05 noviembre 2006

X

Cada vez se declaran más indiferentes en el mundo; cosa lógica mirando un poquito alrededor nuestro y percatándonos de la ausencia de esperanza, el Imperio de la Soledad, el triunfo de los egoísmos particulares y de grupo y de la asombrosa cantidad de personas que toleran lo intolerable y callan por no ser molestados. ¿Cómo va a creer nadie hoy día en otra cosa que no sea en sí mismo?:

Dios se oculta detrás del muro que el mundo eleva cada vez más alto y nada es relevante a parte de los hechos y las mentiras mil veces repetidas para aparentar verdad.

Si Leire llega a comentar que cree en los sueños, en la fuerza de los deseos y en la premonición de la intuición, la habrían quemado en la plaza del Ayutamiento.

Y es que le llegaban contínuamente pequeños destellos que la dejaban interiormente incómoda y aprensiva...

Primero la despedida de soltera que nadie le ofreció (si bien su grupo de amigas-al enterarse de que no habría despedida de soltera para Leire-le regalarían, en su lugar, las fotos de la boda), después la insistencia contínua de su futura suegra y la hermana de ésta porque no olvidara que eran una familia muy unida; los enfados cada vez más explosivos de Chemo y, por último, un par de días antes de la boda, un fogonazo mental que la aturdió durante días:

Celebraban una cena de presentación “oficial” de Chemo a la familia de Leire. Ella, sentada a la diestra de su novio, le contemplaba sonriente mientras él charlaba animadamente con los demás comensales. De pronto, sintió Leire que el Tiempo se paralizaba... y dejó de escuchar las conversaciones, la música del local...

Ddejó de percibir el movimiento a su alrededor y se descubrió mirando a Chemo como si fuera la primera vez: No conocía a ese hombre. ¡Se iba a casar con un desconocido!. Le miraba con insistencia y no le producía ninguna sensación de familiaridad su rostro, congelado en una sonrisa abierta que mostraba un hueco entre dos muelas empastadas, que veía por primera vez en casi diez meses que le conocía.

Leire se vio sacudida por una sensación de pánico, un dejá-vu a sensu contrario... y pensó rápidamente si podría anunciar allí mismo que no se casaba, que no podía tomar por esposo a un hombre del que no sabía nada… “no le conozco, no le conozco”, repetía una voz interior.

En ese instante, volvieron a sus oídos el barullo de las conversaciones, la música, las carcajadas; y el mundo y sus figuras recuperaron el don del movimiento.
Leire respiró hondo, tomó un largo trago de agua y se “auto-analizó”:

“Es una crisis de pánico, normal en una persona que va a dar un paso tan decisivo como el matrimonio. Es normal sentirse asustada y desorientada. Ya pasará”.

Y poco a poco desechó la intuición para decirse a sí misma que sus aprensiones no por normales dejaban de ser estupideces sin fundamento. Enajenación mental transitoria.

Hoy día, cuando la han abandonado sus sueños, sus premoniciones, su intuición, sabe que debió siempre seguirlos y continuar cultivando esa sensibilidad de la que siente apenas le queda un ápice.

...................................

Chemo aún residía durante la semana en El Centro, por motivos de trabajo; pero era propietario en El Norte (ciudad de residencia de ambos y sus familias) de un pequeño apartamento sito en la parte alta: estrecho pero alegre y soleado.
Ambos acordaron vivir allí su vida de recién casados.
Leire asumió las tareas de acondicionamiento y limpieza del piso de soltero de Chemo y comenzó a disponerlo todo para tener su nuevo hogar listo para acogerles tras la boda.

Su madre, y la persona que ayudaba a aquella en las tareas de casa, la auxiliaron para dejar el piso bien limpio y ordenado, desde el suelo hasta el techo.

Y encontraron de todo: calcetines sucios debajo de la cama, enrollados en una fabulosa alfombra de pelusas de polvo; cajas y cajas de cromos variados, papeles de todas clases, folios en blanco y arrugados; y “asuntos inclasificables” (como Leire denominaba a aquéllo a lo que ni nombre podía dar).

Al limpiar los cajones y vaciar su contenido, encontraron la ropa interior más… indescriptible; sobre todo por decrépita.

Leire se lo comentó a Chemo y éste arguyó que, puesto que nunca tenía tiempo para ir de compras, su madre se encargaba de vez en cuando de adquirirle lo que necesitaba.

Al parecer, Chemo no había visto una escoba en su vida, y eran su madre y su tía quienes, de vez en cuando, le pasaban una gamuza a la casa: el “Ejército de Limpieza”, como él las llamaba en broma.

Y no se le dio más vueltas al tema, salvo las incontables veces que la madre y la tía de Chemo advertían a Leire de que “no hiciera trabajar a su niño en casa, que bastante trabajaba ya fuera”.
Qué más hubiera deseado Leire, en numerosas ocasiones, que Chemo hubiese compartido alguna tarea…

Así que Leire, ni corta ni perezosa, se hizo también con la tarea de comprar camisas y ropa interior; cubiertos, vasos, sábanas, toallas, etc, para su futuro esposo y la nueva casa.

No hay comentarios: