tanto salir con tu hijo?

Y Chemo protestaba una última vez, anunciando que no le molestaran: Desplegaba el periódico que llevaba y se sentaba a leerlo en el otro extremo de los columpios, mientras Leire jugaba con su hijo y hacía esfuerzos sobrehumanos por tragarse las lágrimas delante del chiquillo.

Según Chemo, tampoco era de “hombres” acompañarles a ella y Dani a las consultas del pediatra de éste… Leire estaba cansada de envidiar a las mujeres “con marido presente"… tan apenada por sentirse madre-soltera desde el embarazo de Dani…

Poco tiempo después, fueron a tomar algo con Irma y Juan. Les acompañaban Dani y una de las hermanas de Leire. En el transcurso de la conversación, Juan le dijo a Chemo:

.- Bueno, Chemo: ahora que ya conseguiste ser juez y que tienes plaza aquí, supongo que te ocuparás más de Leire y de tu hijo.

La adusta respuesta de Chemo dejó helados a todos los presentes:

.-¡Lo primero es mi realización personal y mi realización profesional!

Leire intentó quitarle hierro al silencio que se produjo y, haciendo de tripas corazón, forzó una carcajada para decir “claro… como yo ya no tengo perspectivas de realización…”
Pero volvió a dolerle en lo más profundo no ya saber que Chemo no la consideraba en nada, sino que tampoco pensaba en absoluto en su pequeño hijo, allí: delante de él.

Hacía tiempo que Chemo le comentaba a Leire que iba a alquilar su piso, para disponer de unos ingresos extras, en vista de lo cual, Leire, a la hora de trasladar los enseres a la nueva casa, dejó el ajuar que creía necesario para los futuros inquilinos: toallas, sábanas, colchas, vajilla, cubiertos…

Ya instalados en la nueva casa, Leire preguntaba a Chemo cuándo iba a anunciar el alquiler: Chemo le daba largas… hasta que en una ocasión le dijo a su esposa que lo había pensado mejor:

.- No voy a alquilar mi casa. Necesito algún sitio donde vivir por si pasa algo.

Leire no se atrevió a indagar sobre ese “si pasa algo”, y dejó pasar la expresión, tratando de ignorarla por no hacerse daño preguntándose.

Aún cuando Chemo, supuestamente, se encontraba “de vacaciones forzosas”, seguía viajando al menos una vez por semana. Leire seguía sin acostumbrarse a las continuas ausencias de su marido, más por Dani que por ella. Y no entendía como era posible que, cobrando un salario del Ministerio de Justicia por un trabajo que aún no podía desempeñar, trabajase al mismo tiempo y cobrase de una institución para la que se suponía ya no estaba en nómina, como era la Universidad de El Centro. Y como no lo entendía, no se explicaba esos desplazamientos.
De todas formas, no preguntaba a Chemo, pues sabía que esas preguntas no harían sino provocar una disputa. No podía evitar, sin embargo, rogarle a su esposo que volviera pronto, porque Dani y ella le echaban mucho de menos:

.- ¡A ver si voy a tener que volver corriendo sólo porque tú dices que me echáis de menos!- rugía Chemo.

.- No te enfades Chemo- pedía Leire. Si tanto te molesta que te diga que Dani y yo te añoramos, no te preocupes: pues no te echamos de menos, tranquilo. Hala, ya puedes irte.

Y Chemo se marchaba, mientras Leire se preguntaba qué había en ella, qué tono imprimía a su voz cada vez que hablaba, para que su esposo la gritase en todo momento.

Chemo aún no había llegado a su destino cuando Leire ya le estaba llamando al móvil, llorando, pidiéndole que tuviera paciencia con ella, diciéndole que le quería… y Chemo, aparentemente rebosante de bondad, le contestaba que ya lo arreglarían cuando volviese de su viaje.

Pero a a vuelta todo seguía igual. Un “buenos días” de Leire, parecía desencadenar una tormenta y Leire se sentía hundir cada vez más profundo.

Consciente entonces de que la crisis era muy profunda, pero creyendo que su marido la quería, rogó Leire a Chemo que saliese con ella; que le diera permiso para contratar una “canguro” para Dani y la llevase al cine, a cenar… a cualquier parte con tal de que estuviesen solos: porque añoraba a su marido.
La respuesta de Chemo fue, de nuevo, absolutamente desoladora:

.- Si quieres ir al cine, vete tú sola, que hay sesiones incluso a las doce de la mañana y para eso no me necesitas ni necesitas una “canguro”.

Leire intentaba resignarse. Se decía a sí misma que Chemo estaría pasando por alguna especie de crisis, quizás debido al tiempo que tardaría aún en incorporarse a su sueño en la judicatura.
Procuraba ser consciente de su propio tono de voz, de la modulación de sus palabras, de la intencionalidad, de los gestos… de cualquier cosa que evitara desatar la cólera de Chemo… pero se veía incapaz de detener esa especie de guerra sin cuartel y, por más esfuerzo que hacia, ante los constantes desaires, humillaciones e indiferencias de Chemo, comenzó a creer que algo estaba muy mal en ella… algo de lo que no era consciente y que debía averigüar a toda costa:
Porque se creía culpable de todo.

03 diciembre 2006

XXII

Pasaron los días y llegó el verano.
Leire dormía muchas noches sola, con Dani, pues Chemo se ausentaba frecuentemente.
Los amigos de Chemo le preguntaban si no sentía miedo… pero Leire tenía miedo a otras cosas, no a la soledad, a la que estaba tan acostumbrada desde su boda.

Ana se ofrecía a dormir con ella, asegurando que al bueno de su marido y a sus hijos no les importaría.
Pero Leire no quería molestar a nadie.
De todas, formas, le estaba resultando un alivio vivir sola con Dani.

Era extraño: cuando pensaba en Chemo, sentía que aún le amaba… pero también que le temía y que esperaba cada palabra suya con aprensión… temerosa de nuevas broncas, más gritos y acusaciones… se sentía mal por estar a gusto con su hijo, los dos solos, sin Chemo…

Apenas tenía ya tema de conversación con su marido: mientras ella trabajaba, Chemo le contaba cosas de su labor profesional… Leire tenía la sensación de que dejar su trabajo había sido como perder inteligencia o capacidad de comprensión... a ojos de Chemo.

Al cabo de un tiempo, comprendió que a Chemo le irritaba cualquier conversación que sacara sobre Dani o la casa. El decía que a su casa iba a descansar, no a que le agobiaran con “problemas”.

.- Pero Chemo- se defendía Leire- ¡si ahora es éste mi mundo!: el niño y la casa.
Tú ya apenas me cuentas nada de tí, de los amigos o el trabajo; ¡y yo no sé de qué puedo hablarte!.

.- ¡Tú y tus problemas!-atacaba Chemo- Lo que a tí te pasa es que como no los tienes, te los inventas.

Y Leire pensaba, con tristeza, en la docena de veces al día que oía de boca de Chemo las mismas frases: “no es mi problema”, “es tu problema”. Las repetía casi como quien recita un mantra…

El verano, con Dani hecho un mozo de casi nueve meses, sirvió de alivio a Leire: iban por las mañanas a la piscina y, más tarde, Chemo se reunía con ellos.
Dani estaba moreno como un surfista y disfrutaba del agua y de la cercanía de otros niños.
A la vuelta de las compras en el pueblo, Leire siempre jugaba con él un ratito en los columpios a medio camino de su casa. Era feliz, viendo feliz a Dani.

Pasoron ese verano a caballo entre El Norte y El centro.
Los días de El Norte, Leire quiso pasarlos con sus padres, habida cuenta de que sus anteriores años de casada las vacaciones fueron obligadas a la casa de los padres de Chemo.
Dani era aún muy pequeño. Y la madre de Leire tenía cuna y todo lo necesario para el bebé, habida cuenta de que hacía poco que los otros dos nietos habían pasado a sendas camas de “mayores”.
En casa de los padres de Chemo no había nada… y Leire intuía que ni aún la ayuda que sabía encontraría cerca de su madre.

Le pidió a Chemo que, por un verano, hiciese el esfuerzo de veranear con sus padres. Pero Chemo, alegando que estaba mejor con los suyos y que no había espacio en casa de sus suegros, se negó.

Leire decidió no ceder en este caso, y comunicó a su marido que ella y el niño se alojarían en casa de sus padres.
Chemo pareció de acuerdo y asi se hizo:

Cada uno por su lado.

Cada día iba Chemo a recogerlos: estaban juntos y juntos visitaban, diariamente, a la familia de Chemo.

A Dani le daba miedo el mar: ni siquiera dejaba que le mojasen los piececitos; pero disfrutaba como nadie chapoteando en los charcos o jugando con la arena; aunque su pasatiempo favorito era corretear por la playa tomado de la mano de su madre.

