07 diciembre 2006

XXIII

Cap. XI

Usurpadores


... la ingenuidad al inocente
la confianza del creyente
sus alas al águila
el Ser a la persona
la ilusión al esperanzado
al soñador sus deseos
la verdad al honrado
al corazón un latido
al iris una lágrima
el regocijo al alma viva

Ponzoña instila en las venas
veneno inocula en la piel
rencor nace en el vientre
tristeza entre las pestañas
culpa inocente en el espíritu
silencios sobre los labios
dolor radia en los huesos
retuerce sierpes en el pensamiento
hierve en sal las heridas
hiela antigüas hogueras

Aquél que destruye inocencias..

(Leire)


Dani crecía en la casa de El Norte. Sin ver a su padre.

Su primera palabra fue “papá” y se pasaba el día pronunciándola… al principio como ensayo de su nuevo poder; más tarde con insistencia, haciendo ver a la madre que quería a su padre. Ya.
La respuesta de Leire siempre era la misma, y es que no había otra: “papá está de viaje, cariño”.
Dani se enfurecía, lloraba y gritaba con más énfasis y rabia ¡PAPA, PAPA, PAPAPAPAPAPAPAPAAAAAA!. Y Leire no sabía qué hacer ni qué decir para calmarle, salvo prometerle que papá volvería pronto. Y es que ni ella sabía cuanto tiempo estaría ausente su marido.
Llegaban a pasar hasta dos semanas sin que le vieran más de un día y medio.
Y es que Chemo, continuaba con su trabajo en El Centro, al haber rechazado la oferta de la Universidad del El Norte: se enteró de que iban a contratar a un ex- cargo político por una cantidad que, supuestamente, no se podían permitir entregarle a él cada mes.
Si hubieran sabido del enorme amor propio de Chemo, como sabía Leire, le habrían ofrecido lo que pedía.

No hubo problema: Chemo, sumamente herido en su ego, rechazó el puesto de El Norte y, dado que había prorrogado sine díe su salida del puesto que tenía en El Centro (con la excusa de que no sabía cúando se realizaría la última prueba para el acceso al cuarto turno) siguió trabajando allí, tomando como adjunto, entre tanto, a la persona que le iba a sustituir y que ya vivía, como nuevo propietario, en la casa que habían habitado.

Al regresar Chemo de sus viajes (que lo mismo le llevaban a Brasil que a México), Leire le contaba cuánto le habían echado de menos, sobre todo Dani. Y Chemo, invariablemente, replicaba “eso son cosas tuyas”.
Leire le juraba y perjuraba que su hijo le echaba atrozmente de menos, pero la respuesta siempre era la misma: “cosas tuyas”.

Esa frase, junto a la de “como no tienes problemas te los inventas” y “no es mi problema” o “es tu problema”, se convirtieron en la más grande pesadilla de Leire en ese año.

Entre algún que otro puñetazo de su hiperactivo hijo y los disgustos que vivía en su relación con Chemo, Leire no dejaba de sufrir hemorragias subretinianas, por lo que continuaba visitando al maravilloso oftalmólogo que la atendía en El Centro.

Ernesto, además de un excelente profesional y experto en retina, era el médico más joven que jamás antes había conocido Leire.
Todos sus pacientes hablaban maravillas de su pericia facultativa… y las señoras, además, de su atractivo.

Lo cierto es que trabaron amistad y parecía unirles cierto cariño, amén de la relación médico-paciente.
Ernesto procuraba animar a Leire y le presentaba los resultados con preocupación de hermano. Así se mostraba también Leire: afectuosa como podía serlo con su propio hermano: A fín de cuentas estaba casada y, aún, a pesar de todos los pesares, enamorada de su marido.

Chemo comenzó a mostrarse celoso un día:

.- Este chico es gay- decía a Leire

. Chemo: sé que tiene una chica y eso no me parece precisamente de gays.
Aunque lo fuera, ¿y qué?- Protestaba Leire-

.- Bueno, pues no será gay. Pero es del Opus-insistía Chemo-

.- Si ha estudiado en una universidad de la Obra será porque la consideró la mejor para su formación. De todas formas- aclaraba Leire-te participo que ha estudiado con beca, por lo que no le debe nada a nadie, salvo a su propio esfuerzo e inteligencia.

