03 diciembre 2006

XXI

Cap.X

Armaguedón


En este momento de sus vida, ya sabía Leire de la ira de Chemo. Pero se sentía incapaz de evitarla, por mucho que lo procurase.
Intentaba discernir y anticipar las explosiones de mal humor de su marido pero, la mayoría de las veces, se veía inútil: un simple “buenos días” parecía desencadenar una tormenta.

A los seis meses del nacimiento de Dani, con la aquiescencia de su pediatra, Leire dejó de amamantarle para pasar a los biberones y algún puré. Leire se sintió, a la vez, triste y aliviada: le gustaba la especial comunión con su hijo mientras le alimentaba… pero con tomas separadas cada hora y media o dos horas, se veía absolutamente falta de tiempo para cualquier otra tarea: siquiera para ocuparse de sí misma.

Recién abandonada la lactancia, en esa primavera plena de esporas gigantes y anaranjadas, que se colaban por todos los intersticios, Dani comenzó a respirar con dificultad.
Leire acudió inmediatamente al pediatra, quien diagnosticó bronquiolitis al bebé.

Su bebé, “recién estrenado”, como le gustaba decir, parecía llevar el mismo camino que la madre y abuela materna:
La abuela de Leire padecía de bronquitis crónica y murió de enfisema pulmonar. Su hija, la madre de Leire, padecía asma de etiología alérgica y bronquitis crónica. La misma Leire heredó esta predisposición y se vio, con unos veinte años, ahogándose y siendo diagnosticada de asma alérgica.

La bronquiolitis de Dani preocupó en extremo a Leire, pues le hacía sospechar que el organismo de su bebé comenzaba a seguir las pautas enfermizas de su familia materna.

La madre de Leire siempre le decía que “luchar por respirar es morir”, La terrible angustia que acompaña a la falta de aire en una crisis asmática, era algo que Leire no deseaba a su bebé por nada de este mundo.

En esos días, Dani, comprensiblemente más irritado que de costumbre, apenas dormía ni cesaba de gritar, arrasándose la garganta y poniendo a su madre en tal estado de preocupación como sólo una madre conoce.

Una tarde, hacia las cinco, cuando Leire al fín había conseguido dormir a Dani, en uno de sus días de especial irritación, se presentaron en la casa los tíos de Chemo y unos parientes de éstos que querían conocer al niño.
A pesar del cansancio, Leire les condujo al interior de la casa y les mostró al niño, agotado y dormido en su cunita. Les enseñó la casa y les invitó a un café en la terraza.
Hasta pasadas las ocho de la tarde estuvieron de visita.
Justo en el momento en el que se iban, llegó Chemo: le saludaron y prometieron volver otro día, a ver si le “pillaban” en casa.

No tardaron mucho: al día siguiente, a la misma hora, allí estaban de nuevo. Chemo, como era habitual, no se hallaba en casa.

Ese día Dani había estado sencillamente imposible. Leire temía que volviera a quedarse afónico y que se pusiera enfermo de tanto arrasarse la garganta a pleno grito. Sencillamente, ya no sabía qué hacer por él, cuando…. sonó el timbre:

Dejó a Dani, con su berrinche, en la cuna; y bajó a abrir la puerta, deseando que quien fuese se marchase pronto para poder volver junto a Dani e intentar calmarlo. Se sentía con los nervios pelados y al aire; como si fuese un cable de alta tensión desnudo y expuesto a la lluvia.

Al ver en el umbral de la puerta a la familia de Chemo, se le cayó el alma a los pies y pensó que no podía atenderles y atender a Dani al mismo tiempo.

Casi llorando, les explicó lo que estaba sucediendo y que le resultaba imposible calmar al bebé. La tía de Chemo se rió al escuchar los berridos de Dani, y le dijo a Leire que no se preocupara, que fuera a atender al niño, que ellos ya volverían en otra ocasión.

Leire les pdió mil perdones, sintiéndose mal por no poder estar con ellos pero, francamente, ese día no parecía poder hacer otra cosa que “bailar” con Dani en brazos por toda la casa; y tenía miedo por él…

.- ¡Qué barbaridad!, ¡cómo grita!-comentó la tía de Chemo- vete, vete a atenderlo, Leire.

Con mil disculpas más, Leire les rogó que volvieran otro día o, incluso, en un rato, por si era capaz de calmar a Dani y poder atenderles.
Los parientes de Chemo se marcharon
y prometieron volver; Leire subió las escaleras como si llevara azogue en las piernas.
La tarde que le dio Dani fue “homérica”.

