01 diciembre 2006

XIX

Cap. IX

Cambios


La casa que Leire había comprado en El Centro era preciosa, espaciosísima, cómoda… y Leire se hallaba feliz de poder tener junto a ella, cada día, a su pequeña familia.

Continuaba- pues así se lo había propuesto hasta el sexto mes- alimentando al pecho a Dani, quen crecía y engordaba a ojos vista.

Puesto que a Leire apenas le quedaban ahorros, ya que llevaba cinco meses sin trabajar y lo había invertido todo en los gastos de la compra de el asa y el ajuar de la misma, así como en la manutención y atención de Dani, Chemo decidió entregarle cada mes una especie de “sueldo”: con ese dinero, Leire atendería sus gastos, los de la casa y los de Dani.

La casa, de unos cuatrocientos metros cuadrados, la compra (en el cercano pueblo, a donde Leire se desplazaba caminando cada día, llevando a Dani con ella) y la lactancia (Dani no aguantaba más de dos horas seguidas sin su toma) le hicieron ver a Leire la necesidad de contratar alguna ayuda.

Después de las obras, que Leire limpio por sí sola antes del nacimiento de Dani, la madre de Chemo había instado a éste a tomar una ayuda para mantener la casa limpia mientras sus dueños estuvieran ausentes. Y propuso- e impuso- a un familiar.
A Leire la incomodaba sobremanera tener a una mujer de la familia de Chemo haciendo las tareas de su casa, pero… no pasó de balbucear que no le parecía bien y la decisión se tomó por ella… a pesar de ser la propietaria de la casa. Inclso fijaron el sueldo... sin contar con ella: Veinte mil pesetas-del año 2000- por cuatro días de trabajo al mes.

Y es que Leire se sentía obligada a “contemporizar”, a ceder ante su suegra, Lina, por las veces que Leire había sentido que la “contrariaba”.

Lina dirigía las obras de la casa como si fuese la propietaria, negando a Leire las obras que quería hacer y ridiculizando ante el constructor sus ideas…

Leire pretendía construir una pequeña estantería de obra en el salón, para poder tener allí, a mano, los libros más preciados o consultados por ella y su esposo: la idea de Leire era dejarla en color blanco, mientras el salón se pintaría en un tono arena. Así se lo hizo saber al pintor.
Pero Lina era del parecer de que la estantería habia de ir en el mismo color que el salón, y así se lo dijo al pintor, quien ya no sabía a quién atender.

Leire le explicó a su suegra su decisión y le rogó que les dejara a ellos arreglar la casa a su gusto. Lina asintió y Leire pensó que el tema estaba zanjado.

Cuando Leire revisaba la pintura de la casa encontró, sorprendida, que la estantería estaba pintada en el mismo color que el resto del salón. Pensó que el pintor se habría hecho un lío y, en realidad, no tenía mucha importancia el tema. Aún así,, inquirió:

.- Verá… creí que habíamos acordado que la estantería iría pintada en blanco.

.- Ya-aseguró el pintor- pero su suegra me dijo que la pintara del mismo color del salón.

Aquí, dejó de parecerle a Leire una tontería el color de la dichosa estantería, y pensó que ya estaba bien de soportar intromisiones:

.- Veamos-quiso saber Leire- ¿quién le va a pagar a usted la pintura y la mano de obra? ¿Mi suegra o yo?
.- Usted…-aseveró con cierto miedo el pintor-

.- Pues no se hable más. Yo pago, yo elijo. Haga el favor de pintarla en blanco, como le dije desde un principio.

Leire ganó así una papeleta más de malquerencia en el ánimo de su suegra.


Antes de que Leire y Dani llegaran a vivir a El Centro, la familiar de su esposo que arreglaba la casa en su ausencia... decidió dejar ese trabajo; y Leire se aplicó a encontrar una mujer que la ayudara.

Encontró a Rosa: excelente ayuda, mejor persona y emisora y receptora de confidencias que le hicieron a Leire, en esos meses en El Centro, la vida menos solitaria, salvando a Ana: la única amiga verdadera que allí encontró.
Acordaron entre ambas el salario, que deduciría Leire del dinero que cada mes le ingresaba Chemo para los gastos de la casa.