Y es que Leire tuvo que sacar a Dani de la cuna de madera enseguida... porque se ponía de pie y amenazaba con tirarse de cráneo al suelo.
A los siete meses ya dormía en una cuna de viaje, más segura y resistente a “escapadas”.

Cuando las amigas de Chemo vieron a Dani ese verano caminando de la mano de su madre, pusieron a Leire como un “trapo”:

.- Pero… ¿cómo le pones de pie tan pequeño?- se escandalizaban- ¿no ves que le vas a hacer daño en la espalda y se le van a quedar las piernas torcidas?

.- A ver- intentaba explicar Leire-: Dani se pone en pie desde los siete meses. Os aseguro que si por mí fuera y por mis lumbares, Dani aguantaba sentado hasta los dieciocho años. Pero lo ha decidido él, no yo.

Ciertamente Dani hoy, años después, no tiene la espalda ni las piernas torcidas. Quizás para disgusto de las agoreras…

Concluído el verano, regresó la familia a El Centro.
Leire esperaba que el invierno no fuese demasiado frío, porque temía por los bronquios de Dani.
Lo cierto es que no llegaría a conocer la crudeza de esos inviernos:

A la hora del almuerzo, llegó Chemo, un día, comunicándole a Leire:

.- Nos volvemos para El Norte

.- ¡¿Quéeeeeeeeee?!- fue todo lo que pudo decir Leire-

.- Verás-explicó Chemo- ya sabes que yo siempre quise ser Juez…

Sí, claro que Leire lo sabía: ants del nacimiento de Dani, estuvo ayudando a su marido a prepararse para las oposiciones a judicaturas: Leire le mantenía informado sobre las reformas más recientes y sobre todo cuanto a doctrina y jurisprudencia al respecto encontraba entre sus archivos.
Chemo aprobó el primer examen, pero le “tumbaron” en el oral: ·”muy bien expuesto, sr… pero insuficiente”

.- Me he presentado al cuarto turno- prosiguió Chemo- Ya sabes: para expertos en derecho. No creía poder pasar la criba de los méritos, pero lo cierto es que he pasado, y con muy buena puntuación: Estoy entre los cinco primeros, con lo cual podré elegir plaza. Tengo que preparar la prueba ante el Tribunal y creo que puedo pasarla. De manera que nos vamos.
Me despediré de mi trabajo y venderás la casa.

.- ¡Pero Chemo!- balbuceaba Leire- si yo lo dejé todo… si tú me juraste que no volveríamos…. Por eso compré esta casa, por eso dejé mi trabajo, por eso me conformé cuando no quisiste que buscara trabajo aquí.
¡ Tú me lo prometiste!… sólo han pasado siete meses desde que nos vinimos… ya estaba buscando guardería para Dani…

Chemo, sin oirla, proseguía con sus planes:

.- Se han portado muy bien aquí, conmigo. De manera que no puedo irme así, a la francesa, o pasaría por desagradecido: Así que voy a decir que hemos de volver porque tú echas mucho de menos a tus padres, y tú dirás lo mismo. ¿De acuerdo?

.- No Chemo. ¿Por qué no puedes decir la verdad?- preguntaba Leire- si todo el mundo sabe que siempre quisiste ser Juez. Dudo que alguien no lo comprenda.

.- Tú no lo entiendes. Se han portado muy bien, acogiéndome por dos veces, y yo no puedo decir que los dejo plantados.
Porque, mientras preparo la comparecencia ante el Tribunal, voy a trabajar en la Universidad de el Norte: me han hecho una oferta y pienso aceptarla.

.- Eso no está bien, Chemo- arguyó Leire- les mientes dos veces y, encima, me pones a mí de escudo.
Y yo sí que no puedo pasar por desagradecida cuando, Ana sin ir más lejos, se ha portado conmigo y con Dani como una madre.
No, Chemo, no pienso aceptar eso: me encanta esta ciudad, me encanta mi casa, me gusta esta vida, y a Dani también.
Yo no quiero mentir.

.- Tú verás lo que haces-fue la respuesta de Chemo- pero en un mes nos despedimos, con la casa vendida.

Así fue.

Antes de cumplirse el mes, Chemo se había despedido de su trabajo, sin haber confesado sus verdaderas razones; había vendido la casa a la persona que le iba a sustituir en el puesto; había contratado una casa de mudanzas y ordenado a Leire las cosas que habían de quedarse, porque se las “regalaba” a los nuevos propietarios, y las que habían de llevarse, para que se encargase de todo.

Leire no podía, no quería permitirle a Chemo que, de nuevo, la usara a ella como excusa y escudo para sus planes.

Un día en que Ana fue a visitarla, le comentó cuanto le había dicho Chemo. Incluída la auténtica razón por la que se marchaban: que Chemo había aceptado otro puesto, mientras preparaba su examen, y que ésta y no otra era la razón de su marcha: no desde luego la que Chemo había difundido entre sus amigos y compañeros de trabajo… que su esposa echaba de menos a sus padres.
Pero Leire sabía que el resto del mundo seguiría tragándose las mentiras de Chemo. Y sabía que la culparían a ella.

Chemo vendió la casa: casi cuatrocientos metros cuadrados. Dos millones más del precio por el que Leire la había comprado.

Un regalo: teniendo en cuenta que la casa no tenía armarios y Leire hubo de ponerlos; “parcelar” el ático, que estaba desnudo y donde se hizo un dormitorio, un baño completo, un armario de pared a pared y una biblioteca-despacho-salón para Chemo; por capricho de Chemo, habilitaron parte del garaje como nesón… las obras fueron numerosas y costosas.
Y Chemo decidió que no podían llevarse todos los muebles, de manera que regaló a los nuevos propietarios las cortinas de toda la casa, las lámparas; y, a excepción de la de matrimonio y la de Dani, las otras tres camas con sus colchones y las almohadas; el gran sofá rinconero del salón, el comedor, el mueble colonial, el mueble-bar; el banco rinconero de la cocina y los muebles y electrodomésticos, así como la televisión que allí habían instalado; lámparas, mesitas; el mesón entero, con su gran mesa rústica y las sillas; el billar americano que les había regalado un amigo de Chemo; algunos cuadros que Chemo le había “prometido” al nuevo propietario; la mesa y las sillas del jardín; el azulejo de la Virgen de Covadonga, el azulejo con el nombre de “bautizo” de la casa “La Xana”… prácticamente toda su casa servía de regalo. Y Leire no lo entendía:

.- Chemo, ¿por qué regalas mi casa?. Son mis cosas, yo las he pagado, yo las he buscado, yo las he amado, ¿por qué?

.- En lugar de protestar, deberías estarme agradecida por haber vendido tan pronto la casa. Y vas a sacar una buena tajada de la venta. No te quejes. Se justificaba Chemo-

Y Leire callaba.
Las discusiones eran cada vez más frecuentes y siempre se resolvían en el mismo modo: Chemo gritaba; y enfatizaba su enfado levantando un puño y golpeando con él cuanto encontraba inmediatamente debajo: el volante del coche, la encimera de la cocina… Leire estaba cobrando un nuevo sentimiento hacia su esposo: terror.

A principios del mes de octubre el tiempo en El Centro cambió a lluvias torrenciales, fuerte viento y un frío imposible de combatir, pues atravesaba todas las capas de ropa con las que Leire se vestía.
Cuántas veces hubo de dar vuelta atrás con Dani, pues temía que el viento le llevara la sillita de entre las manos y el plástico no fuera suficiente para proteger a Dani del frío y de la lluvia.
Pero no hubo de preocuparse mucho tiempo más por las salidas.

Una tarde se presentó Chemo anunciando que ya estaban fijadas las citas: con el Notario para la compraventa, y la de la mudanza, de la que se encargaría Leire.

Afortunadamente, los empleados de la mudanza se encargaban también de embalar las cosas.
Aún así, empaquetar y cargar fue una tarea de locos: Leire iba arriba y abajo por la casa, atendiendo todas las reclamaciones de los empleados: “esto se va, esto se queda”… con Dani en brazos, mirando con ojos de susto el tinglado que se estaba formando en su casa; o le dejaba sentado en la trona, pidiendo al empleado que empaquetaba los utensilios que le hiciera de canguro a su hijo el minuto exacto que tardaba en regresar.
“Por favor, esto ya les comenté que se quedaba”, “no, no… no me embale ese colchón, que se queda”, “sí, ese cuadro se va”, “si, yo le ayudo con eso” … habitación por habitación y mientras terminaba de preparar la comida de Dani y sacaba la ropa d la última lavadora que ponía en esa casa, amén de revisar las cosas que
iba a llevar con ella, dar a Dani su comida, etc, etc… Sola ya, pues Rosa empezaría a trabajar para los nuevos propietarios, a quienes se la recomendó vivamente.

Cuando Chemo regresó a casa, ya oscurecido, la mudanza había terminado y Leire estaba deseando descansar.
Chemo decidió dar una vuelta por la Plaza de El Centro, como despedida, y allá fueron.