Al día siguiente se fueron a El Norte, para pasar allí el fín de semana.
Chemo tenía la costumbre, nada más llegar, de “descargar” a su esposa e hijo y los equipajes e, inmediatamente, volver a coger el coche para ir a casa de sus padres, mientras Leire intentaba arreglarse sola con el niño y deshaciendo maletas hasta la vuelta de su marido, casi siempre un par de horas más tarde.

Esa noche, Chemo regresó a casa terriblemente iracundo:

.- ¡Lo que le has hecho a mis tíos y mis padres!-acusó Chemo a voz en grito-

.- ¿De qué hablas Chemo?. Me estás asustando…

.- ¡Lo sabes muy bien!. Les diste a mis tíos con la puerta en las narices. Fueron a visitar a Dani y tú les echaste de casa. Me lo ha dicho mi madre, que se lo contó mi tía.

Leire no daba crédito a lo que estaba escuchando. ¿Cuándo?, ¿cuándo había hecho ella semejante cosa?. Intentó recordar qué había pasado en los últimos días: se vio dando cenas y almuerzos para la familia y los amigos de Chemo; se vio acogiéndolos a todos en su casa; se vio tomando café y haciéndoles la visita, durante tres horas, a los tíos de Chemo y los parientes de éstos… y..

¡El día que Dani no dejó de gritar!... pero si ella no les había echado… si sólo les había pedido que volvieran en un rato, esperando que Dani se calmase y ella pudiese atenderlos… si el día anterior habían estado allí… ¿cómo podían haberle dicho eso? ¿Qué ella les había echado?.

.- Chemo, escúchame-intentó hacerse oir Leire entre los gritos de su esposo- ¡Si el día antes les preparé la merienda y estuve con ellos tres horas!… ¡que no es verdad es!o; Chemo, ¡escúchame!, que Dani gritaba y yo…

Pero Chemo, furioso, no dejaba hablar a Leire: no le interesaban sus explicaciones porque había decidido que era “culpable”.

Gritos y acusaciones “lo que les has hecho… ¡lo que les has hecho!” y Leire indefensa, sin poder hacerse oir entre los improperios, intentando alejar a Dani de semejante escena…
Llorando, llorando de impotencia por no poder defenderse; llorando de dolor al saberse acusada sin la más mínima duda, negándosele cualquier explicación en su defensa.

Culpable, culpable… porque lo habían dicho la madre y la tía de Chemo… y Chemo las creía a ellas sin necesidad de preguntar a Leire.

Entre hipidos y tormenta de lágrimas, absolutamente ocupada por la congoja, el dolor, la tristeza y el miedo, Leire tomó el teléfono y llamó a los tíos de Chemo: se puso su tío y, antes de que éste pudiera decir una sola palabra, Leire ya estaba lanzada a una carrera desenfrenada de palabras entrecortadas por el llanto:

.- Moncho, por favor, por favor… diles que no fue así, que no es verdad. Tú sabes que yo no hice eso… que Dani gritaba mucho… que me dijisteis que fuera a atenderle… que os dije que me perdonaráis… que volvierais en un ratito… yo no os eché, nunca lo he hecho con nadie, nunca lo haría… pero Chemo no quiere escucharme… y no es verdad… yo no hice eso… no soy capaz de hacer algo así…

.- Dile a Chemo que no es así- fue lo único que Leire le pudo escuchar, entre su propia barahúnda de emociones-

Chemo se negó a escuchar una sola palabra que dijera Leire… y Leire pasó ese fín de semana y la semana siguiente, torturada por un dolor inmenso; sintiéndose traicionada por tantos lados que apenas distinguía al enemigo… y preguntándose por qué nadie habría de tenerla por enemiga.

Terminado el fín de semana, sin apenas hablarse (Chemo, porque seguía furioso con Leire. Leire, porque se sentía tan mal que apenas podía pronunciar una palabra) regresaron a su casa de El Centro.

A los dos días, mientras seguía torturada por las imágenes y las voces del fín de semana, llorando en cada oportunidad que su bebé no podía verla, Leire sufrió una hemorragia:

Chemo había comido en casa ese día y se hallaba en el salón, leyendo el periódico, mientras Dani, en su parquecito de actividades, jugaba.

Leire terminó de fregar los platos y de levantar la cocina y salió a llorar a solas a la terraza.
De repente, notó que un enorme charco rojo le nublaba por completo la visión de su ojo izquierdo… puesto que su ojo derecho carecía casi por completo visión central (a causa de una hemorragia subretiniana ocurrida quince años antes, mientras estudiaba en la Facultad de Derecho) se percató de que estaba prácticamente ciega.