Estas palabras sentaban a Chemo como cuerno quemado; y volvía invariablemente a la carga:

.-Veo yo aquí mucho “feeling”

Tan agobiantes llegaron a ser los celos de Chemo que Leire optó por no hablar con Ernesto, salvo lo estrictamente imprescindible y mientras Chemo estuviera presente, con tal de que aliviar sus celos.
Además, temía Leire que se abriera un nuevo frente en la relación de la pareja.
No: a Leire no le hacían ninguna falta más peleas ni humillaciones. Ya tenía bastantes, gracias.

Dejó de hablar, siquiera mirar, a cualquier hombre que conocieran o con quien conversaran: prefería pasar por tonta o “rara” antes de provocar en algún modo la cólera de Chemo. Sentía que si ella no sonreía siquiera, las cosas no empeorarían.

Antes de finalizar el año, se dieron cuenta de que habrían de cambiar de casa. El apartamento de cincuenta metros cuadrados escasos, propiedad de Chemo, era precioso y soleadísimo; y a Leire le encantaba… pero estaba atestado de cosas y Dani no paraba de tropezar y golpearse contra los muebles.

Decidieron buscar otro piso.
Leire se puso a la tarea y le comunicaba los fines de semana a Chemo los pisos que había visitado y le gustaban.
Todos eran rechazados por Chemo: “éste es muy viejo y necesita mucha reforma”, “en aquél se suicidó alguien y me espanta la idea” (aquí compartía Leire la mala impresión), “éste está demasiado alejado del centro”, “aquél está en una zona demasiado oscura”… así uno tras otro.
A punto estuvo Leire de comprar el estudio anejo al piso de Chemo: Pensó que les quedaría un piso muy bueno tirando tabiques y haciendo ciertas reformas… unos noventa metros con dos baños. Chemo se entusiasmó con la idea: se pusieron en contacto con el dueño y quedaron de acuerdo en el precio.
Pero Chemo decidió que su padre había de llevar la negociación final…

A Leire la ofendía que no la dejaran negociar la compra de un piso que iba a pagar ella con el dinero de la venta de la casa de El Centro… pero visto lo visto, cualquiera le decía a ninguno de los dos que se encargaba ella. Presentía que lo tomarían por una ofensa y por nada del mundo quería más broncas con sus suegros.
Así que les dejó hacer ya que, evidentemente, a ella “nunca se la ofendía”.

El suegro de Leire se prentó un día, muy contento, diciendo que ya estaba todo listo y, muy ufano, le comentó que el dueño no sabía que lo querían para unirlo con el de Chemo, que le había sorprendido la idea.

A Leire no le gustó que su suegro diera semejante “pista” al dueño del piso, pero no comentó nada.

A los dos días, recibió una llamada del propietario… elevando el precio del estudio... `porque se había enterado por el suegro de Leire de que querían unirlo: y eso, a su entender, elevaba el precio final necesariamente. Además, Leire habría de hacerse cargo de todos los impuestos.

A su entender, bastante aguantaba Leire en su casa como para soportar también prepotencias de extraños, de modo que, a pesar de la insistencia de Chemo, se negó a dejarse tomar el pelo y no quiso comprar el estudio.

Desesperaba ya de encontrar un piso que les gustara a ambos- y sus nervios se retorcían ante las prisas de Chemo, que le recordaba machaconamente que algunos muebles de la casa de El Centro se hallaban en depósito en un almacén que él estaba abonando- cuando Leire vio el anuncio de un piso muy céntrico, con las habitaciones que deseaba Chemo y plaza de garaje.
Fueron a visitarlo y les encantó a los dos. Sobre todo a Chemo, a quien encandiló la plaza de garaje, justo enfrente del ascensor de subida a los pisos. A Leire le parecía un poco estrecha para el nuevo coche de Chemo (había vendido sus dos coches viejos para comprarse uno nuevo) y así se lo advirtió; pero Chemo le aseguró que entraba de sobra y que era perfecta.

Se comprometieron verbalmente a adquirir el piso y a la semana, firmaron un documento de arras por el que se comprometían a comprar notarialmente la casa y la plaza de garaje. Entregó Leire una señal de millon y medio de pesetas y aguardaron el día de la firma.

En esos días no dejó Leire de recibir extrañas llamadas de los propietarios del piso: que si la plaza de garaje ya no se la vendía, que si subían el precio del piso, que si debían esperar, después de la firma ante el Notario, a que ellos compraran una nueva casa porque no tenían donde alojarse; que si todos los impuestos debía pagarlos Leire… cosas… cosas que a Leire le pincharon la intuición y le hicieron pensar que estaba punto de ser timada.

Así se lo confesó a sus padres y éstos la apoyaron cuando les comunicó su determinación de dar por perdido el dinero de las arras, pero negarse a comprar ese piso.

Cuando se lo dijo a Chemo, casi se la come. Leire sabía, sabía positivamente que ese piso iba a traerle más de un problema, que sus propietarios no eran trigo limpio. Pero Chemo, obnubilado por la plaza de garaje y por la situación del edificio (a un paso de un gran centro comercial donde había salas de cine, una de las grandes pasiones de Chemo) se negó a hablar del tema y barría todas las objeciones de Leire con el sempiterno “eso son cosas tuyas”.

Por mucho que Leire intentó explicarle que no debían comprar ese piso, Chemo se negó, arguyendo que ya había estropeado la compra del estudio anejo a su casa. A buen entendedor: que se lo debía.

Y Leire, muy a su pesar, compró.

Previamente, intentaron colarle los dueños, en en “ensayo” de documento notarial que habían de firmar, que Leire se haría cargo de todos los impuestos, cuando ella había dejado bien claro que cada quien se haría cargo de los que les correspondieran: también consignaban que Leire se haría cargo de todos los gastos notariales, cuando Leire creía haber dejado claro que se abonarían por mitad.
Y la sorpresa:
La casa estaba afectada por una hipoteca.

Puesta al habla con los dueños, Leire les dijo que no pensaba comprar ninguna casa hipotecada, a lo que aquéllos respondieron que esa hipoteca ya estaba pagada.
“Pues bien, cáncelenla”, exigió Leire.
Protestaron los dueños que no había tiempo, y Leire se mantuvo firme, señalando que eso no les llevaría ni un minuto de reunión con el Banco, aunque fuese un día antes del de la firma de la compraventa. A regañadientes prometieron hacerlo así.

Llegó el día, se firmaron los documentos y se encontraron con que los dueños del piso querían poner el mismo que vendían como domicilio, arguyendo que no tenían otro.
Primer problema: El Notario se negó a consignar semejante cosa, pero al final se resolvió el tema.
Leire pagó a tocateja, con el dinero de la venta de la casa de El Centro y dinero que, nuevamente, hubieron de prestarle sus padres.
Los anteriores propietarios se negaban a entregar las llaves, aduciendo que no tenían dónde llevar sus cosas.
A la vista de todos los problemas que la habían ocasionado, Leire ya no se fiaba de ellos.
Cualquier otra persona que ella estimara se comportara de buena fe, hubiera conseguido de ella lo que se le pedía… pero no esta gente.

En los días posteriores, Leire descubrió grietas en las paredes de los cuartos, que habían sido estratégicamente disimuladas con plantas de interior adosadas a la pared. El parquet hecho un desastre, convenientemente oculto tras múltiples alfombras y pasilleras; otra grieta en el balcón de la terracita y… un enorme agujero en el suelo de uno de los armarios empotrados: estupendamente “rellenado” con escombro y material de obra.

Literalmente se le cayó a Leire la casa sobre los hombros y se dio cuenta de la gran reforma que habría que hacer: la cocina se caía completamente; la puerta de una de las habitaciones tenía la madera hundida en el centro (producto de un portazo, probablemente, que había dado a parar la puerta contra la llave del armario), etc, etc… si hasta el baño lucía una estupenda cuerda de lado a lado de la bañera… por lo visto para tender allí la colada… el cubo de la basura, extraíble, y los cajones, oxidados; la nevera rota… un desastre.
Por algo lo dueños no le habían permitido pasar de las puertas de las habitaciones, cosa que a Leire no le había traído precisamente buenos presentimientos…

Hablar con Chemo de obras fue como nombrarle al diablo… se negó en redondo, como no fuese para cambiar la puerta rota y a rehacer un armario en el dormitorio principal.
Afortunadamente, Lina hizo observar a su hijo que la cocina y los baños estaban cayéndose y que habrían de pintar y acuchillar toda la casa… así como la conveniencia de cambiar ya todas las puertas de los dormitorios y no sólo una.
“Fabuloso”, pensó Leire: “al menos esta vez, y sin saberlo, mi suegra me ha hecho un inmenso favor”.

Irma, la amiga de Leire, le pidió los muebles de la cocina, para usarlos en su trastero, a fín de tener ordenadas y recogidas las cosas.
Leire advirtió a sus amiga de que se encontraban en muy mal estado pero, aún así, Irma se empeñó y junto a su marido fueron a recogerlos. A los dos días llamó a Leire:

.- ¡Si llego a saber que están tan mal, jamás me los habría llevado!. ¡Menuda porquería!, ¡los he tenido que tirar!- protestaba Irma-

.- Chica, ya te avisé. Te lo dije no porque no quisiera que te los llevaras, a ver para qué quería yo eso; sino porque estaban realmente en un estado lamentable. A ver si para otra vez te fías más de tu amiga- aseveró Leire-

Y es que la casa se adquirió en auténtico estado de desgüace… “menos mal que Chemo no quería otras casas por no hacerles reforma, anda”, pensaba con ironía Leire.

El caso es que sus premoniciones sobre la casa se habían cumplido, al igual que sus percepciones sobre los vendedores:

Con el tiempo se presentaron en su nuevo piso la policía, dos veces, y un agente judicial para entregar una citación. Al parecer mucha gente “buscaba” a los anteriores propietarios de su piso.

Desaparecieron, sin más, dejando sin pagar los aranceles notariales y los impuestos de la venta. Leire hubo de hacerse cargo del pago de los honorarios notariales en su totalidad y del pago de la cancelación de la anotación en el Registro de la hipoteca, sin posibilidad de reclamación, al desconocer dónde podían haberse escondido sus vendedores.

Mientras seguía su curso la reforma de la casa, llegó el primer cumpleaños de Dani.
Leire pensó que era muy importante para todos festejar como se merecía esa primera velita en el pastel; y decidió hacer una fiesta para toda la familia: por mediación de su hermana y cuñado, alquiló un local, encargó una merienda con pastel de cumpleaños incluído y avisó a su familia y la de Chemo.

Los padres de Chemo no acudieron porque “no les apetecía”
Su hermano, con su esposa y las hijas, sí estuvieron, al igual que sus tíos… pero Leire se pasó toda la merienda intentando que éstos no se sentaran a otra mesa, sobre todo cuando la principal daba cabida a todos… pretendía que toda la familia, de una y otra parte, se sentaran juntos.
No hubo forma. Leire no sabía qué ocurría, pero los tíos se empeñaban en mantenerse apartados… auto-segregados. Insistentes en mantener una distancia que Leire nunca pudo explicarse a qué cuento venía porque, por mucho que se buscaba una culpa (si algo extraño sucedía, era por su culpa, aunque no supiera cuál) no la hallaba.

A Leire le dolió mucho esa extraña actitud de los tíos de Chemo, así como la ausencia de sus suegros.
Procuró disfrutar del primer cumpleaños de su bebé… pero esas sombras se le echaban encima una y otra vez.

No podía evitar pensar que algo andaba muy mal.