Chemo le preguntó cómo había ido la mudanza y Leire le dijo que bien… en general los empleados habían sido muy diligentes y creía que todo estaba en orden, como su marido había dispuesto. Salvo por un detalle:

.- Verás- comentó Leire- el panel ese sobre actores de Hollywood que me dijiste se quedaba, me temo que se ha ido al camión. Es que…

.- ¡¿QUEEEEEEEEEE?!-la interrumpió Chemo- ¡Te dije que ese cuadro lo había prometido! ¡te dije que ese cuadro se quedaba!

.- Chemo… si es que se lo advertí a los empleados… pero me llamaban de una habitación a otra, y cuando me quise dar cuenta el cuadro no estaba… entonces…

.- ¡Está visto que todo lo tengo que hacer yo!-interrumpió Chemo- ¡eres incapaz de hacer nada bien! ¡no se te puede dejar sola! ¡no se te puede encargar nada!

.- Chemo, por favor escúchame-comenzaba a llorar Leire. Te prometo que les dije que ese cuadro no se iba, pero ellos lo cargaron. Y les pedí que por favor lo bajaron, pero me dijeron que no era posible, porque ni siquiera sabían en qué parte del camión estaba...

Pero Chemo continuaba gritando, en medio de la Plaza; los viandantes mirando con asombro la escena y Leire intentando tragarse las lágrimas, porque sabía que eso sólo empeoraría la situación y sacaría aún más de quicio a Chemo.

Chemo era incapaz de detenerse:

.- ¡Inútil!, ¡no vales ni siquiera para una mudanza!, ¡me tengo que encargar yo de todo!.

Leire dejó de escuchar y se sintió invadida por una oleada de humillación. Entre lágrimas, veía los rostros de los paseantes, mirándola… quizás pensando “qué habrá hecho para que el hombre la grite”… se sentía arder en vergüenza… y no pudo más… quería gritarle a Chemo que la dejara en paz; quería que le devolvieran al hombre del que se enamoró y se llevaran a ese monstruo que la hacía desdichada, que la humillaba, la insultaba; que abandonaba en un rincón a su esposa y su hijo y parecía no tener otro leif motiv que pasarse los días pisoteándola.

Leire se refugió en el portal de un cajero automático, con Dani en su sillita, y allí esperó-llorando- a descargar todo el dolor y la impotencia que llevaba dentro.
Mientras Chemo deambulaba por la Plaza, como si con él no fuera la cosa.

Una vez desalojada la casa de El Centro y de vuelta a El Norte, al apartamento que había sido su residencia ocho meses atrás, Leire esperó que algo cambiara en su relación con Chemo. Y sí cambió… a peor.

Al poco se desplazaron de nuevo a El Centro, con el fín de firmar la compraventa y recoger los cheques en la Notaría.
Leire firmó y tomó su cheque, sin mirarlo.
Y así lo habría ingresado en el Banco, sin mirar, si no hubiera captado una conversación, a media voz, entre Chemo y el nuevo propietario:

Leire caminaba tras ellos, despidiéndose mentalmente de su primera y querida casa:

.- Chemo-susurraba el nuevo dueño- espero haber cumplido bien tus instrucciones extendiendo dos cheques, uno para ti y otro para tu mujer: ¿es correcto el importe del tuyo?

.- Perfecto-asintió Chemo- desglosado del precio total de la casa: el importe de las obras para mí y el precio de la casa para Leire. Perfecto.

Entonces, Leire se dio cuenta de que había dos cheques. Miró el suyo: el precio que había pagado por la casa y un millon de pesetas más. Dedujo que el resto, seis millones de pesetas, conformaban la suma escrita en el cheque que Chemo sostenía en una mano.

No la entristeció el hecho de que Chemo se cobrase el dinero que estimaba había puesto en las obras de la casa: ambos habían puesto para los impuestos y las obras. Lo que le dolía era el hecho de que Chemo no le hubiese dicho una sola palabra: que hubiese tenido que descubrirlo ella misma, sorprendiendo una conversación privada. Se dio cuenta de que Chemo había negociado con el nuevo propietario a sus espaldas… no sólo era le pareció desleal… incuso le supo a traición, habida cuenta de que la casa se había comprado exclusivamente con el dinero ahorrado por Leire y con el dinero que sus padres le habían prestado (a fondo perdido) para llegar al total del precio.

Durante mucho tiempo deseó que sus cosas fueran cuidadas por los nuevos dueños. Pero se enteró por Rosa de que aquéllos las habían apilado, sin orden ni concierto, en el garaje.
Regaladas y no queridas.

XXI

Cap.X

Armaguedón


En este momento de sus vida, ya sabía Leire de la ira de Chemo. Pero se sentía incapaz de evitarla, por mucho que lo procurase.
Intentaba discernir y anticipar las explosiones de mal humor de su marido pero, la mayoría de las veces, se veía inútil: un simple “buenos días” parecía desencadenar una tormenta.

A los seis meses del nacimiento de Dani, con la aquiescencia de su pediatra, Leire dejó de amamantarle para pasar a los biberones y algún puré. Leire se sintió, a la vez, triste y aliviada: le gustaba la especial comunión con su hijo mientras le alimentaba… pero con tomas separadas cada hora y media o dos horas, se veía absolutamente falta de tiempo para cualquier otra tarea: siquiera para ocuparse de sí misma.

Recién abandonada la lactancia, en esa primavera plena de esporas gigantes y anaranjadas, que se colaban por todos los intersticios, Dani comenzó a respirar con dificultad.
Leire acudió inmediatamente al pediatra, quien diagnosticó bronquiolitis al bebé.

Su bebé, “recién estrenado”, como le gustaba decir, parecía llevar el mismo camino que la madre y abuela materna:
La abuela de Leire padecía de bronquitis crónica y murió de enfisema pulmonar. Su hija, la madre de Leire, padecía asma de etiología alérgica y bronquitis crónica. La misma Leire heredó esta predisposición y se vio, con unos veinte años, ahogándose y siendo diagnosticada de asma alérgica.

La bronquiolitis de Dani preocupó en extremo a Leire, pues le hacía sospechar que el organismo de su bebé comenzaba a seguir las pautas enfermizas de su familia materna.

La madre de Leire siempre le decía que “luchar por respirar es morir”, La terrible angustia que acompaña a la falta de aire en una crisis asmática, era algo que Leire no deseaba a su bebé por nada de este mundo.

En esos días, Dani, comprensiblemente más irritado que de costumbre, apenas dormía ni cesaba de gritar, arrasándose la garganta y poniendo a su madre en tal estado de preocupación como sólo una madre conoce.

Una tarde, hacia las cinco, cuando Leire al fín había conseguido dormir a Dani, en uno de sus días de especial irritación, se presentaron en la casa los tíos de Chemo y unos parientes de éstos que querían conocer al niño.
A pesar del cansancio, Leire les condujo al interior de la casa y les mostró al niño, agotado y dormido en su cunita. Les enseñó la casa y les invitó a un café en la terraza.
Hasta pasadas las ocho de la tarde estuvieron de visita.
Justo en el momento en el que se iban, llegó Chemo: le saludaron y prometieron volver otro día, a ver si le “pillaban” en casa.

No tardaron mucho: al día siguiente, a la misma hora, allí estaban de nuevo. Chemo, como era habitual, no se hallaba en casa.

Ese día Dani había estado sencillamente imposible. Leire temía que volviera a quedarse afónico y que se pusiera enfermo de tanto arrasarse la garganta a pleno grito. Sencillamente, ya no sabía qué hacer por él, cuando…. sonó el timbre:

Dejó a Dani, con su berrinche, en la cuna; y bajó a abrir la puerta, deseando que quien fuese se marchase pronto para poder volver junto a Dani e intentar calmarlo. Se sentía con los nervios pelados y al aire; como si fuese un cable de alta tensión desnudo y expuesto a la lluvia.

Al ver en el umbral de la puerta a la familia de Chemo, se le cayó el alma a los pies y pensó que no podía atenderles y atender a Dani al mismo tiempo.

Casi llorando, les explicó lo que estaba sucediendo y que le resultaba imposible calmar al bebé. La tía de Chemo se rió al escuchar los berridos de Dani, y le dijo a Leire que no se preocupara, que fuera a atender al niño, que ellos ya volverían en otra ocasión.

Leire les pdió mil perdones, sintiéndose mal por no poder estar con ellos pero, francamente, ese día no parecía poder hacer otra cosa que “bailar” con Dani en brazos por toda la casa; y tenía miedo por él…

.- ¡Qué barbaridad!, ¡cómo grita!-comentó la tía de Chemo- vete, vete a atenderlo, Leire.

Con mil disculpas más, Leire les rogó que volvieran otro día o, incluso, en un rato, por si era capaz de calmar a Dani y poder atenderles.
Los parientes de Chemo se marcharon
y prometieron volver; Leire subió las escaleras como si llevara azogue en las piernas.
La tarde que le dio Dani fue “homérica”.

