03 diciembre 2006

XX

La convivencia en El Centro no fue fácil:

Chemo desaparecía, camino de su trabajo, a las ocho de la mañana, y Leire se quedaba sola con Dani, por lo general, hasta las ocho o nueve de la noche, hora en que Chemo regresaba… para encerrarse en el ático con su ordenador.

Leire paseaba con el niño, le llevaba a la compra y jugaba con él en el prado que rodeaba a la casa. Y el día se e hacía interminable... mientras se sentía culpable por aburrirse y desear hasta la agonía el regreso de su marido.

Los fines de semana se llegaban hasta la ciudad con el niño.
Eso sí... siempre para quedar con otra gente: amigos o parientes de Chemo; Leire agradecía entonces la compañía… desde el nacimiento de Dani, apenas veía a su marido; añoraba charlas e intercambios de opinión que su bebé no podía darle y que su marido, ausente, le escatimaba.

La casa de El Centro fue inaugurada.

Una y otra vez.

Antes del nacimiento de Dani, Chemo invitó a sus amigos y esposas a pasar un fín de semana. Cinco habitaciones preparó Leire; cinco juegos de sábanas que lavó, secó y planchó tras la visita… amén de un lavabo atascado por la vomitera etílica de uno de los invitados... y carreras por la casa, intentando hallar otro hueco para la esposa del bebedor incontrolado, que esa noche se negó a dormir junto a él.

Después del traslado, Leire (por deseo de Chemo) dio cenas y almuerzos para la familia de Chemo y sus amigos de El Centro.
Nada de particular si no fuese por que nunca bajaban de una docena los comensales… y porque Leire alimentaba aún al pecho a Dani.

Con los intercomunicadores siempre conectados, siempre pendiente de un gemido de Dani, pendiente de la hora de la toma, de la avanzada hora de la noche, sintiéndose mortalmente cansada... Leire comenzaba a sospechar que ni aún Dani tenía para Chemo la importancia que otorgaba a su círculo social y familiar de nacimiento.

Con ocasión de una de esas "inauguraciones", Leire se vio prácticamente dormida sobre el sofá, mientras las conversaciones iban, venían y pasaban por encima de ella. Miró el reloj: las tres de la madrugada… y aún le quedaban al menos dos tomas hasta las ocho de la mañana, hora en que Dani se despertaba.

Se dio cuenta de que aún esperaban los platos, sin fregar; el mesón sin recoger y a cocina sin fregar; los vasos de agua, chupitos y copas sin recoger, por todo el salón... patas arriba.

Y se le cayó el mundo encima.
Pidió a los invitados que la disculparan, pues había de recoger la casa antes de la siguiente toma de Dani… esperando ser comprendida.
Pero Chemo montó en cólera:

.- ¡Es de muy mala educación dejar a los invitados!. ¡Los platos pueden esperar! ¡así que siéntate y atiende a mis amigos como se merecen!

Los ásperos gritos y recriminaciones de Chemo, sumieron a los invitados en un profundo y avergonzado mutismo. Leire, sintiendo que algo se moría, allí mismo, dentro de ella, musitó nuevamente una disculpa y salió de la habitación, procurando contener las lágrimas.

Esa misma noche, Leire intentó explicarle a su marido lo cansada que se encontraba, pero Chemo no supo o quiso entenderla:

.- ¡Estás demasiado pendiente del niño!-acusó Chemo-

.- Chemo… Dani es un bebé. Tú has estado ausente desde que nació y sólo me tiene a mí- intentó defenderse Leire-

.- ¡Con tanta contemplación a saber en lo que vas a convertir al niño!

.- ¿En qué?- preguntó Leire, sabedora del pensamiento de su marido- ¿en gay?

.- ¡O en algo peor!- replicó Chemo-

Leire se encerró en el baño a llorar, sin una palabra más.