Chemo preparaba su comparecencia ante el tribunal que decidiría su aptitud teórica para ser Juez.
Aunque Leire ya no ejercía y aún no sabía cómo recuperar su trabajo, procuraba estar al día en cuanto a noticias jurídicas. Aunque despacio y con dificultad, a causa de las últimas hemorragias, aún podía leer en papel.
Por tanto, comentaba con Chemo, y le aconsejaba, aquéllas cuestiones que pudieran ser más susceptibles de pregunta por el tribunal.

Con la llegada de la primavera, Chemo ya era Juez: había superado con éxito la última prueba ante el tribunal: dado que la puntuación obtenida le había situado entre los primeros puestos, pudo elegir destino, y se decidió por El Norte. Pero surgió un problema:

Poco tiempo antes, el gobierno había dictado una normativa especial en el sentido de que las personas que accedieran a la carrera judicial, siempre que hubieran ejercido un cargo político en un tiempo anterior, debían pasar “en barbecho” unos meses, antes de incorporarse a su plaza de juez; eso sí: cobrando el correspondiente estipendio.

Cualquier otro habría visto el cielo abierto: unas vacaciones pagadas.
Pero Chemo adoraba trabajar… era su vida. Y su sueño el comenzar inmediatamente a ejercer como juez.
De modo que su carácter se ensombreció al pensar en el tiempo que le aguardaba sin poder incorporarse a su nuevo empleo. No obstante, decidió dejar que pasara en la mejor forma posible: conferencias, tribunales de oposición, encargos por cuenta de la Universidad de El Centro (para la que, supuestamente, ya no trabajaba), redacción de libros profesionales… y un nuevo desafío: un libro sobre el desamor.

Chemo se puso manos a la obra, día tras día encerrado en el despacho que Leire le puso en la nueva casa.
Previamente, Leire hubo de enseñarle a manejar el “ratón”: ella, en su día, había aprendido sola a programar en Basic, tan solo con la ayuda de los apuntes de clase de una de las hermanas; también había aprendido por su cuenta a manejar el procesador de textos y el paquete de office, como herramienta imprescindible para su trabajo.
Pero a Chemo eso de arrastrar, pinchar y clickear no se le daba muy bien. Leire perdía la paciencia, no ya por que su marido se mostrara un tanto torpe para la tecnología, sino porque había de enseñarle a cosa de dos metros del pc

.- ¡No toques ahí! ¡a ver si me estropeas el ordenador!- chillaba Chemo a punto de la histeria-

Leire suspiraba y le recordaba a quién le estaba pidiendo ayuda: ella, que llevaba años manejándose a solas con el ordenador.
Lo cierto es que Chemo disponía de dos unidades: una de sobremesa y otra portátil. Pero jamás consintió a Leire que se acercase siquiera a ninguna de las dos. Así que Leire le enseñaba “a distancia”.

Leire, al igual que Chemo, tenía la costumbre de ir doblando las esquinas de las páginas que le llamaban la atención, para releerlas en otra ocasión que retomara el libro. Así pudo ir citando a Chemo, para su libro, fragmentos y sentencias que él incorporaba a sus elucubraciones.
Incuso un “teorema”, de propia cosecha de Leire, al que Chemo puso el nombre de la autora y que venía a decir algo así:
“En una relación amorosa, el esfuerzo que pone una de las partes es inversamente proporcional al resultado obtenido”

Tal y como transcurrieron los acontecimientos, Leire no dispuso de tiempo para leer el libro… tiempo después, su abogada escogió un párrafo que venía a decir: “si estás decidido a dejar tu relación, que no te ablanden súplicas ni lágrimas. Simplemente, márchate”.

Chemo imprimió a su costa unos cuantos ejemplares, lo “apadrinó” con una editorial “fantasma” de su invención y lo ofreció a una librería que ya le había puesto a la venta sus textos jurídicos.

El libro causó no pocos problemas entre la pareja: Chemo decía haberse quedado sin un duro tras las obras realizadas en la casa. Leire seguia desconociendo absolutamente el estado de las finanzas de su marido, pero no entendía cómo se podía estar sin dinero en el banco y pagar un millon de pesetas por imprimir un libro que apenas había ofrecido a las editoriales. Y es que Chemo tenía una bajísima tolerancia a la frustración. Dos negativas y ya se encontraba frustrado. Todo tenía que verlo realizado, ya.