Al día siguiente se fueron a El Norte, para pasar allí el fín de semana.
Chemo tenía la costumbre, nada más llegar, de “descargar” a su esposa e hijo y los equipajes e, inmediatamente, volver a coger el coche para ir a casa de sus padres, mientras Leire intentaba arreglarse sola con el niño y deshaciendo maletas hasta la vuelta de su marido, casi siempre un par de horas más tarde.

Esa noche, Chemo regresó a casa terriblemente iracundo:

.- ¡Lo que le has hecho a mis tíos y mis padres!-acusó Chemo a voz en grito-

.- ¿De qué hablas Chemo?. Me estás asustando…

.- ¡Lo sabes muy bien!. Les diste a mis tíos con la puerta en las narices. Fueron a visitar a Dani y tú les echaste de casa. Me lo ha dicho mi madre, que se lo contó mi tía.

Leire no daba crédito a lo que estaba escuchando. ¿Cuándo?, ¿cuándo había hecho ella semejante cosa?. Intentó recordar qué había pasado en los últimos días: se vio dando cenas y almuerzos para la familia y los amigos de Chemo; se vio acogiéndolos a todos en su casa; se vio tomando café y haciéndoles la visita, durante tres horas, a los tíos de Chemo y los parientes de éstos… y..

¡El día que Dani no dejó de gritar!... pero si ella no les había echado… si sólo les había pedido que volvieran en un rato, esperando que Dani se calmase y ella pudiese atenderlos… si el día anterior habían estado allí… ¿cómo podían haberle dicho eso? ¿Qué ella les había echado?.

.- Chemo, escúchame-intentó hacerse oir Leire entre los gritos de su esposo- ¡Si el día antes les preparé la merienda y estuve con ellos tres horas!… ¡que no es verdad es!o; Chemo, ¡escúchame!, que Dani gritaba y yo…

Pero Chemo, furioso, no dejaba hablar a Leire: no le interesaban sus explicaciones porque había decidido que era “culpable”.

Gritos y acusaciones “lo que les has hecho… ¡lo que les has hecho!” y Leire indefensa, sin poder hacerse oir entre los improperios, intentando alejar a Dani de semejante escena…
Llorando, llorando de impotencia por no poder defenderse; llorando de dolor al saberse acusada sin la más mínima duda, negándosele cualquier explicación en su defensa.

Culpable, culpable… porque lo habían dicho la madre y la tía de Chemo… y Chemo las creía a ellas sin necesidad de preguntar a Leire.

Entre hipidos y tormenta de lágrimas, absolutamente ocupada por la congoja, el dolor, la tristeza y el miedo, Leire tomó el teléfono y llamó a los tíos de Chemo: se puso su tío y, antes de que éste pudiera decir una sola palabra, Leire ya estaba lanzada a una carrera desenfrenada de palabras entrecortadas por el llanto:

.- Moncho, por favor, por favor… diles que no fue así, que no es verdad. Tú sabes que yo no hice eso… que Dani gritaba mucho… que me dijisteis que fuera a atenderle… que os dije que me perdonaráis… que volvierais en un ratito… yo no os eché, nunca lo he hecho con nadie, nunca lo haría… pero Chemo no quiere escucharme… y no es verdad… yo no hice eso… no soy capaz de hacer algo así…

.- Dile a Chemo que no es así- fue lo único que Leire le pudo escuchar, entre su propia barahúnda de emociones-

Chemo se negó a escuchar una sola palabra que dijera Leire… y Leire pasó ese fín de semana y la semana siguiente, torturada por un dolor inmenso; sintiéndose traicionada por tantos lados que apenas distinguía al enemigo… y preguntándose por qué nadie habría de tenerla por enemiga.

Terminado el fín de semana, sin apenas hablarse (Chemo, porque seguía furioso con Leire. Leire, porque se sentía tan mal que apenas podía pronunciar una palabra) regresaron a su casa de El Centro.

A los dos días, mientras seguía torturada por las imágenes y las voces del fín de semana, llorando en cada oportunidad que su bebé no podía verla, Leire sufrió una hemorragia:

Chemo había comido en casa ese día y se hallaba en el salón, leyendo el periódico, mientras Dani, en su parquecito de actividades, jugaba.

Leire terminó de fregar los platos y de levantar la cocina y salió a llorar a solas a la terraza.
De repente, notó que un enorme charco rojo le nublaba por completo la visión de su ojo izquierdo… puesto que su ojo derecho carecía casi por completo visión central (a causa de una hemorragia subretiniana ocurrida quince años antes, mientras estudiaba en la Facultad de Derecho) se percató de que estaba prácticamente ciega.

Reconociólos signos de la hemorragia y, asustada, entró a trompicones en la casa y fue directamente a Dani: al comprobar que no le veía la cara, que sólo distinguía una enorme mancha en el lugar donde debía estar su hijo, se rompió en el llanto más desgarrador , en el dolor más intenso que jamás pensó pudiera sufrir.

Al comprobar que no veía, Chemo intentó localizar a un oftalmólogo con consulta a esas horas. De todas las clínicas a las que llamaron, sólo una respondió: les citaron inmediatamente, ante los alarmantes síntomas de Leire.

Tras dejar a Dani con Rosa, quien acudióinmediatamente a la llamada de Leire,se presentaron en la clínica.

Allí, previas dilatación, contraste y demás, le diagnosticaron a Leire una tremenda hemorragia subretiniana que había invadido por completo la mácula y la fobea… los puntos de visión central y visión fina de su ojo izquierdo.

Poco se podía hacer, salvo recetar algunas vitaminas, hacer reposo y esperar… esperar que se reabsorbiese la hemorragia lo antes posible, sin dañar los tejidos. Leire quedó con un cinco por ciento de visión total, sumados ambos ojos.

Al día siguiente, Leire hubo de enfrentarse con su “nueva vida”: preparar el biberón para Dani le parecía tarea imposible… y le pidió ayuda a Chemo, quien le puso una marca en el envase, supuestamente para orientarla en cuanto al llenado… y nada más.
Para Leire el biberón apenas era una sombra. Imposible para ella ver la marca… pero después del fín de semana, Leire había comenzado a temer a Chemo: le dio las gracias y no se atrevió a decirle más... esperando, no obstante, que saliera de él el hacer el biberón de Dani.

Pero eso no ocurrió: Chemo se fue a su trabajo sin esperar siquiera cinco minutos a que Leire probara a llenar el biberón. Como si nada hubiese pasado.

Leire estaba aterrorizada: como hacía años que le había sucedido algo parecido en el otro ojo… entonces visitó a las más grandes eminencias de todo el país y siempre la misma respuesta: no se puede hacer nada, ni siquiera para prevenir nuevas hemorragias, porque no hay “enfemedad”… son “accidentes”:
"No montes a caballo, no te tires de cabeza al agua, no metas goles con la cabeza, no hagas movimientos bruscos con la cabeza, no cojas pesos… y, sobre todo, jámás te estreses… si prevés pasar por una situación especialmente estresante, tómate un par de ansiolíticos durante unos días".
Esas cosas le habían advertido los médicos… y Leire procuraba cumplirlas a rajatabla… salvo tomar ansiolíticos, porque nunca le gustó depender de nada, y menos de una pastilla.

En aquélla primera ocasión, había recibido el apoyo y cariño de sus padres y hermanos, quienes se turnaban para leerle y grabarle las lecciones de Derecho Internacional Público… hasta que Leire se vio capaz de leer por sí misma, y bastarse con la visión del ojo que le quedaba sano.

Pero ahora estaba sola… lejos de su casa, de su familia… y de un esposo para el que parecía poco menos que invisible, salvo cuando se disgustaba y la abroncaba.

Siempre hay buenas personas. Y en este caso, la ayuda que Leire necesitaba, no ya para comenzar a vivir sin visión, sino para llenarse de la fuerza y la confianza que no sentía y debía hallar donde fuese... se la dio Ana:
Ana, a pesar de su propia y ajetreada vida con su marido y sus dos hijos, no dudó en ir a visitar a Leire, durante unos días, a las ocho de la mañana. Siempre puntual, siempre dispuesta para ayudarla a preparar el desayuno de Dani o lo que hiciese falta: ella le dio a Leire la fuerza que necesitaba para seguir… era la primera vez, desde su boda, que Leire no se sentía sola y abandonada, como un cacharro inservible.
Ana... a otros ojos brusca; a los de Leire, absolutamente leal, cariñosa, resolutiva... fue su tabla de salvación.

Y Rosa: Rosa la reñía, viéndola intentar poner la lavadora o preparar la comida para Dani. pero Leire argüía que, si iba a quedarse prácticamente ciega, debá comenzar inmediatamente a valerse por sí misma. Y Rosa, toda llena de cariño, la entendía.