Cuando decidió salir del baño, Chemo estaba en la cama, vuelto de espaldas a ella, aparentemente dormido.
Leire jamás se iba a la cama con sensación de enfado o de haber disgustado a alguien. Por eso tomó suavemente el hombro de Chemo y le acarició… sin respuesta.
No escuchaba la respiración de su esposo, lo que le indicó que aún no dormía. Decidió intentarlo de nuevo, aún asustada de lo que podía encontrar si insistía:

.- Chemo-aventuró Leire-háblame, por favor... Yo adoro a Dani, pero también te sigo amando… ahora tengo el corazón lleno con dos amores, y puedo compartirlo. Tú me quieres, ¿verdad?

Desde la espalda de Chemo, Leire sufrió el más espantoso de los silencios.

.- Chemo.- insistió- ¿me quieres?

Nunca se deben preguntar aquéllas respuestas que se temen. Nunca…

.- No lo sé. No sé si te quiero-fue la respuesta de Chemo.

A pesar de los malos ratos, del dolor, de la preocupación, jamás Leire había dudado del amr de su marido hacia ella. Jamás se lo había planteado y, de repente… su seguridad se deshizo en mil pedazos.

Sin poder contener el llanto, Leire abandonó la cama, sin que Chemo variase siquiera de postura.
Leire intentó hallar consuelo en un beso para su pequeño y dormido Dani, y se tumbó sobre la cama de una de las habitaciones de invitados… no podía dormir junto al hombre que acababa de decirle que no la quería: porque, al confesar que no lo sabía, había hecho ver a Leire que no la quería en absoluto.

Leire esperó despierta toda la noche, en vano, que Chemo viniese a buscarla, que la tomase entre sus brazos, que la besase… y nada de eso sucedió.

Desde el primer día que vivieron en El Centro, Chemo se acostumbró a dejar “post-it” por la casa, para que Leire los encontrara: notas cariñosas deseando un buen día o enviando un beso. Leire adoraba ese momento del día en que hallaba las notas de su esposo.

A partir de aquélla noche, no hubo más notas. Esa mañana desaparecieron para siempre, y Chemo se fue al trabajo sin siquiera despedirse de Leire.

Con el paso de los días, Leire intentó comportarse como si nada hubiese pasado, negándose a creer que lo sucedido fuera otra cosa que un momento de mal humor... de esos en los que se dicen cosas que en realidad no se piensan.
Poco a poco retomó la confianza en ella misma y su pareja y decidió que había sido sólo una mala noche: que Chemo ciertamente la quería pues, en otro caso, se habría marchado.,.. y allí seguía: como si nada hubiese pasado.

Continuaron los días y mediaba la primavera. La abuela de Chemo había dormido una noche en la casa de la pareja y Leire había invitado en numerosas ocasiones a los tíos de Cehmo, aún cuando éstos preferían alojarse en la casa que los padres de éste poseían en la ciudad

Chemo continuaba su ajetreada vida profesional y social. Regresaba muy tarde a casa y para encerrarse directamente en su despacho, con el ordenador.

Leire le pedía, a veces, que participara algo en el cuidado de Dani… aunque fuese llenando o vaciando su bañera.
Chemo prometía un “ya bajo” y cuando Leire iba a acostar al bebé, debía dejarlo llorando en la cuna, mientras vaciaba la bañera, llena de agua helada.

Las visitas de una de las hermanas de Leire y de sus padres, eran para ella como agua en el desierto: Echaba tanto de menos una compañía, un cariño que no le daba Chemo, que esas estancias representaban para ella una subida al cielo.

La madre de Leire observaba y callaba: la falta de Chemo, sus presencias ausentes, su desinterés por la pequeña familia. Tiempo después le comentaría a su hija sobre las lágrimas que la vio derramar cuando pensaba que nadie la observaba.

Aún así, Chemo era un estupendo anfitrión, por lo que a salidas se refiere: cenas en la plaza del Ayuntamiento, conversaciones ingeniosas y entretenidas, paseos en coche a las poblaciones cercanas… esos fines de semana eran vitaminas para Leire y sus padres. Chemo sabía cómo entretener a la gente.