Por otra parte, a Leire le preocupaba sobremanera que Chemo hubiese puesto a a venta el libro bajo una editorial inexistente, que él mismo había inventado obviando las “bendiciones” de Hacienda. Pero Chemo era seguidor de Maquiavelo, y poco le importaba lo que hubiera de hacer con tal de conseguir lo que deseaba.

Sobre este tema, un día que Leire paseaba por la calle con su madre y Dani, y encontraron a la familia de Chemo, ocurrió un litigio definitivo en la relación entre ambas familias:

Se reconocieron y saludaron. Comenzaron una conversación en mitad de la acera, absolutamente cordial.
Leire cree recordar que todo ocurrió a raíz de un comentario de su madre, felicitando a sus consuegros por el magnífico esfuerzo que habían realizado en la formación académica de sus hijos.
La consuegra, Lina, loaba a Chemo en todas sus facetas y argüía que su hijo era también una bellísima persona. La madre de Leire, que había vivido en primera persona las tensiones de la pareja durante su estancia en El Centro, así como la desidia de Chemo respecto a su esposa e hijo, quiso hacer ver a Lina que sí, su hijo era maravilloso, pero no estaría de más que reservara algo de su tiempo para Leire y Dani…
A partir de ahí Leire no recuerda más… sólo escuchaba las protestas indignadas de Lina, quien acogía la sugerencia de la madre de aquélla como una ofensa hacia sí y su hijo.
La madre de Leire, asustada ante la reacción de su consuegra, intentaba pedir disculpas entre grito y grito de Lina, mientras el hermano de Chemo daba a la madre de aquélla parte de razón y atizaba el fuego señalando que su hermano era muy dejado para asuntos que no fueran estrictamente profesionales; y recordaba con Leire una ocasión en la que habían ido de visita a su casa de El Centro: Chemo segaba, junto a su padre, la hierba de la pequeña parcela de la casa, mientras Leire y su cuñada preparaban en la cocina la papilla de fruta de los pequeños.
En tanto Leire daba de merendar a Dani, el hermano de Chemo y su esposa, con la pequeña sentada en su sillita, se turnaban para convencerla de que debía tomar la papilla.
Entró Chemo en la casa y le pidió a su hermano que le ayudara a segar. Su hermano le pidió que esperara a que terminara de dar la merienda a la niña. Chemo insistió y su hermano, enfadadoor la insistencia, casi le gritó:
“¡Es que no ves que ahora mismo estoy ocupado con mi hija!”
Chemo se fue de la habitación, sin decir nada. Y Leire, sola con Dani, se quedó pensando en que al menos uno de los hermanos sabía que un hijo es responsabilidad de dos…

Chemo jamás había preparado un biberón, ni una papilla, ni aún siquiera le había acercado una cuchara a la boca a su hijo. En los dos primeros años de vida de Dani sólo le cambió dos pañales, según él mismo recordaba. Jamás le bañó, jamás le durmió…

Aprovechando que el hermano había sacado la desidia de Chemo por ciertos temas, le confesó la preocupación que sentía por el hecho de que pretendiera vender un libro cuya editorial él mismo se había sacado de la manga, muy lejos de resultar una “auto-edición”… el hermano quedó horrorizado y prácticamente a gritos, en mitad de la calle, se preguntaba cómo podía Chemo ser así de atrevido.
Leire tenía la esperanza de que comentaran el tema entre los hermanos, puesto que Chemo a ella no la escuchaba. Pero fue lo último que supo…

Cuando se despidieron de la familia de Chemo, notó Leire muy silenciosa a su madre. Le preguntó si se encontraba bien… y la pobre mujer prorrumpió en sollozos.:

.- Ay, Leire -comenzó- creo que he metido la pata... quería que tus suegros se dieran cuenta de que Chemo os tiene a ti y a Dani muy abandonados. Quería que se dieran cuenta de que Chemo no puede dedicar toda su vida al trabajo y dejaros a vosotros al margen. Qué mal rato he pasado… cómo se puso Lina…

.- No te preocupes, mami- dijo Leire- que lo has hecho con buena intención. Ya verás cómo no pasa nada. Anda… deja de llorar, por favor.