En esos días aprendió Leire que podía poner la lavadora, tender la ropa, dar de comer a Dani (aunque bien es cierto que la cuchara, al principio, iba a parar a cualquier sitio menos a la boca de Dani… hasta que Leire intuyó dónde se hallaba).

Hubo de dormir muchas noches sentada en la cama, por prescripción del médico, que notaba con preocupación que la sangre se remansaba en lugar de reabsorberse.

Hubo visitas frecuentes al médico durante dos años, en los que Leire hubo de someterse a dos tipos de láser y se le descubrió, además, un agujero en la retina del ojo afectado.
La mayor parte de la hemorragia se reabsorbió, pero el tejido macular quedó afectado sin remedio; y Leire perdió alrededor de un cincuenta por ciento de visión. A esa hemorragia siguieron numerosas recidivas... y nuevas hemorragias en elotro ojo... más contrastes… Leire no sabía ya si darse por vencida… sólo podía hacer caso de los médicos quienesla aseguraron que, lo más probable, fuera que los disgustos y el estrés fueran los responsables de sus hemorragias... En esa ocasión y dada la situación en casa, por la frialdad, cuando no furia de Chemo contra ella, se decidió a comprar los ansiolíticos, procurando tomarlos sólo cuando viera muy mal la situación en su hogar.

Al cabo de unos días, sus suegros, que no habían llamado siquiera para interesarse por su estado (ni los tíos de Chemo) anunciaron que se desplazaban a El Centro y que irían a visitarles.

Aparecieron un día, a la hora de una de las tomas de Dani. Chemo se fue con su padre a comprobar la batería de la moto y Leire se quedó sola con Dani y su suegra.
Mientras preparaba la comida de Dani, Leire intentaba mantener una conversación con Lina, cuidando todos y cada uno de sus gestos todas y cada una de sus palabras, no fueran de nuevo a ser tomadas como una afrenta por la familia de Chemo.

Dani aullaba, exigiendo su comida. Leire se daba toda la prisa que podía mientras Lina tomaba en brazos al bebé. Pero no había quién calmara a Dani.

.- ¡Cómo grita este niño!. Reía Lina-

.- Así se pone cuando quiere algo inmediatamente o cuando está molesto o contrariado-aclaró Leire-… ¿ves cómo no hay quién sea capaz de calmarle en estas condiciones?.

Y con esta frase impensada, la “muy poco diplomática Leire” (así se llamaba así misma, ya atemorizada y “auto-culpabilizada” de la interpretación que se diera a cualquier palabra que pronunciase) se desató una nueva tormenta:

.- ¡¿Lo ves?! ¡Otra vez empiezas!. ¡Igual que hiciste con mi hermana!- casi escupió Lina-

A éstas siguieron otras frases acusatorias de las que Leire ni se acuerda, tan perpleja ante la reacción de su suegra e incrédula de que la historia volviese a empezar y de nuevo, sin saber qué había dicho o hecho para “provocar”.

Cuando llegaron Chemo y su padre, Lina aún continuaba gritando y Leire balbuciendo e intentando defenderse. Lina aseguró que no volvería a poner los pies en casa de Leire. Y Leire, notando que algo nuevo en ella, una tremenda furia nacida de la injusticia, la empujaba por mandar a toda esa familia lejos de ella y de Dani: Leire se mordía la lengua hasta hacerse sangre....

.- ¿Qué está pasando aquí?-preguntaron Chemo y su padre.

Mientras Lina hilaba acusación tras acusación, entre gritos, Leire se negaba a admitir una nueva injusticia. Se negó a dar explicaciones de algo que no había hecho, señalando que de nada iban a servir puesto que no sería atendida. “Pensad lo que queráis… a mí ya me da igual todo".

Leire se fue de la habitación, llevándose con ella a Dani, maldiciendo para sus adentros a Chemo y toda su familia, por lo que le estaban haciendo a ella, física y psíquicamente; por esa maldita costumbre de montarle broncas y gritarla siempre en presencia de su hijo.

Al cabo de unos minutos, como si nada hubiese sucedido, Leire entró en el salón a recoger la toquilla de Dani, para acostarle. Entonces, Chemo y su padre instaron a Lina a darle un beso a Leire, de “reconciliación”.

Lina se aproximó a Leire, sentada, con Dani en su regazo:

.- Dame un beso. Y si no quieres no me lo des- dijo Lina a Leire con más bien poco cariño y una viva expresión de cólera asomando a su rostro-

Leire le dio un beso, sin una palabra, y se fue escaleras arriba a acostar a Dani en su cunita.

Ese día intuyó que algo pasaba a sus espaldas… algo que tenía miedo de conocer. Pero ese "algo" ya tenía funestas consecuencias: su marido se alejaba de ella. Y los contínuos disgustos la habían dejado prácticamente ciega.

XX

La convivencia en El Centro no fue fácil:

Chemo desaparecía, camino de su trabajo, a las ocho de la mañana, y Leire se quedaba sola con Dani, por lo general, hasta las ocho o nueve de la noche, hora en que Chemo regresaba… para encerrarse en el ático con su ordenador.

Leire paseaba con el niño, le llevaba a la compra y jugaba con él en el prado que rodeaba a la casa. Y el día se e hacía interminable... mientras se sentía culpable por aburrirse y desear hasta la agonía el regreso de su marido.

Los fines de semana se llegaban hasta la ciudad con el niño.
Eso sí... siempre para quedar con otra gente: amigos o parientes de Chemo; Leire agradecía entonces la compañía… desde el nacimiento de Dani, apenas veía a su marido; añoraba charlas e intercambios de opinión que su bebé no podía darle y que su marido, ausente, le escatimaba.

La casa de El Centro fue inaugurada.

Una y otra vez.

Antes del nacimiento de Dani, Chemo invitó a sus amigos y esposas a pasar un fín de semana. Cinco habitaciones preparó Leire; cinco juegos de sábanas que lavó, secó y planchó tras la visita… amén de un lavabo atascado por la vomitera etílica de uno de los invitados... y carreras por la casa, intentando hallar otro hueco para la esposa del bebedor incontrolado, que esa noche se negó a dormir junto a él.

Después del traslado, Leire (por deseo de Chemo) dio cenas y almuerzos para la familia de Chemo y sus amigos de El Centro.
Nada de particular si no fuese por que nunca bajaban de una docena los comensales… y porque Leire alimentaba aún al pecho a Dani.

Con los intercomunicadores siempre conectados, siempre pendiente de un gemido de Dani, pendiente de la hora de la toma, de la avanzada hora de la noche, sintiéndose mortalmente cansada... Leire comenzaba a sospechar que ni aún Dani tenía para Chemo la importancia que otorgaba a su círculo social y familiar de nacimiento.

Con ocasión de una de esas "inauguraciones", Leire se vio prácticamente dormida sobre el sofá, mientras las conversaciones iban, venían y pasaban por encima de ella. Miró el reloj: las tres de la madrugada… y aún le quedaban al menos dos tomas hasta las ocho de la mañana, hora en que Dani se despertaba.

Se dio cuenta de que aún esperaban los platos, sin fregar; el mesón sin recoger y a cocina sin fregar; los vasos de agua, chupitos y copas sin recoger, por todo el salón... patas arriba.

Y se le cayó el mundo encima.
Pidió a los invitados que la disculparan, pues había de recoger la casa antes de la siguiente toma de Dani… esperando ser comprendida.
Pero Chemo montó en cólera:

.- ¡Es de muy mala educación dejar a los invitados!. ¡Los platos pueden esperar! ¡así que siéntate y atiende a mis amigos como se merecen!

Los ásperos gritos y recriminaciones de Chemo, sumieron a los invitados en un profundo y avergonzado mutismo. Leire, sintiendo que algo se moría, allí mismo, dentro de ella, musitó nuevamente una disculpa y salió de la habitación, procurando contener las lágrimas.

Esa misma noche, Leire intentó explicarle a su marido lo cansada que se encontraba, pero Chemo no supo o quiso entenderla:

.- ¡Estás demasiado pendiente del niño!-acusó Chemo-

.- Chemo… Dani es un bebé. Tú has estado ausente desde que nació y sólo me tiene a mí- intentó defenderse Leire-

.- ¡Con tanta contemplación a saber en lo que vas a convertir al niño!

.- ¿En qué?- preguntó Leire, sabedora del pensamiento de su marido- ¿en gay?

.- ¡O en algo peor!- replicó Chemo-

Leire se encerró en el baño a llorar, sin una palabra más.

Cuando decidió salir del baño, Chemo estaba en la cama, vuelto de espaldas a ella, aparentemente dormido.
Leire jamás se iba a la cama con sensación de enfado o de haber disgustado a alguien. Por eso tomó suavemente el hombro de Chemo y le acarició… sin respuesta.
No escuchaba la respiración de su esposo, lo que le indicó que aún no dormía. Decidió intentarlo de nuevo, aún asustada de lo que podía encontrar si insistía:

.- Chemo-aventuró Leire-háblame, por favor... Yo adoro a Dani, pero también te sigo amando… ahora tengo el corazón lleno con dos amores, y puedo compartirlo. Tú me quieres, ¿verdad?

Desde la espalda de Chemo, Leire sufrió el más espantoso de los silencios.

.- Chemo.- insistió- ¿me quieres?

Nunca se deben preguntar aquéllas respuestas que se temen. Nunca…

.- No lo sé. No sé si te quiero-fue la respuesta de Chemo.

A pesar de los malos ratos, del dolor, de la preocupación, jamás Leire había dudado del amr de su marido hacia ella. Jamás se lo había planteado y, de repente… su seguridad se deshizo en mil pedazos.

Sin poder contener el llanto, Leire abandonó la cama, sin que Chemo variase siquiera de postura.
Leire intentó hallar consuelo en un beso para su pequeño y dormido Dani, y se tumbó sobre la cama de una de las habitaciones de invitados… no podía dormir junto al hombre que acababa de decirle que no la quería: porque, al confesar que no lo sabía, había hecho ver a Leire que no la quería en absoluto.

Leire esperó despierta toda la noche, en vano, que Chemo viniese a buscarla, que la tomase entre sus brazos, que la besase… y nada de eso sucedió.

Desde el primer día que vivieron en El Centro, Chemo se acostumbró a dejar “post-it” por la casa, para que Leire los encontrara: notas cariñosas deseando un buen día o enviando un beso. Leire adoraba ese momento del día en que hallaba las notas de su esposo.

A partir de aquélla noche, no hubo más notas. Esa mañana desaparecieron para siempre, y Chemo se fue al trabajo sin siquiera despedirse de Leire.

Con el paso de los días, Leire intentó comportarse como si nada hubiese pasado, negándose a creer que lo sucedido fuera otra cosa que un momento de mal humor... de esos en los que se dicen cosas que en realidad no se piensan.
Poco a poco retomó la confianza en ella misma y su pareja y decidió que había sido sólo una mala noche: que Chemo ciertamente la quería pues, en otro caso, se habría marchado.,.. y allí seguía: como si nada hubiese pasado.

Continuaron los días y mediaba la primavera. La abuela de Chemo había dormido una noche en la casa de la pareja y Leire había invitado en numerosas ocasiones a los tíos de Cehmo, aún cuando éstos preferían alojarse en la casa que los padres de éste poseían en la ciudad

Chemo continuaba su ajetreada vida profesional y social. Regresaba muy tarde a casa y para encerrarse directamente en su despacho, con el ordenador.

Leire le pedía, a veces, que participara algo en el cuidado de Dani… aunque fuese llenando o vaciando su bañera.
Chemo prometía un “ya bajo” y cuando Leire iba a acostar al bebé, debía dejarlo llorando en la cuna, mientras vaciaba la bañera, llena de agua helada.

Las visitas de una de las hermanas de Leire y de sus padres, eran para ella como agua en el desierto: Echaba tanto de menos una compañía, un cariño que no le daba Chemo, que esas estancias representaban para ella una subida al cielo.

La madre de Leire observaba y callaba: la falta de Chemo, sus presencias ausentes, su desinterés por la pequeña familia. Tiempo después le comentaría a su hija sobre las lágrimas que la vio derramar cuando pensaba que nadie la observaba.

Aún así, Chemo era un estupendo anfitrión, por lo que a salidas se refiere: cenas en la plaza del Ayuntamiento, conversaciones ingeniosas y entretenidas, paseos en coche a las poblaciones cercanas… esos fines de semana eran vitaminas para Leire y sus padres. Chemo sabía cómo entretener a la gente.

Leire había sufrido de pequeña, mientras patinaba, una grave rotura de codo. Entonces abandonó los patines y cualquier cosa que la hiciera deslizarse:

Una tarde, mientras Leire tendía la ropa y Dani dormía ya, veían sus padres y Chemo la televisión en el piso de abajo. Leire escuchó gritar a su madre y salió corriendo desde el jardín:

.- ¡Un gato! ¡He visto subir un gato negro. Gritaba la madre de Leire- ¡Ay, Dios! ¡que no se haya metido en la habitación de Dani!

Leire, en el quicio de la puerta metálica del jardín, se disponía a subir, cuando Chemo llegó a su lado, dispuesto también a subir las escaleras hasta el cuarto de Dani.

En ese momento, con un nuevo grito de la madre de Leire, vio ésta pasar entre sus piernas una sombra negra. Antes de que pensase siquiera en lo que había sido, se sintió brutalmente lanzada contra la puerta acorazada del jardín…. Y cayó al suelo, casi desmayada por el impacto.

El codo… el codo le dolía horriblemente.

Chemo se había asustado al ver escapar al gato entre las piernas de Leire y la había empujado contra la puerta, para dejarse espacio y que e gato nole tocara a él.

La madre de Leire, muy asustada, le hizo ver que el codo se estaba hinchando por momentos y, ante el temor de que estuviese roto, Leire decidió ir a urgencias. Chemo la acompañó hasta el hospital y, en el trayecto, en silencio, desde el coche aparcado hasta la entrada del centro sanitario, Chemo comenzó a balbucear: “menos mal que te salvé del gato, ¿eh?”

Leire, a la que el dolor de su codo la tenía agotada, contestó:

.- Chemo… gracias por decir que querías librarme del gato, pero… estás hablando conmigo: Te asustaste y me empujaste para dejarte espacio libre en el quicio de la puerta. Pero no pasa nada, en serio.

Chemo insistió, en el colmo del enfado, que Leire veía visiones, que él había intentado salvarla. Leire, cansada de discutir, decidió darle la razón y pedirle perdón por haber “inventado” otra cosa…

No hubo fractura… y sí muchas explicaciones al médico de cómo se había producido el golpe: jamás había visto una contusión tan fuerte. Y la felicitaron por haberse librado por milímetros de una fea rotura.

Al llegar a casa, la madre de Leire lloró, una vez deshecha la preocupación de una nueva fractura. Leire, ya más calmada, preguntó a su madre qué había pasado exactamente: la madre le contó que había visto una sombra negra correr escaleras arriba y tuvo miedo por Dani, pero no se atrevió a subir. Vio a su hija en el quicio de la puerta y al gato escapar corriendo entre sus piernas. Vio a Chemo, que se había situado junto a Leire, asustarse y empujar a ésta contra la puerta, intentando evitar que el gato le tocara a él...

Lo cierto es que Leire no se acostumbraba a que Chema la “tomase en vano”. Cuántas veces, si Chemo estaba cansado y no sabía cómo despedirse de una reunión entre amigos, ponía de excusa a Leire:

.- Nos vamos, que Leire está cansada.

Y Leire le miraba perpleja, pero no le contradecía delante de los amigos.

Si Chemo tenía ganas de ir a algún sitio al que los amigos se negaban o se negaba él a ir donde los demás querían, siempre era Leire su excusa: “a Leire no le gusta, Leire prefiere", "Leire, Leire, Leire…”

Un día, medio en broma irónica, medio en serio, Leire le pidió a su esposo que “dejase de tomar el nombre de Leire en vano”. Pero Chemo se reía, orgulloso de sus argucias.

La primavera se agotaba, entre votaciones electorales en las que Chemo no participó pues, asi como Leire se inscribió con su hijo en el padrón municipal, Chemo no lo hizo… Leire no le dio importancia al hecho...

hasta mucho después…

Los días eran más largos, el tiempo fabuloso y la pareja dejaba alguna vez a Dani con Rosa,la asistenta, para ir solos al cine.

Leire sentía que recuperaba a Chemo.

Espejismos.

01 diciembre 2006

XIX

Cap. IX

Cambios


La casa que Leire había comprado en El Centro era preciosa, espaciosísima, cómoda… y Leire se hallaba feliz de poder tener junto a ella, cada día, a su pequeña familia.

Continuaba- pues así se lo había propuesto hasta el sexto mes- alimentando al pecho a Dani, quen crecía y engordaba a ojos vista.

Puesto que a Leire apenas le quedaban ahorros, ya que llevaba cinco meses sin trabajar y lo había invertido todo en los gastos de la compra de el asa y el ajuar de la misma, así como en la manutención y atención de Dani, Chemo decidió entregarle cada mes una especie de “sueldo”: con ese dinero, Leire atendería sus gastos, los de la casa y los de Dani.

La casa, de unos cuatrocientos metros cuadrados, la compra (en el cercano pueblo, a donde Leire se desplazaba caminando cada día, llevando a Dani con ella) y la lactancia (Dani no aguantaba más de dos horas seguidas sin su toma) le hicieron ver a Leire la necesidad de contratar alguna ayuda.

