22 noviembre 2006

XIII

Cap V

Recién casados

“Nada alimenta mejor que el amor. Y los amantes bien saben que las horas pasan de largo sin más saciedad y nutriente que el de los besos sobre la piel.

Quizás por satisfacer el hambre del alma, nos tomamos de la mano para conducirnos mutuamente a la gran sala donde sueña el piano.

Descubierto el cobertor de la tapa, tiemblan las teclas al frío de la madrugada: Improvisaciones para infundir la calidez de los dedos a cuatro manos. Ella descansa sobre mis piernas, su espalda contra mi pecho.

Veinte dedos van hilando y enamorando notas: cortejadas, renuentes, rendidas, vencidas, guerreras, conquistadoras, cazadoras y presas.

Suben y bajan las escalas, febriles. Y ella arde en las mejillas, prendiendo antorchas a cada fibra de mi ser... Libero mis manos del teclado para exordizar su cintura mientras ella es poseída por no sé si el ángel o el diablo que habitan entre las teclas.

Caminos de seda crujiente y blanca blonda hacia los corchetes del corpiño; en caída libre a las jarreteras que sujetan, abrigan y ornan sus piernas.

La fiebre lleva mis dedos y boca a ss pulsos; y me dejo embriagar por la absenta de sus cabellos, libres por mi mano de sus carceleros. Almizcla en sus arterias pulsantes, caballos desbocados en ese corazón que atrapo bajo el hueco de mi mano hasta hallar las notas más agudas en los rosados botones de sus senos”.


(Leire)


De vuelta tras la luna de miel, ambos se reincorporaron a sus respectivos trabajos. Y la convivencia siguió como el noviazgo: separados por quinientos kilómetros.


La familia de Leire le apuntaba la conveniencia de dejarlo todo e irse a vivir con Chemo: se les hacía "extraordinaria" una convivencia de sólo fines de semana.


Pero Leire había pagado un precio tan alto por lograr sus sueños profesionales, que se resistía a renunciar. Amaba a Chemo y deseaba más que nada vivir cada día, cada instante, junto a él… pero no sabía cómo conciliarlo con su trabajo.


Alguien le ofreció la solución a Chemo: un cambio de gobierno en la autonomía dejaba vacantes muchos puestos políticos; y a Chemo se le ofreció uno de gran responsabilidad. El no lo dudó dos veces y aceptó: no sólo podrían estar juntos, sino que era un paso de gigante en su carrera profesional.


Aquella oportunidad fue para Leire como continuar la luna de miel. Se despedían por la mañana, camino de sus respectivos trabajos, sitos prácticamente al lado el uno del otro, y se reunían para el descanso de mediodía.
Por regla general, Chemo almorzaba fuera de casa, pues eran numerosas las invitaciones que llevaba anejas el cargo; por otra parte, Chemo no ejaba pasar un día sin visitar a sus padres y tíos, de forma que, si no tenía compromisos, almorzaba con ellos.
Así Leire aprovechaba también para visitar a sus padres y comer con ellos.

A las ocho de la tarde, ella salía corriendo del trabajo para encontrar abierta alguna tienda de comestibles, hacer la compra y preparar la cena.


La limpieza e su nuevo hogar la hacía or las noches y solía dejar la plancha para los fines de semana. Así le quedaba tiempo para charlar con Chemo, ver juntos la tele un rato, leer, coser y cuanto se terciase.

La vida era fabulosa: el hombre que amaba, la familia, el trabajo… todo estaba allí, y en orden.
Compraba camisas, zapatos, ropa interior, pijamas, etc, para Chemo, sin importarle el gasto, porque eran sus regalos para él-presumido, pero poco pendiente de su vestimenta, si eso significaba tener que ir a las tiendas-.


Habían decidido al fín otorgar capitulaciones, en orden a separar sus bienes, pues Chemo aventuró que un cargo político, como el que ocupaba en ese momento, podía traer problemas en el futuro; y si sucedía cualquier cosa, al menos los bienes de Leire se encontrarían a salvo de las responsabilidades de su marido.
Leire no tenía nada, salvo su cuenta de ahorro, pues dada la negativa de Chemo a que se comprase un piso, había decidido dejar crecer ese dinero.
Y como no dependía económicamente de su marido, le pareció que se mostraba muy considerado al pensar en fel uturo bienestar de su esposa. De manera que accedió y, por encargo de Chemo, siempre ocupado, acudió a la Notaría a para arreglar el tema.