Leire se las arreglaba para ahorrar en lo que podía: si bien Dani no le producía apenas gastos en alimentación, pues aún continuaba dándole exclusivamente el pecho, introduciendo poco a poco papillas de fruta y lácteos suaves... en ropa, calzado, pañales y medicinas varias era la locura.
Pero Leire no escatimaba con el pequeño. Escatimaba con ella misma: había delgazado entre dos y tres tallas desde que nació Dani y la ropa de antes del embarazo no le servía… se le había quedado tan ancha que no podía arreglarla sin tener que confeccionarla de nuevo.
De modo que comenzó, poco a poco y mes a mes, a hacerse un nuevo guardarropa en la tienda del pueblo: no podía permitirse el pagar los precios de la ciudad.

En el pueblo, mucho más barato aunque no fuera “alta costura”, Leire encontraba ropa para estar cómoda y, a menudo, gracias a su nueva talla, vestía ropa de adolescente y niña (vaqueros, camisetas), con lo cual ahorraba considerablemente.

El mayor gasto se le producía en las salidas a la ciudad: siempre terminaba pagando las copas o la cena, gracias a esa proverbial ausencia de liquidez de Chemo.

Y en las averías de la casa: principalmente la caldera… o el televisor:
Compraron un televisor nuevo, de patalla grande, pues a Chemo le gustaban las cosas grandes. Pero… duró poco… dado que Chemo iba y venía a toda velocidad para cualquier cosa- como buen hiperactivo- dio un día un codazo al receptor y éste aterrizó en el suelo, destrozado en mil pedazos.
Solución: al día siguiente Chemo compró otro televisor, más grande que el anterior y pidió a Leire que si algo faltase por pagar del precio, lo abonara ella en el momento de la entrega.
Al día siguiente llegó el prometido aparato y Leire preguntó a los operarios si debía bonar algo pendiente.

.- Sí señora-contestó uno de ellos-Cien mil pesetas.

Leire tragó saliva y a punto estuvo de marearse… ¿cómo era posible que Chemo hubiera dejado a deber tanto dinero? ¿Pero cuánto había costado el televisor?.
Sin una palabra, Leire acudió a sus reservas caseras y las esquilmó para pagar as cien mil pesetas adeudadas.
Con semejantes gastos, ese mes, como tantos otros, el dinero que Chemo le daba no le alcanzaba ni dos días. Y Leire seguía estirando de sus ahorros, como si fuesen de chicle...

Chemo era propietario de dos coches y dos motos: un “suzuki”, para divertimentos campestres varios; un coche familiar para los desplazamientos; una moto de carretera (a la que prometió subir a Leire, adoradora de las motos. Una de tantas promesas que jamás cumplió Chemo… “el Genio de las Promesas Incumplidas”, como llegaría un día Leire a llamarle en su pensamiento) y una moto “Vespa” del año del catapún que había sido del padre de Chemo.

Rcién llegados a El Centro, Chemo pareció preocuparse or los gastos de su nueva vida y así se lo comunicó a Leire, amén de las determinaciones que había tomado al respecto:

.- "Ahora soy el único que trae dinero a casa, de manera que vamos a reducir gastos: para empezar, vende tu coche. Tenemos los dos míos y no podemos mantener un tercero. De todas formas, ese coche es demasiado potente para ti y no me gusta....
... En segundo lugar, date de baja en el Colegio de Abogados de ElNorte y en la Mutua, porque nunca volverás allí y para qué vamos a seguir pagando cuotas carísimas si no vas a volver a ejercer".

Leire quedó petrificada… pero no pudo protestar ante la vergüenza que le subía a la cara... pensando que su esposo podía estar reprochándola que no ganase dinero y él solo hubiera de hacer frente a gastos que ella producía.
Intentó protestar respecto a la baja de la Mutua, por si tenía algún problema de salud, era lo único que la cubriría.
Pero Chemo decidió que era lo primero que había que dejar de pagar, puesto que era lo más caro.
Sobre la marcha, ante una impotente y resignada Leire, Chemo rellenó de su puño y letra dos cartas de petición de baja, con sendos acuses de recibo y certificados, para el Colegio y la Mutua. Leire “sólo” hubo de firmarlos.

Ante la tristeza y la preocupación de Leire, Chemo aseguraba que jamás le iba a faltar de nada… que él les cuidaría a ella y Dani… otra promesa incumplida.

Leire vendió el coche y Chemo le ofreció el suyo para los días en que no pudiera ir con Dani a hacer la compra al pueblo.

Junto a la liquidación de la sociedad civil de la que era parte Leire (liquidación en la que no percibió absolutamente ningún dinero… por deferencia, agradecimiento y cariño hacia su padre, fundador de la firma) el levantamiento de todas sus posesiones en el despacho que un día fue suyo… la despedida de los clientes que lamentaban su marcha y le rogaban que no abandonara la profesión, que no les abandonara a ellos (de las más dolorosas despedidas de Leire); la dejación de todos sus expedientes, casos y clientes en otras manos… una mezcla extraña de alegría por empezar de nuevo con su familia y de enorme tristeza por la vida que dejaba atrás: la única que había conocido.

