03 diciembre 2006

XXII

Pasaron los días y llegó el verano.
Leire dormía muchas noches sola, con Dani, pues Chemo se ausentaba frecuentemente.
Los amigos de Chemo le preguntaban si no sentía miedo… pero Leire tenía miedo a otras cosas, no a la soledad, a la que estaba tan acostumbrada desde su boda.

Ana se ofrecía a dormir con ella, asegurando que al bueno de su marido y a sus hijos no les importaría.
Pero Leire no quería molestar a nadie.
De todas, formas, le estaba resultando un alivio vivir sola con Dani.

Era extraño: cuando pensaba en Chemo, sentía que aún le amaba… pero también que le temía y que esperaba cada palabra suya con aprensión… temerosa de nuevas broncas, más gritos y acusaciones… se sentía mal por estar a gusto con su hijo, los dos solos, sin Chemo…

Apenas tenía ya tema de conversación con su marido: mientras ella trabajaba, Chemo le contaba cosas de su labor profesional… Leire tenía la sensación de que dejar su trabajo había sido como perder inteligencia o capacidad de comprensión... a ojos de Chemo.

Al cabo de un tiempo, comprendió que a Chemo le irritaba cualquier conversación que sacara sobre Dani o la casa. El decía que a su casa iba a descansar, no a que le agobiaran con “problemas”.

.- Pero Chemo- se defendía Leire- ¡si ahora es éste mi mundo!: el niño y la casa.
Tú ya apenas me cuentas nada de tí, de los amigos o el trabajo; ¡y yo no sé de qué puedo hablarte!.

.- ¡Tú y tus problemas!-atacaba Chemo- Lo que a tí te pasa es que como no los tienes, te los inventas.

Y Leire pensaba, con tristeza, en la docena de veces al día que oía de boca de Chemo las mismas frases: “no es mi problema”, “es tu problema”. Las repetía casi como quien recita un mantra…

El verano, con Dani hecho un mozo de casi nueve meses, sirvió de alivio a Leire: iban por las mañanas a la piscina y, más tarde, Chemo se reunía con ellos.
Dani estaba moreno como un surfista y disfrutaba del agua y de la cercanía de otros niños.
A la vuelta de las compras en el pueblo, Leire siempre jugaba con él un ratito en los columpios a medio camino de su casa. Era feliz, viendo feliz a Dani.

Pasoron ese verano a caballo entre El Norte y El centro.
Los días de El Norte, Leire quiso pasarlos con sus padres, habida cuenta de que sus anteriores años de casada las vacaciones fueron obligadas a la casa de los padres de Chemo.
Dani era aún muy pequeño. Y la madre de Leire tenía cuna y todo lo necesario para el bebé, habida cuenta de que hacía poco que los otros dos nietos habían pasado a sendas camas de “mayores”.
En casa de los padres de Chemo no había nada… y Leire intuía que ni aún la ayuda que sabía encontraría cerca de su madre.

Le pidió a Chemo que, por un verano, hiciese el esfuerzo de veranear con sus padres. Pero Chemo, alegando que estaba mejor con los suyos y que no había espacio en casa de sus suegros, se negó.

Leire decidió no ceder en este caso, y comunicó a su marido que ella y el niño se alojarían en casa de sus padres.
Chemo pareció de acuerdo y asi se hizo:

Cada uno por su lado.

Cada día iba Chemo a recogerlos: estaban juntos y juntos visitaban, diariamente, a la familia de Chemo.

A Dani le daba miedo el mar: ni siquiera dejaba que le mojasen los piececitos; pero disfrutaba como nadie chapoteando en los charcos o jugando con la arena; aunque su pasatiempo favorito era corretear por la playa tomado de la mano de su madre.

Y es que Leire tuvo que sacar a Dani de la cuna de madera enseguida... porque se ponía de pie y amenazaba con tirarse de cráneo al suelo.
A los siete meses ya dormía en una cuna de viaje, más segura y resistente a “escapadas”.

Cuando las amigas de Chemo vieron a Dani ese verano caminando de la mano de su madre, pusieron a Leire como un “trapo”:

.- Pero… ¿cómo le pones de pie tan pequeño?- se escandalizaban- ¿no ves que le vas a hacer daño en la espalda y se le van a quedar las piernas torcidas?