Y sí… sí pasó…


Nadie de la familia de Chemo llamó a Leire para felicitarla su cumpleaños.
Nadie de la familia de Chemo quiso asistir al bautizo de la sobrina pequeña de Leire, a pesar de estar todos ellos invitados. Ese año no fue invitada a la comida familiar del Día de la Madre…

Dani “pagó” también las consecuencias: nunca le llevaron su abuelos paternos de paseo. Tan sólo un día recibieron una llamada de Lina, pidiendo que le dejaran al niño para darle un paseo.
Leire, encantada de que al fín Lina tuviera un detalle con su nieto, le vistió y salieron para llevar a Dani a casa de sus abuelos. Pero, cuando estaban a mitad de camino, Chemo recibió una llamada en su móvil: era Lina.

.- ¿Chemo?. Mira: que lo he pensado mejor y voy a salir con Carla (la sobrina mayor de Chemo, que entonces contaría con unos cinco años de edad).

Y Dani se quedó sin pasear con su abuela quien, al parecer no podía salir con los dos nietos a la vez. Y Dani aún iba en sillita… nunca más la abuela dijo de llevárselo; hasta el día de hoy, nunca ha salido Dani de paseo con su abuela paterna.

La concentración de Chemo en su libro no parecía digna de mejor causa, pues el día y la noche los pasaba sentado al ordenador: echaba a Dani de la habitación a gritos, porque decía que le iba a borrar lo escrito:

.- ¡Ocúpate del niño, que no me deja trabajar!

Y Leire se llevaba a Dani, mientras preparaba su comida y la de Chemo y ella. Mientras se duchaba, con Dani entrando y saliendo de la bañera. Mientras intentaba hacer la limpieza de la casa y procuraba aligerar, porque Chemo, cuando se cansaba de trabajar, rugía que si no terminaba inmediatamente se marchaba a la calle solo, sin ellos.

La vida de Leire era una carrera de fondo y con vallas…
Alguien le comentó una vez que le daba pena verla: siempre corriendo detrás de Chemo, mientras él ni se molestaba en mirar hacia atrás… como si Leire fuera su mascota.

No era sólo el gritar contínuamente a Leire que se diera prisa, estresándola en una forma extrema, sino que salía a regañadientes:

.- No sé por qué tengo que ir al parque con vosotros- protestaba Chemo- sólo hay mujeres y niños. No pego nada aquí.

.- Chemo-le hacía ver Leire-alli hay un hombre con un niño, allá otro y aquí…

.- ¡Son viejos!-interrumpía Chemo- no tienen nada que hacer porque son jubilados.

.- A ver: esos que estoy viendo yo no tienen más de treinta y cinco años- intentaba Leire razonar con Chemo- ¿Por qué te enfada tanto salir con tu hijo?

Y Chemo protestaba una última vez, anunciando que no le molestaran: Desplegaba el periódico que llevaba y se sentaba a leerlo en el otro extremo de los columpios, mientras Leire jugaba con su hijo y hacía esfuerzos sobrehumanos por tragarse las lágrimas delante del chiquillo.

Según Chemo, tampoco era de “hombres” acompañarles a ella y Dani a las consultas del pediatra de éste… Leire estaba cansada de envidiar a las mujeres “con marido presente"… tan apenada por sentirse madre-soltera desde el embarazo de Dani…

Poco tiempo después, fueron a tomar algo con Irma y Juan. Les acompañaban Dani y una de las hermanas de Leire. En el transcurso de la conversación, Juan le dijo a Chemo:

.- Bueno, Chemo: ahora que ya conseguiste ser juez y que tienes plaza aquí, supongo que te ocuparás más de Leire y de tu hijo.

La adusta respuesta de Chemo dejó helados a todos los presentes:

.-¡Lo primero es mi realización personal y mi realización profesional!