Después de las obras, que Leire limpio por sí sola antes del nacimiento de Dani, la madre de Chemo había instado a éste a tomar una ayuda para mantener la casa limpia mientras sus dueños estuvieran ausentes. Y propuso- e impuso- a un familiar.
A Leire la incomodaba sobremanera tener a una mujer de la familia de Chemo haciendo las tareas de su casa, pero… no pasó de balbucear que no le parecía bien y la decisión se tomó por ella… a pesar de ser la propietaria de la casa. Inclso fijaron el sueldo... sin contar con ella: Veinte mil pesetas-del año 2000- por cuatro días de trabajo al mes.

Y es que Leire se sentía obligada a “contemporizar”, a ceder ante su suegra, Lina, por las veces que Leire había sentido que la “contrariaba”.

Lina dirigía las obras de la casa como si fuese la propietaria, negando a Leire las obras que quería hacer y ridiculizando ante el constructor sus ideas…

Leire pretendía construir una pequeña estantería de obra en el salón, para poder tener allí, a mano, los libros más preciados o consultados por ella y su esposo: la idea de Leire era dejarla en color blanco, mientras el salón se pintaría en un tono arena. Así se lo hizo saber al pintor.
Pero Lina era del parecer de que la estantería habia de ir en el mismo color que el salón, y así se lo dijo al pintor, quien ya no sabía a quién atender.

Leire le explicó a su suegra su decisión y le rogó que les dejara a ellos arreglar la casa a su gusto. Lina asintió y Leire pensó que el tema estaba zanjado.

Cuando Leire revisaba la pintura de la casa encontró, sorprendida, que la estantería estaba pintada en el mismo color que el resto del salón. Pensó que el pintor se habría hecho un lío y, en realidad, no tenía mucha importancia el tema. Aún así,, inquirió:

.- Verá… creí que habíamos acordado que la estantería iría pintada en blanco.

.- Ya-aseguró el pintor- pero su suegra me dijo que la pintara del mismo color del salón.

Aquí, dejó de parecerle a Leire una tontería el color de la dichosa estantería, y pensó que ya estaba bien de soportar intromisiones:

.- Veamos-quiso saber Leire- ¿quién le va a pagar a usted la pintura y la mano de obra? ¿Mi suegra o yo?
.- Usted…-aseveró con cierto miedo el pintor-

.- Pues no se hable más. Yo pago, yo elijo. Haga el favor de pintarla en blanco, como le dije desde un principio.

Leire ganó así una papeleta más de malquerencia en el ánimo de su suegra.


Antes de que Leire y Dani llegaran a vivir a El Centro, la familiar de su esposo que arreglaba la casa en su ausencia... decidió dejar ese trabajo; y Leire se aplicó a encontrar una mujer que la ayudara.

Encontró a Rosa: excelente ayuda, mejor persona y emisora y receptora de confidencias que le hicieron a Leire, en esos meses en El Centro, la vida menos solitaria, salvando a Ana: la única amiga verdadera que allí encontró.
Acordaron entre ambas el salario, que deduciría Leire del dinero que cada mes le ingresaba Chemo para los gastos de la casa.

Leire se las arreglaba para ahorrar en lo que podía: si bien Dani no le producía apenas gastos en alimentación, pues aún continuaba dándole exclusivamente el pecho, introduciendo poco a poco papillas de fruta y lácteos suaves... en ropa, calzado, pañales y medicinas varias era la locura.
Pero Leire no escatimaba con el pequeño. Escatimaba con ella misma: había delgazado entre dos y tres tallas desde que nació Dani y la ropa de antes del embarazo no le servía… se le había quedado tan ancha que no podía arreglarla sin tener que confeccionarla de nuevo.
De modo que comenzó, poco a poco y mes a mes, a hacerse un nuevo guardarropa en la tienda del pueblo: no podía permitirse el pagar los precios de la ciudad.

En el pueblo, mucho más barato aunque no fuera “alta costura”, Leire encontraba ropa para estar cómoda y, a menudo, gracias a su nueva talla, vestía ropa de adolescente y niña (vaqueros, camisetas), con lo cual ahorraba considerablemente.

El mayor gasto se le producía en las salidas a la ciudad: siempre terminaba pagando las copas o la cena, gracias a esa proverbial ausencia de liquidez de Chemo.

Y en las averías de la casa: principalmente la caldera… o el televisor:
Compraron un televisor nuevo, de patalla grande, pues a Chemo le gustaban las cosas grandes. Pero… duró poco… dado que Chemo iba y venía a toda velocidad para cualquier cosa- como buen hiperactivo- dio un día un codazo al receptor y éste aterrizó en el suelo, destrozado en mil pedazos.
Solución: al día siguiente Chemo compró otro televisor, más grande que el anterior y pidió a Leire que si algo faltase por pagar del precio, lo abonara ella en el momento de la entrega.
Al día siguiente llegó el prometido aparato y Leire preguntó a los operarios si debía bonar algo pendiente.

.- Sí señora-contestó uno de ellos-Cien mil pesetas.

Leire tragó saliva y a punto estuvo de marearse… ¿cómo era posible que Chemo hubiera dejado a deber tanto dinero? ¿Pero cuánto había costado el televisor?.
Sin una palabra, Leire acudió a sus reservas caseras y las esquilmó para pagar as cien mil pesetas adeudadas.
Con semejantes gastos, ese mes, como tantos otros, el dinero que Chemo le daba no le alcanzaba ni dos días. Y Leire seguía estirando de sus ahorros, como si fuesen de chicle...

Chemo era propietario de dos coches y dos motos: un “suzuki”, para divertimentos campestres varios; un coche familiar para los desplazamientos; una moto de carretera (a la que prometió subir a Leire, adoradora de las motos. Una de tantas promesas que jamás cumplió Chemo… “el Genio de las Promesas Incumplidas”, como llegaría un día Leire a llamarle en su pensamiento) y una moto “Vespa” del año del catapún que había sido del padre de Chemo.

Rcién llegados a El Centro, Chemo pareció preocuparse or los gastos de su nueva vida y así se lo comunicó a Leire, amén de las determinaciones que había tomado al respecto:

.- "Ahora soy el único que trae dinero a casa, de manera que vamos a reducir gastos: para empezar, vende tu coche. Tenemos los dos míos y no podemos mantener un tercero. De todas formas, ese coche es demasiado potente para ti y no me gusta....
... En segundo lugar, date de baja en el Colegio de Abogados de ElNorte y en la Mutua, porque nunca volverás allí y para qué vamos a seguir pagando cuotas carísimas si no vas a volver a ejercer".

Leire quedó petrificada… pero no pudo protestar ante la vergüenza que le subía a la cara... pensando que su esposo podía estar reprochándola que no ganase dinero y él solo hubiera de hacer frente a gastos que ella producía.
Intentó protestar respecto a la baja de la Mutua, por si tenía algún problema de salud, era lo único que la cubriría.
Pero Chemo decidió que era lo primero que había que dejar de pagar, puesto que era lo más caro.
Sobre la marcha, ante una impotente y resignada Leire, Chemo rellenó de su puño y letra dos cartas de petición de baja, con sendos acuses de recibo y certificados, para el Colegio y la Mutua. Leire “sólo” hubo de firmarlos.

Ante la tristeza y la preocupación de Leire, Chemo aseguraba que jamás le iba a faltar de nada… que él les cuidaría a ella y Dani… otra promesa incumplida.

Leire vendió el coche y Chemo le ofreció el suyo para los días en que no pudiera ir con Dani a hacer la compra al pueblo.

Junto a la liquidación de la sociedad civil de la que era parte Leire (liquidación en la que no percibió absolutamente ningún dinero… por deferencia, agradecimiento y cariño hacia su padre, fundador de la firma) el levantamiento de todas sus posesiones en el despacho que un día fue suyo… la despedida de los clientes que lamentaban su marcha y le rogaban que no abandonara la profesión, que no les abandonara a ellos (de las más dolorosas despedidas de Leire); la dejación de todos sus expedientes, casos y clientes en otras manos… una mezcla extraña de alegría por empezar de nuevo con su familia y de enorme tristeza por la vida que dejaba atrás: la única que había conocido.

Leire se vio con las manos vacías; desnuda: sin nada de aquello por lo que se había esforzado siempre: padres, hermanos, amigos, trabajo, prestigio, independencia, la ciudad que la había visto nacer y crecer… nada.
Excepto lo que consideraba el mayor de sus logros y satisfacción: su marido y su niño.

Leire se vio partir desde cero y Chemo, contento, argüía “Todo arreglado”.

De todas formas, Leire se hallaba muy lejos de sentirse totalmente satisfecha con su nueva vida.
Y decidió que había de buscar un trabajo para cuando dejara la lactancia de Dani.
De manera que comenzó a indagar sobre las posibilidades de trabajo en la ciudad o alrededores, y así se lo comentó a Chemo.