.- A ver- intentaba explicar Leire-: Dani se pone en pie desde los siete meses. Os aseguro que si por mí fuera y por mis lumbares, Dani aguantaba sentado hasta los dieciocho años. Pero lo ha decidido él, no yo.

Ciertamente Dani hoy, años después, no tiene la espalda ni las piernas torcidas. Quizás para disgusto de las agoreras…

Concluído el verano, regresó la familia a El Centro.
Leire esperaba que el invierno no fuese demasiado frío, porque temía por los bronquios de Dani.
Lo cierto es que no llegaría a conocer la crudeza de esos inviernos:

A la hora del almuerzo, llegó Chemo, un día, comunicándole a Leire:

.- Nos volvemos para El Norte

.- ¡¿Quéeeeeeeeee?!- fue todo lo que pudo decir Leire-

.- Verás-explicó Chemo- ya sabes que yo siempre quise ser Juez…

Sí, claro que Leire lo sabía: ants del nacimiento de Dani, estuvo ayudando a su marido a prepararse para las oposiciones a judicaturas: Leire le mantenía informado sobre las reformas más recientes y sobre todo cuanto a doctrina y jurisprudencia al respecto encontraba entre sus archivos.
Chemo aprobó el primer examen, pero le “tumbaron” en el oral: ·”muy bien expuesto, sr… pero insuficiente”

.- Me he presentado al cuarto turno- prosiguió Chemo- Ya sabes: para expertos en derecho. No creía poder pasar la criba de los méritos, pero lo cierto es que he pasado, y con muy buena puntuación: Estoy entre los cinco primeros, con lo cual podré elegir plaza. Tengo que preparar la prueba ante el Tribunal y creo que puedo pasarla. De manera que nos vamos.
Me despediré de mi trabajo y venderás la casa.

.- ¡Pero Chemo!- balbuceaba Leire- si yo lo dejé todo… si tú me juraste que no volveríamos…. Por eso compré esta casa, por eso dejé mi trabajo, por eso me conformé cuando no quisiste que buscara trabajo aquí.
¡ Tú me lo prometiste!… sólo han pasado siete meses desde que nos vinimos… ya estaba buscando guardería para Dani…

Chemo, sin oirla, proseguía con sus planes:

.- Se han portado muy bien aquí, conmigo. De manera que no puedo irme así, a la francesa, o pasaría por desagradecido: Así que voy a decir que hemos de volver porque tú echas mucho de menos a tus padres, y tú dirás lo mismo. ¿De acuerdo?

.- No Chemo. ¿Por qué no puedes decir la verdad?- preguntaba Leire- si todo el mundo sabe que siempre quisiste ser Juez. Dudo que alguien no lo comprenda.

.- Tú no lo entiendes. Se han portado muy bien, acogiéndome por dos veces, y yo no puedo decir que los dejo plantados.
Porque, mientras preparo la comparecencia ante el Tribunal, voy a trabajar en la Universidad de el Norte: me han hecho una oferta y pienso aceptarla.

.- Eso no está bien, Chemo- arguyó Leire- les mientes dos veces y, encima, me pones a mí de escudo.
Y yo sí que no puedo pasar por desagradecida cuando, Ana sin ir más lejos, se ha portado conmigo y con Dani como una madre.
No, Chemo, no pienso aceptar eso: me encanta esta ciudad, me encanta mi casa, me gusta esta vida, y a Dani también.
Yo no quiero mentir.

.- Tú verás lo que haces-fue la respuesta de Chemo- pero en un mes nos despedimos, con la casa vendida.

Así fue.

Antes de cumplirse el mes, Chemo se había despedido de su trabajo, sin haber confesado sus verdaderas razones; había vendido la casa a la persona que le iba a sustituir en el puesto; había contratado una casa de mudanzas y ordenado a Leire las cosas que habían de quedarse, porque se las “regalaba” a los nuevos propietarios, y las que habían de llevarse, para que se encargase de todo.

Leire no podía, no quería permitirle a Chemo que, de nuevo, la usara a ella como excusa y escudo para sus planes.

Un día en que Ana fue a visitarla, le comentó cuanto le había dicho Chemo. Incluída la auténtica razón por la que se marchaban: que Chemo había aceptado otro puesto, mientras preparaba su examen, y que ésta y no otra era la razón de su marcha: no desde luego la que Chemo había difundido entre sus amigos y compañeros de trabajo… que su esposa echaba de menos a sus padres.
Pero Leire sabía que el resto del mundo seguiría tragándose las mentiras de Chemo. Y sabía que la culparían a ella.