Leire intentó quitarle hierro al silencio que se produjo y, haciendo de tripas corazón, forzó una carcajada para decir “claro… como yo ya no tengo perspectivas de realización…”
Pero volvió a dolerle en lo más profundo no ya saber que Chemo no la consideraba en nada, sino que tampoco pensaba en absoluto en su pequeño hijo, allí: delante de él.

Hacía tiempo que Chemo le comentaba a Leire que iba a alquilar su piso, para disponer de unos ingresos extras, en vista de lo cual, Leire, a la hora de trasladar los enseres a la nueva casa, dejó el ajuar que creía necesario para los futuros inquilinos: toallas, sábanas, colchas, vajilla, cubiertos…

Ya instalados en la nueva casa, Leire preguntaba a Chemo cuándo iba a anunciar el alquiler: Chemo le daba largas… hasta que en una ocasión le dijo a su esposa que lo había pensado mejor:

.- No voy a alquilar mi casa. Necesito algún sitio donde vivir por si pasa algo.

Leire no se atrevió a indagar sobre ese “si pasa algo”, y dejó pasar la expresión, tratando de ignorarla por no hacerse daño preguntándose.

Aún cuando Chemo, supuestamente, se encontraba “de vacaciones forzosas”, seguía viajando al menos una vez por semana. Leire seguía sin acostumbrarse a las continuas ausencias de su marido, más por Dani que por ella. Y no entendía como era posible que, cobrando un salario del Ministerio de Justicia por un trabajo que aún no podía desempeñar, trabajase al mismo tiempo y cobrase de una institución para la que se suponía ya no estaba en nómina, como era la Universidad de El Centro. Y como no lo entendía, no se explicaba esos desplazamientos.
De todas formas, no preguntaba a Chemo, pues sabía que esas preguntas no harían sino provocar una disputa. No podía evitar, sin embargo, rogarle a su esposo que volviera pronto, porque Dani y ella le echaban mucho de menos:

.- ¡A ver si voy a tener que volver corriendo sólo porque tú dices que me echáis de menos!- rugía Chemo.

.- No te enfades Chemo- pedía Leire. Si tanto te molesta que te diga que Dani y yo te añoramos, no te preocupes: pues no te echamos de menos, tranquilo. Hala, ya puedes irte.

Y Chemo se marchaba, mientras Leire se preguntaba qué había en ella, qué tono imprimía a su voz cada vez que hablaba, para que su esposo la gritase en todo momento.

Chemo aún no había llegado a su destino cuando Leire ya le estaba llamando al móvil, llorando, pidiéndole que tuviera paciencia con ella, diciéndole que le quería… y Chemo, aparentemente rebosante de bondad, le contestaba que ya lo arreglarían cuando volviese de su viaje.

Pero a a vuelta todo seguía igual. Un “buenos días” de Leire, parecía desencadenar una tormenta y Leire se sentía hundir cada vez más profundo.

Consciente entonces de que la crisis era muy profunda, pero creyendo que su marido la quería, rogó Leire a Chemo que saliese con ella; que le diera permiso para contratar una “canguro” para Dani y la llevase al cine, a cenar… a cualquier parte con tal de que estuviesen solos: porque añoraba a su marido.
La respuesta de Chemo fue, de nuevo, absolutamente desoladora:

.- Si quieres ir al cine, vete tú sola, que hay sesiones incluso a las doce de la mañana y para eso no me necesitas ni necesitas una “canguro”.

Leire intentaba resignarse. Se decía a sí misma que Chemo estaría pasando por alguna especie de crisis, quizás debido al tiempo que tardaría aún en incorporarse a su sueño en la judicatura.
Procuraba ser consciente de su propio tono de voz, de la modulación de sus palabras, de la intencionalidad, de los gestos… de cualquier cosa que evitara desatar la cólera de Chemo… pero se veía incapaz de detener esa especie de guerra sin cuartel y, por más esfuerzo que hacia, ante los constantes desaires, humillaciones e indiferencias de Chemo, comenzó a creer que algo estaba muy mal en ella… algo de lo que no era consciente y que debía averigüar a toda costa:
Porque se creía culpable de todo.

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