Primero se interesó por unas plazas de profesorado para los internos de la prisión, situada a unos kilómetros: a Leire siempre le había gustado la enseñanza y pensó que sería una buena oportunidad. Lo comentó con sus padres y a éstos no les hizo mucha gracia, pues pensaban que sería un trabajo peligroso… pero a Leire no le importaba. Le gustaba el desafío y ¡tenía tantas ganas de volver a trabajar!…

Le pidió a Chemo que le trajera unas instancias, para rellenarlas y enviar con ellas su currículum… pero el tiempo pasaba y Chemo no llegaba con la más mínima información. Al final, Chemo terminó por decirle que no le gustaba para ella ese trabajo.

Y Leire comenzó a buscar otro.

Después intentó dar clases en la Universidad a distancia, y Chemo le dijo que no quería que pasase tanto tiempo en la carretera, entre las clases y la casa.

Más tarde fueron unas plazas para Juez sustituto; y Chemo volvió a insistir en que no le gustaba ese trabajo para su esposa.

Finalmente, ya casi al borde de la impaciencia, Leire decidió darse de alta como Abogado o Procurador en la ciudad. Y Chemo volvió a desaconsejar, insistiendo en que de una patada en el suelo salían cien mil profesionales y que no había trabajo para tantos.

Francamente molesta ante tanto impedimento por parte de Chemo, preguntó entonces Leire a éste si estaba dispuesto a ayudarla en su determinación de encontrar trabajo o iba a seguir poniéndole obstáculos. Y Chemo, al parecer muy sincero, le explicó:

.- Es que no quiero que trabajes: Prefiero que te quedes en casa, para que cuides de mí y del niño.

En vez de ocurrírsele a Leire una sospecha de machismo brutal, sólo alcanzó a pensar:

.- “Cómo me quiere… y me necesita. Es como un niño egoistón. Qué tierno…”

Y Leire dejó de buscar trabajo, para quedarse a cuidar de la casa, el marido y el hijo. Como deseaba Chemo.

Y ahorrando… siempre quejoso Chemo de la cantidad de dinero que se e iba en el mantenimiento de la familia.

Cuando vivía de su trabajo, Leire acudía una vez por semana a la peluquería y procuraba dar en su imagen un aspecto pulcro, cuidado y digno para las exigencias de su profesión: nunca le gustó maquillarse pero, al menos, se pintaba los labios y cuidaba su pelo y su vestimenta, de cara a clientes y Juzgados.

A partir del momento en que se fueron a vivir a El Centro, y Chemo impuso el rigor económico, ya que dos personas vivían a su costa, Leire aprendió a peinarse por sí misma; e intentó también cortarse por sí misma el cabello: la operación resultó un desastre, de manera que decidió que no podía descalabrar mucho el presupuesto familiar porque acudiera a la peluquería dos veces al año para los cortes... cosa que Chemo no debía entender, a la vista de que a él siempre le cortaba el cabello su tío y , por tanto, el corte le salía completamente gratis… pero a Leire no se lo cortaba nadie.

Así comenzó a escatimaren sí misma… orgullosa de poder ahorrar alguna cantidad, por pequeña que fuese, cada mes y, al mismo tiempo, llevar a la perfección los gastos de la casa y mantener alimentados, bien vestidos y cuidados a su marido y su hijo (para el que siempre encontraba un remanente que gastar en cuentos y juguetes)… aunque a ella-como, en ocasiones, decía su madre- dieran ganas de darle un duro para que se arreglara.

XVIII

Cap.VIII

Vientos de ruptura



“Pavorosos sueños de claustrofobia, donde el Laberinto conduce al seto sin salida, una y otra vez.

En lo alto, la negrura sin nubes; bajo los pies el reptar abominable. Silencio ominoso en los costados y, dentro, el galope de un corazón cabalgado por el Miedo.

Humores de impotencia, pegajosos como rastro de babosa: giros y revueltas… para terminar dando con los mismos paso en idénticas esquinas... no hay salida. Y la terrible convicción: sin alas no hay escape: aquí se pudre tu alma por toda la Eternidad.

Siéntate y espera: la visita del Descarnado, precedido por Locura”

(Leire).

Leire veía pasar con angustia los días de indiferencia de Chemo por Dani… apenas presente de alguna forma en sus vidas.
Leire continuaba esquilmando sus ahorros por mantenerse y mantener a Dani... y Chemo se dedicaba con pasión a sus textos profesionales, redactados en el hogar, haciendo caso omiso de su esposa y su hijo; y a sus viajes y compromisos profesionales.


Leire reprochaba a su esposo que ella y el niño fueran el último pensamiento, la última acción en su hiperactiva vida: primero, trabajo; segundo y tercero (más bien simultáneos) familia (padres, tíos, hermano… no “su” familia) y amigos. Por último, y si no había otro remedio, Leire y Dani.

Leire le hacía saber que podía resignarse a ser la última de la cola, con tal de estar con él unos minutos al día… pero no lograba comprender cómo ese pequeño milagro al que llamaban su hijo, no conseguía absorber aunque fuera una pequeña parte de su corazón y tiempo.
Chemo solía no responder… simplemente salía de la habitación sin una palabra, con la mirada baja.

Y eso que el pequeño Dani se hacía notar: desde los berrinches diarios y a todas horas, hasta la ausencia de sueño, pasando por los golpes con los que el chiquillo azotaba el aire a su alrededor: acertando más de una y dos veces a su madre, y enviándola, directamente, al servicio de urgencias.

A la vista de la corta edad y del difícil carácter de Dani, así como de las exigencias de su lactancia, Leire comunicó a sus padres que esa Navidad la pasarían en casa.: Dani apenas contaba un mes de vida, se mostraba contínuamente irritado y Leire había de darle el pecho cada dos horas. Se le hacía muy cuesta arriba tener que pasar las fiestas entre gritos del bebé, transportes de pañales, toallas, medicinas, cochecito, chupetes y serón.
Sus padres no tuvieron problema alguno en entender y aceptar la decisión de Leire.

No así los de Chemo… o él mismo.

Leire imaginaba que su esposo comprendería su cansancio, apenas transcurrido un mes desde la cesárea, y el problema que significaba traer y llevar, a horas intempestivas, a un bebé de tan corta edad. Pero no fue así: Chemo montó en cólera… al igual que su familia. Leire lloró y suplicó y quiso hacerle ver que una madre recién estrenada no era cosa fácil… y menos para alguien como ella, que había pasado sola el primer mes de vida de su hijo… estaba agotada.
La discusión terminó entre gritos de reproche de Chemo, lágrimas de Leire y la decisión:

.-“Vas a ir con el niño a casa de mis padres en Nochebuena. Y no hay más que hablar”.

Esa Nochebuena Dani gritó hasta quedarse afómico; Leire no pudo cenar por estar ocupada meciendo a su hijo, tratando de calmarle; hubo de dar el pecho a su hijo en tal estado de nervios que decidió dejarle “a medias”: el trasiego, los “sal y entra” de la habitación por parte de toda la familia de Chemo, no invitaban precisamente a la tranquilidad: abre puerta, cierra puerta, entra uno, sale otro… más tarde supo que ninguna fémina de la familia habia alimentado al pecho a sus hijos; parece ser que el hecho de alimentar Leire a Dani era todo un espectáculo para el cual sólo faltó vender entradas… pero no parecía la situación ideal para una tarea tan íntima.
A las cuatro de esa madrugada, Dani y Leire tenían los nervios absolutamente destrozados.

Pero Chemo había “ganado”.

Un día, preocupada por el escaso o nulo interés que Chemo mostraba por su hijo- además de por la lejanía física, Leire decidió plantear a su esposo la sospecha que le daba vueltas en la mente desde el nacimiento de Dani:

.- Chemo… quisiera saber si te planteas regresar algún día a ElNorte…

.- No, Leire. No volveré-aseguró Chemo

.- ¿Estás seguro¿-inquirió Leire. Porque de ser así, no quiero que Dani crezca lejos de su padre.

.- Estoy seguro-confirmó Chemo- El prestigio y el reconocimiento que encuentro en mi trabajo en ElCentro, jamás podré hallarlo aquí.

.- Chemo… si es así, me trasladaré a El Centro con Dani. Pero has de estar seguro de tu decisión: ¡júrame que lo has pensado bien y que no te arrepentirás en poco tiempo!… porque voy a renunciar a mi familia, a mis amigos, a mi trabajo… a toda mi vida. Por seguirte. Porque Dani crezca a tu lado.

.- Estoy seguro, Leire. ¡Jamás volveré a El Norte!.

Ante a firmeza de su marido, Leire no tuvo otra decisión que adoptar que la de preparar el traslado.
Acordaron que la familia se reuniría cuando Chemo lo creyera oportuno, pues el tiempo en ElCentro era muy crudo hasta comienzos de la primavera.
A comienzos del mes de febrero, Chemo comunicó a Leire que la primavera se adelantaba en El Centro: Cuando estuviera todo listo, podían partir hacia su nueva vida.

Y así fue como Leire, con el bebé a dos días de cumplir tres meses, y sin bautizar aún (Chemo nunca encontraba el momento apropiado) se despidió de la que había sido su vida.