Chemo vendió la casa: casi cuatrocientos metros cuadrados. Dos millones más del precio por el que Leire la había comprado.

Un regalo: teniendo en cuenta que la casa no tenía armarios y Leire hubo de ponerlos; “parcelar” el ático, que estaba desnudo y donde se hizo un dormitorio, un baño completo, un armario de pared a pared y una biblioteca-despacho-salón para Chemo; por capricho de Chemo, habilitaron parte del garaje como nesón… las obras fueron numerosas y costosas.
Y Chemo decidió que no podían llevarse todos los muebles, de manera que regaló a los nuevos propietarios las cortinas de toda la casa, las lámparas; y, a excepción de la de matrimonio y la de Dani, las otras tres camas con sus colchones y las almohadas; el gran sofá rinconero del salón, el comedor, el mueble colonial, el mueble-bar; el banco rinconero de la cocina y los muebles y electrodomésticos, así como la televisión que allí habían instalado; lámparas, mesitas; el mesón entero, con su gran mesa rústica y las sillas; el billar americano que les había regalado un amigo de Chemo; algunos cuadros que Chemo le había “prometido” al nuevo propietario; la mesa y las sillas del jardín; el azulejo de la Virgen de Covadonga, el azulejo con el nombre de “bautizo” de la casa “La Xana”… prácticamente toda su casa servía de regalo. Y Leire no lo entendía:

.- Chemo, ¿por qué regalas mi casa?. Son mis cosas, yo las he pagado, yo las he buscado, yo las he amado, ¿por qué?

.- En lugar de protestar, deberías estarme agradecida por haber vendido tan pronto la casa. Y vas a sacar una buena tajada de la venta. No te quejes. Se justificaba Chemo-

Y Leire callaba.
Las discusiones eran cada vez más frecuentes y siempre se resolvían en el mismo modo: Chemo gritaba; y enfatizaba su enfado levantando un puño y golpeando con él cuanto encontraba inmediatamente debajo: el volante del coche, la encimera de la cocina… Leire estaba cobrando un nuevo sentimiento hacia su esposo: terror.

A principios del mes de octubre el tiempo en El Centro cambió a lluvias torrenciales, fuerte viento y un frío imposible de combatir, pues atravesaba todas las capas de ropa con las que Leire se vestía.
Cuántas veces hubo de dar vuelta atrás con Dani, pues temía que el viento le llevara la sillita de entre las manos y el plástico no fuera suficiente para proteger a Dani del frío y de la lluvia.
Pero no hubo de preocuparse mucho tiempo más por las salidas.

Una tarde se presentó Chemo anunciando que ya estaban fijadas las citas: con el Notario para la compraventa, y la de la mudanza, de la que se encargaría Leire.

Afortunadamente, los empleados de la mudanza se encargaban también de embalar las cosas.
Aún así, empaquetar y cargar fue una tarea de locos: Leire iba arriba y abajo por la casa, atendiendo todas las reclamaciones de los empleados: “esto se va, esto se queda”… con Dani en brazos, mirando con ojos de susto el tinglado que se estaba formando en su casa; o le dejaba sentado en la trona, pidiendo al empleado que empaquetaba los utensilios que le hiciera de canguro a su hijo el minuto exacto que tardaba en regresar.
“Por favor, esto ya les comenté que se quedaba”, “no, no… no me embale ese colchón, que se queda”, “sí, ese cuadro se va”, “si, yo le ayudo con eso” … habitación por habitación y mientras terminaba de preparar la comida de Dani y sacaba la ropa d la última lavadora que ponía en esa casa, amén de revisar las cosas que
iba a llevar con ella, dar a Dani su comida, etc, etc… Sola ya, pues Rosa empezaría a trabajar para los nuevos propietarios, a quienes se la recomendó vivamente.

Cuando Chemo regresó a casa, ya oscurecido, la mudanza había terminado y Leire estaba deseando descansar.
Chemo decidió dar una vuelta por la Plaza de El Centro, como despedida, y allá fueron.