Jamás pasó por la cabeza de Leire que, en caso de necesidad, su marido le negara ayuda. Pecó de ingenuidad y exceso de buena fe.

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Leire perdió, entre tanto ypor completo, el contacto con sus amigas, siempre llevada por Chemo junto a los suyos: comidas familiares casi cada fín de semana, y cenas con los amigos de aquél... cada vez pasaban menos tiempo solos.


Los viajes por semana de Chemo, se le hacían a Leire muy cuesta arriba: saber que no le vería en tres días esa semana, lo mismo que la anterior y, probablemente, la siguiente, conseguía que se le escaparan las lágrimas.
Chemo decía no querer verla triste, porque él se ponía triste también; y prometía volver cuanto antes… pero ella nunca se acostumbró a las ausencias de su marido.


Y la vida seguía... con nuevas soprpresas:

Un día, sucedió algo que impactó a Leire: estaban reunidos con los amigos de Chemo, discutiendo no se sabe qué, y Leire intervino con su opinión al respecto: Chemo la recriminó diciendo que se callara; que ella no tenía ni idea de lo que se hablaba.

Leire guardó silencio y esperó a llegar a casa.
Una vez allí, cuando Chemo se hubo sentado en su sillón favorito, se puso en pie delante de él y le dijo con mucha calma:


.- Nunca. Nunca más vuelvas a decirme ni en privado ni mucho menos en público lo que sé y no sé, lo que deba o no opinar y pensar. ¿Me explico?

Chemo pareció sorprendido, pero asintió, sin más. No obstante, la advertencia de Leire no sirvió de mucho: si Leire leía un libro y un párrafo le parecía especialmente interesante, le gustaba leérselo a Chemo y comentarlo con él. El no parecía interesado en las lecturas de su esposa y, en una ocasión, se descolgó recriminando a Leire el “rollo” que le estaba soltando y que no le interesaba en absoluto.
Leire se sorprendió y dolió, pero intentó hacerle ver que ella escuchaba con interés sus asuntos de trabajo y cualquier cosa que él le comentaba; porque le interesaba todo lo que a él se refería...
… qué menos que esperar ella lo mismo de él…

Durante el tiempo que Chemo estuvo ocupando el cargo político, Leire comenzó a echarle de menos, pero la vida, en general, seguía siendo feliz para ella.

Sin embargo, llegaba el momento en el que habría nuevas votaciones y Chemo había recibido oferta de su antigüo empleo para reincorporarse. De manera que volverían a separarse.


Por una parte, Leire no deseaba separarse de su marido, por otro lado, estaba deseando que terminase la legislatura, pues veía a Chemo día sí y día no en los diarios, cargando con toda su artillería contra alguien que se le había enfrentado: y Chemo tenia como máxima: “esperaré a la puerta de mi casa a ver pasar el cadáver de mi enemigo”.


Fue algo que aprendió de la personalidad de su marido en este tiempo: era vengativo


Sin conocer los entresijos del enfrentamiento, a Leire le daba pena el hombre contra el cual se dirigía su marido como un pánzer. Y se estremecía al pensar que un día pudiera dirigir contra ella alguna sed de venganza.

Aprendió que lo más objetivamente nimio y mezquino podía desencadenar la sed de venganza en Chemo… incluso compañeros de profesión, caían dentro de su rencor.

Pocos, muy pocos, saben o sabrán lo que, tras sus carcajadas y afabilidad aparente, esconde aún Chemo: pacientes y muy antigüas venganzas… sólo espera el momento, tarde lo que tarde.

El hombre murió de cáncer un par de años más tarde.
Leire se ha preguntado muchas veces sobre la influencia que pudiera haber tenido, como desencadenante de la enfermedad, el enfrentamiento de aquéllos tiempos.

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