Reconociólos signos de la hemorragia y, asustada, entró a trompicones en la casa y fue directamente a Dani: al comprobar que no le veía la cara, que sólo distinguía una enorme mancha en el lugar donde debía estar su hijo, se rompió en el llanto más desgarrador , en el dolor más intenso que jamás pensó pudiera sufrir.

Al comprobar que no veía, Chemo intentó localizar a un oftalmólogo con consulta a esas horas. De todas las clínicas a las que llamaron, sólo una respondió: les citaron inmediatamente, ante los alarmantes síntomas de Leire.

Tras dejar a Dani con Rosa, quien acudióinmediatamente a la llamada de Leire,se presentaron en la clínica.

Allí, previas dilatación, contraste y demás, le diagnosticaron a Leire una tremenda hemorragia subretiniana que había invadido por completo la mácula y la fobea… los puntos de visión central y visión fina de su ojo izquierdo.

Poco se podía hacer, salvo recetar algunas vitaminas, hacer reposo y esperar… esperar que se reabsorbiese la hemorragia lo antes posible, sin dañar los tejidos. Leire quedó con un cinco por ciento de visión total, sumados ambos ojos.

Al día siguiente, Leire hubo de enfrentarse con su “nueva vida”: preparar el biberón para Dani le parecía tarea imposible… y le pidió ayuda a Chemo, quien le puso una marca en el envase, supuestamente para orientarla en cuanto al llenado… y nada más.
Para Leire el biberón apenas era una sombra. Imposible para ella ver la marca… pero después del fín de semana, Leire había comenzado a temer a Chemo: le dio las gracias y no se atrevió a decirle más... esperando, no obstante, que saliera de él el hacer el biberón de Dani.

Pero eso no ocurrió: Chemo se fue a su trabajo sin esperar siquiera cinco minutos a que Leire probara a llenar el biberón. Como si nada hubiese pasado.

Leire estaba aterrorizada: como hacía años que le había sucedido algo parecido en el otro ojo… entonces visitó a las más grandes eminencias de todo el país y siempre la misma respuesta: no se puede hacer nada, ni siquiera para prevenir nuevas hemorragias, porque no hay “enfemedad”… son “accidentes”:
"No montes a caballo, no te tires de cabeza al agua, no metas goles con la cabeza, no hagas movimientos bruscos con la cabeza, no cojas pesos… y, sobre todo, jámás te estreses… si prevés pasar por una situación especialmente estresante, tómate un par de ansiolíticos durante unos días".
Esas cosas le habían advertido los médicos… y Leire procuraba cumplirlas a rajatabla… salvo tomar ansiolíticos, porque nunca le gustó depender de nada, y menos de una pastilla.

En aquélla primera ocasión, había recibido el apoyo y cariño de sus padres y hermanos, quienes se turnaban para leerle y grabarle las lecciones de Derecho Internacional Público… hasta que Leire se vio capaz de leer por sí misma, y bastarse con la visión del ojo que le quedaba sano.

Pero ahora estaba sola… lejos de su casa, de su familia… y de un esposo para el que parecía poco menos que invisible, salvo cuando se disgustaba y la abroncaba.

Siempre hay buenas personas. Y en este caso, la ayuda que Leire necesitaba, no ya para comenzar a vivir sin visión, sino para llenarse de la fuerza y la confianza que no sentía y debía hallar donde fuese... se la dio Ana:
Ana, a pesar de su propia y ajetreada vida con su marido y sus dos hijos, no dudó en ir a visitar a Leire, durante unos días, a las ocho de la mañana. Siempre puntual, siempre dispuesta para ayudarla a preparar el desayuno de Dani o lo que hiciese falta: ella le dio a Leire la fuerza que necesitaba para seguir… era la primera vez, desde su boda, que Leire no se sentía sola y abandonada, como un cacharro inservible.
Ana... a otros ojos brusca; a los de Leire, absolutamente leal, cariñosa, resolutiva... fue su tabla de salvación.

Y Rosa: Rosa la reñía, viéndola intentar poner la lavadora o preparar la comida para Dani. pero Leire argüía que, si iba a quedarse prácticamente ciega, debá comenzar inmediatamente a valerse por sí misma. Y Rosa, toda llena de cariño, la entendía.

En esos días aprendió Leire que podía poner la lavadora, tender la ropa, dar de comer a Dani (aunque bien es cierto que la cuchara, al principio, iba a parar a cualquier sitio menos a la boca de Dani… hasta que Leire intuyó dónde se hallaba).