Chemo le preguntó cómo había ido la mudanza y Leire le dijo que bien… en general los empleados habían sido muy diligentes y creía que todo estaba en orden, como su marido había dispuesto. Salvo por un detalle:

.- Verás- comentó Leire- el panel ese sobre actores de Hollywood que me dijiste se quedaba, me temo que se ha ido al camión. Es que…

.- ¡¿QUEEEEEEEEEE?!-la interrumpió Chemo- ¡Te dije que ese cuadro lo había prometido! ¡te dije que ese cuadro se quedaba!

.- Chemo… si es que se lo advertí a los empleados… pero me llamaban de una habitación a otra, y cuando me quise dar cuenta el cuadro no estaba… entonces…

.- ¡Está visto que todo lo tengo que hacer yo!-interrumpió Chemo- ¡eres incapaz de hacer nada bien! ¡no se te puede dejar sola! ¡no se te puede encargar nada!

.- Chemo, por favor escúchame-comenzaba a llorar Leire. Te prometo que les dije que ese cuadro no se iba, pero ellos lo cargaron. Y les pedí que por favor lo bajaron, pero me dijeron que no era posible, porque ni siquiera sabían en qué parte del camión estaba...

Pero Chemo continuaba gritando, en medio de la Plaza; los viandantes mirando con asombro la escena y Leire intentando tragarse las lágrimas, porque sabía que eso sólo empeoraría la situación y sacaría aún más de quicio a Chemo.

Chemo era incapaz de detenerse:

.- ¡Inútil!, ¡no vales ni siquiera para una mudanza!, ¡me tengo que encargar yo de todo!.

Leire dejó de escuchar y se sintió invadida por una oleada de humillación. Entre lágrimas, veía los rostros de los paseantes, mirándola… quizás pensando “qué habrá hecho para que el hombre la grite”… se sentía arder en vergüenza… y no pudo más… quería gritarle a Chemo que la dejara en paz; quería que le devolvieran al hombre del que se enamoró y se llevaran a ese monstruo que la hacía desdichada, que la humillaba, la insultaba; que abandonaba en un rincón a su esposa y su hijo y parecía no tener otro leif motiv que pasarse los días pisoteándola.

Leire se refugió en el portal de un cajero automático, con Dani en su sillita, y allí esperó-llorando- a descargar todo el dolor y la impotencia que llevaba dentro.
Mientras Chemo deambulaba por la Plaza, como si con él no fuera la cosa.

Una vez desalojada la casa de El Centro y de vuelta a El Norte, al apartamento que había sido su residencia ocho meses atrás, Leire esperó que algo cambiara en su relación con Chemo. Y sí cambió… a peor.

Al poco se desplazaron de nuevo a El Centro, con el fín de firmar la compraventa y recoger los cheques en la Notaría.
Leire firmó y tomó su cheque, sin mirarlo.
Y así lo habría ingresado en el Banco, sin mirar, si no hubiera captado una conversación, a media voz, entre Chemo y el nuevo propietario:

Leire caminaba tras ellos, despidiéndose mentalmente de su primera y querida casa:

.- Chemo-susurraba el nuevo dueño- espero haber cumplido bien tus instrucciones extendiendo dos cheques, uno para ti y otro para tu mujer: ¿es correcto el importe del tuyo?

.- Perfecto-asintió Chemo- desglosado del precio total de la casa: el importe de las obras para mí y el precio de la casa para Leire. Perfecto.

Entonces, Leire se dio cuenta de que había dos cheques. Miró el suyo: el precio que había pagado por la casa y un millon de pesetas más. Dedujo que el resto, seis millones de pesetas, conformaban la suma escrita en el cheque que Chemo sostenía en una mano.

No la entristeció el hecho de que Chemo se cobrase el dinero que estimaba había puesto en las obras de la casa: ambos habían puesto para los impuestos y las obras. Lo que le dolía era el hecho de que Chemo no le hubiese dicho una sola palabra: que hubiese tenido que descubrirlo ella misma, sorprendiendo una conversación privada. Se dio cuenta de que Chemo había negociado con el nuevo propietario a sus espaldas… no sólo era le pareció desleal… incuso le supo a traición, habida cuenta de que la casa se había comprado exclusivamente con el dinero ahorrado por Leire y con el dinero que sus padres le habían prestado (a fondo perdido) para llegar al total del precio.

Durante mucho tiempo deseó que sus cosas fueran cuidadas por los nuevos dueños. Pero se enteró por Rosa de que aquéllos las habían apilado, sin orden ni concierto, en el garaje.
Regaladas y no queridas.

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