Leire había sufrido de pequeña, mientras patinaba, una grave rotura de codo. Entonces abandonó los patines y cualquier cosa que la hiciera deslizarse:

Una tarde, mientras Leire tendía la ropa y Dani dormía ya, veían sus padres y Chemo la televisión en el piso de abajo. Leire escuchó gritar a su madre y salió corriendo desde el jardín:

.- ¡Un gato! ¡He visto subir un gato negro. Gritaba la madre de Leire- ¡Ay, Dios! ¡que no se haya metido en la habitación de Dani!

Leire, en el quicio de la puerta metálica del jardín, se disponía a subir, cuando Chemo llegó a su lado, dispuesto también a subir las escaleras hasta el cuarto de Dani.

En ese momento, con un nuevo grito de la madre de Leire, vio ésta pasar entre sus piernas una sombra negra. Antes de que pensase siquiera en lo que había sido, se sintió brutalmente lanzada contra la puerta acorazada del jardín…. Y cayó al suelo, casi desmayada por el impacto.

El codo… el codo le dolía horriblemente.

Chemo se había asustado al ver escapar al gato entre las piernas de Leire y la había empujado contra la puerta, para dejarse espacio y que e gato nole tocara a él.

La madre de Leire, muy asustada, le hizo ver que el codo se estaba hinchando por momentos y, ante el temor de que estuviese roto, Leire decidió ir a urgencias. Chemo la acompañó hasta el hospital y, en el trayecto, en silencio, desde el coche aparcado hasta la entrada del centro sanitario, Chemo comenzó a balbucear: “menos mal que te salvé del gato, ¿eh?”

Leire, a la que el dolor de su codo la tenía agotada, contestó:

.- Chemo… gracias por decir que querías librarme del gato, pero… estás hablando conmigo: Te asustaste y me empujaste para dejarte espacio libre en el quicio de la puerta. Pero no pasa nada, en serio.

Chemo insistió, en el colmo del enfado, que Leire veía visiones, que él había intentado salvarla. Leire, cansada de discutir, decidió darle la razón y pedirle perdón por haber “inventado” otra cosa…

No hubo fractura… y sí muchas explicaciones al médico de cómo se había producido el golpe: jamás había visto una contusión tan fuerte. Y la felicitaron por haberse librado por milímetros de una fea rotura.

Al llegar a casa, la madre de Leire lloró, una vez deshecha la preocupación de una nueva fractura. Leire, ya más calmada, preguntó a su madre qué había pasado exactamente: la madre le contó que había visto una sombra negra correr escaleras arriba y tuvo miedo por Dani, pero no se atrevió a subir. Vio a su hija en el quicio de la puerta y al gato escapar corriendo entre sus piernas. Vio a Chemo, que se había situado junto a Leire, asustarse y empujar a ésta contra la puerta, intentando evitar que el gato le tocara a él...

Lo cierto es que Leire no se acostumbraba a que Chema la “tomase en vano”. Cuántas veces, si Chemo estaba cansado y no sabía cómo despedirse de una reunión entre amigos, ponía de excusa a Leire:

.- Nos vamos, que Leire está cansada.

Y Leire le miraba perpleja, pero no le contradecía delante de los amigos.

Si Chemo tenía ganas de ir a algún sitio al que los amigos se negaban o se negaba él a ir donde los demás querían, siempre era Leire su excusa: “a Leire no le gusta, Leire prefiere", "Leire, Leire, Leire…”

Un día, medio en broma irónica, medio en serio, Leire le pidió a su esposo que “dejase de tomar el nombre de Leire en vano”. Pero Chemo se reía, orgulloso de sus argucias.

La primavera se agotaba, entre votaciones electorales en las que Chemo no participó pues, asi como Leire se inscribió con su hijo en el padrón municipal, Chemo no lo hizo… Leire no le dio importancia al hecho...

hasta mucho después…

Los días eran más largos, el tiempo fabuloso y la pareja dejaba alguna vez a Dani con Rosa,la asistenta, para ir solos al cine.

Leire sentía que recuperaba a Chemo.

Espejismos.

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