Hubo de dormir muchas noches sentada en la cama, por prescripción del médico, que notaba con preocupación que la sangre se remansaba en lugar de reabsorberse.

Hubo visitas frecuentes al médico durante dos años, en los que Leire hubo de someterse a dos tipos de láser y se le descubrió, además, un agujero en la retina del ojo afectado.
La mayor parte de la hemorragia se reabsorbió, pero el tejido macular quedó afectado sin remedio; y Leire perdió alrededor de un cincuenta por ciento de visión. A esa hemorragia siguieron numerosas recidivas... y nuevas hemorragias en elotro ojo... más contrastes… Leire no sabía ya si darse por vencida… sólo podía hacer caso de los médicos quienesla aseguraron que, lo más probable, fuera que los disgustos y el estrés fueran los responsables de sus hemorragias... En esa ocasión y dada la situación en casa, por la frialdad, cuando no furia de Chemo contra ella, se decidió a comprar los ansiolíticos, procurando tomarlos sólo cuando viera muy mal la situación en su hogar.

Al cabo de unos días, sus suegros, que no habían llamado siquiera para interesarse por su estado (ni los tíos de Chemo) anunciaron que se desplazaban a El Centro y que irían a visitarles.

Aparecieron un día, a la hora de una de las tomas de Dani. Chemo se fue con su padre a comprobar la batería de la moto y Leire se quedó sola con Dani y su suegra.
Mientras preparaba la comida de Dani, Leire intentaba mantener una conversación con Lina, cuidando todos y cada uno de sus gestos todas y cada una de sus palabras, no fueran de nuevo a ser tomadas como una afrenta por la familia de Chemo.

Dani aullaba, exigiendo su comida. Leire se daba toda la prisa que podía mientras Lina tomaba en brazos al bebé. Pero no había quién calmara a Dani.

.- ¡Cómo grita este niño!. Reía Lina-

.- Así se pone cuando quiere algo inmediatamente o cuando está molesto o contrariado-aclaró Leire-… ¿ves cómo no hay quién sea capaz de calmarle en estas condiciones?.

Y con esta frase impensada, la “muy poco diplomática Leire” (así se llamaba así misma, ya atemorizada y “auto-culpabilizada” de la interpretación que se diera a cualquier palabra que pronunciase) se desató una nueva tormenta:

.- ¡¿Lo ves?! ¡Otra vez empiezas!. ¡Igual que hiciste con mi hermana!- casi escupió Lina-

A éstas siguieron otras frases acusatorias de las que Leire ni se acuerda, tan perpleja ante la reacción de su suegra e incrédula de que la historia volviese a empezar y de nuevo, sin saber qué había dicho o hecho para “provocar”.

Cuando llegaron Chemo y su padre, Lina aún continuaba gritando y Leire balbuciendo e intentando defenderse. Lina aseguró que no volvería a poner los pies en casa de Leire. Y Leire, notando que algo nuevo en ella, una tremenda furia nacida de la injusticia, la empujaba por mandar a toda esa familia lejos de ella y de Dani: Leire se mordía la lengua hasta hacerse sangre....

.- ¿Qué está pasando aquí?-preguntaron Chemo y su padre.

Mientras Lina hilaba acusación tras acusación, entre gritos, Leire se negaba a admitir una nueva injusticia. Se negó a dar explicaciones de algo que no había hecho, señalando que de nada iban a servir puesto que no sería atendida. “Pensad lo que queráis… a mí ya me da igual todo".

Leire se fue de la habitación, llevándose con ella a Dani, maldiciendo para sus adentros a Chemo y toda su familia, por lo que le estaban haciendo a ella, física y psíquicamente; por esa maldita costumbre de montarle broncas y gritarla siempre en presencia de su hijo.

Al cabo de unos minutos, como si nada hubiese sucedido, Leire entró en el salón a recoger la toquilla de Dani, para acostarle. Entonces, Chemo y su padre instaron a Lina a darle un beso a Leire, de “reconciliación”.

Lina se aproximó a Leire, sentada, con Dani en su regazo:

.- Dame un beso. Y si no quieres no me lo des- dijo Lina a Leire con más bien poco cariño y una viva expresión de cólera asomando a su rostro-

Leire le dio un beso, sin una palabra, y se fue escaleras arriba a acostar a Dani en su cunita.

Ese día intuyó que algo pasaba a sus espaldas… algo que tenía miedo de conocer. Pero ese "algo" ya tenía funestas consecuencias: su marido se alejaba de ella. Y los contínuos disgustos la habían dejado prácticamente ciega.

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