Leire se vio con las manos vacías; desnuda: sin nada de aquello por lo que se había esforzado siempre: padres, hermanos, amigos, trabajo, prestigio, independencia, la ciudad que la había visto nacer y crecer… nada.
Excepto lo que consideraba el mayor de sus logros y satisfacción: su marido y su niño.

Leire se vio partir desde cero y Chemo, contento, argüía “Todo arreglado”.

De todas formas, Leire se hallaba muy lejos de sentirse totalmente satisfecha con su nueva vida.
Y decidió que había de buscar un trabajo para cuando dejara la lactancia de Dani.
De manera que comenzó a indagar sobre las posibilidades de trabajo en la ciudad o alrededores, y así se lo comentó a Chemo.

Primero se interesó por unas plazas de profesorado para los internos de la prisión, situada a unos kilómetros: a Leire siempre le había gustado la enseñanza y pensó que sería una buena oportunidad. Lo comentó con sus padres y a éstos no les hizo mucha gracia, pues pensaban que sería un trabajo peligroso… pero a Leire no le importaba. Le gustaba el desafío y ¡tenía tantas ganas de volver a trabajar!…

Le pidió a Chemo que le trajera unas instancias, para rellenarlas y enviar con ellas su currículum… pero el tiempo pasaba y Chemo no llegaba con la más mínima información. Al final, Chemo terminó por decirle que no le gustaba para ella ese trabajo.

Y Leire comenzó a buscar otro.

Después intentó dar clases en la Universidad a distancia, y Chemo le dijo que no quería que pasase tanto tiempo en la carretera, entre las clases y la casa.

Más tarde fueron unas plazas para Juez sustituto; y Chemo volvió a insistir en que no le gustaba ese trabajo para su esposa.

Finalmente, ya casi al borde de la impaciencia, Leire decidió darse de alta como Abogado o Procurador en la ciudad. Y Chemo volvió a desaconsejar, insistiendo en que de una patada en el suelo salían cien mil profesionales y que no había trabajo para tantos.

Francamente molesta ante tanto impedimento por parte de Chemo, preguntó entonces Leire a éste si estaba dispuesto a ayudarla en su determinación de encontrar trabajo o iba a seguir poniéndole obstáculos. Y Chemo, al parecer muy sincero, le explicó:

.- Es que no quiero que trabajes: Prefiero que te quedes en casa, para que cuides de mí y del niño.

En vez de ocurrírsele a Leire una sospecha de machismo brutal, sólo alcanzó a pensar:

.- “Cómo me quiere… y me necesita. Es como un niño egoistón. Qué tierno…”

Y Leire dejó de buscar trabajo, para quedarse a cuidar de la casa, el marido y el hijo. Como deseaba Chemo.

Y ahorrando… siempre quejoso Chemo de la cantidad de dinero que se e iba en el mantenimiento de la familia.

Cuando vivía de su trabajo, Leire acudía una vez por semana a la peluquería y procuraba dar en su imagen un aspecto pulcro, cuidado y digno para las exigencias de su profesión: nunca le gustó maquillarse pero, al menos, se pintaba los labios y cuidaba su pelo y su vestimenta, de cara a clientes y Juzgados.

A partir del momento en que se fueron a vivir a El Centro, y Chemo impuso el rigor económico, ya que dos personas vivían a su costa, Leire aprendió a peinarse por sí misma; e intentó también cortarse por sí misma el cabello: la operación resultó un desastre, de manera que decidió que no podía descalabrar mucho el presupuesto familiar porque acudiera a la peluquería dos veces al año para los cortes... cosa que Chemo no debía entender, a la vista de que a él siempre le cortaba el cabello su tío y , por tanto, el corte le salía completamente gratis… pero a Leire no se lo cortaba nadie.

Así comenzó a escatimaren sí misma… orgullosa de poder ahorrar alguna cantidad, por pequeña que fuese, cada mes y, al mismo tiempo, llevar a la perfección los gastos de la casa y mantener alimentados, bien vestidos y cuidados a su marido y su hijo (para el que siempre encontraba un remanente que gastar en cuentos y juguetes)… aunque a ella-como, en ocasiones, decía su madre- dieran ganas de darle un duro para que se arreglara.

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