01 noviembre 2006

V



II

Al comienzo de la relación, Leire sabía muy poco de Chemo: un hombre inteligente, que había sabido aprovechar las oportunidades que su familia le había ofrecido en cuanto a su formación profesional. Una familia de extracción humilde...y mucho dinero-logrado a base de trabajo y sacrificio- que había tenido el mérito de darles a él y a su hermano unos estudios superiores, sacados adelante con provecho.
El currículum profesional de Chemo era abrumador: oposiciones ganadas y puestos de trabajo conseguidos a pulso: eso le decía mucho a Leire de la sana ambición por superarse de su novio… pero también un asomo de sospecha de que su pareja parecía no conformarse con nada… tantos cambios de trabajo en tan corto espacio de tiempo.
Además de inteligente, Chemo era un hombre sumamente divertido y ocurrente, expresivo y expansivo, de esas personas que siempre ocupan la totalidad del espacio de cualquier sala, con su presencia y conversación. Amigo de sus amigos, siempre presto a ayudar… parecía multiplicarse. A veces Leire llegaba a sospechar que su novio tenía un gemelo secreto: no conseguía explicarse de dónde sacaba el tiempo para estar con ella y atender sus múltiples facetas profesionales, sociales y de ocio.
Vitalidad e inteligencia definían a Chemo. Y además la hacía reir: una faceta de su novio que Leire encontraba irresistiblemente seductora. ¿Cómo no caer rendida ante tan abrumadora personalidad?


Galante… así era Chemo. Siempre enamorado y pendiente hasta del más nimio detalle: un tirante del vestido que se rompe, y Chemo acude al rescate improvisando un broche de un anillo; paseos por las playas de media costa, para dar satisfacción al amor de Leire por el mar; siempre tomados de la mano, de la cintura o (la actitud favorita de Chemo) apoyado su peso en los hombros de Leire; siempre preparado para librar a su novia de cualquier dificultad o peligro… un hombre muy resolutivo.

En la costa fue donde Leire se percató de que el arrojo de su novio era más bien temeridad:

Al poco tiempo de comenzar la relación, presentada Leire a los amigos de Chemo (salvo Irma y Juan; y excepto éstos, todos casados y con hijos) decidieron hacer una excursión hasta una playa surgida del monte: una maravilla de ensenada entre la hierba, estrechamente custodiada por agudas rocas que apenas dejaban resquicio hasta el mar abierto.
Chemo llevaba ese día sus viejas y amadas botas camperas. Y Leire le vio dirigirse hacia las rocas:

.- ¿Qué hace?

.- Ni idea- respondió Irma. Aunque conociéndole, éste es capaz de hacer una burrada.

Efectivamente.

Todos los amigos pudieron contemplar a Chemo en plena ascensión al pico más alto de la ensenada.
Entre gritos de “¡baja de ahí, que te vas a matar!” y los únicos prismáticos del grupo rotando de ojo en ojo, Chemo llegó a la cumbre.

Aplausos y reverencia.

Pero tocaba la peor parte: el descenso. Y aquí las camperas resbalaban, las manos no encontraban grietas a las que asirse… y quedaba por salvar el desfiladero entre dos peñas.
Le vieron dudar un rato y se temieron lo peor.
Leire estaba a punto de echarse a llorar y, entre gimoteos, prometía que, si no se mataba, le mataría ella misma en cuanto pusiera un pie en la arena.
Por fin, de un salto, consiguió Chemo cruzar la brecha, torturándose a buen seguro (aunque nunca lo dijo) la mitad del cuerpo. Y poco a poco llegó a la arena.

Leire le abrazó como si la vida se le fuera en el nanosegundo siguiente. Y Chemo, muy sonriente y satisfecho, comenzó la “rueda de prensa”:

.- ¡Estuviste a punto de matarte en la brecha!. ¡Tú estás loco, tío!- le recriminaba alguien.

Y él, encantado de su hazaña, respondía que lo vio tan mal que a punto estuvo de quedarse allí, en espera de que subiera la marea, para poder regresar a la playa nadando.

.- ¿Por qué lo hiciste?- le preguntaba una chica-.

.- Porque Leire me lo exigió como prueba de amor.

.- ¿En serio?...

Y todo el mundo comenzó a mirar a Leire como si se tratara de la bruja Baba-Yaga

.- Oid… que yo no… pero… ¿cómo podéis creer eso?. Que yo le quiero… cómo iba a pedirle que se mate ni por mí ni por nadie… en serio…

Pero Chemo estaba ya en otra conversación, sin molestarse en desmentir la trola; y la gente la miraba de una forma que a Leire se le erizó el vello en los brazos.

No sería la única vez… porque Chemo parecía disfrutar preocupando a Leire: solía meterse en el mar, mientras ella le esperaba en la orilla y, de repente, buceaba una ola y no salía.
Leire, escuadriñaba la marea, esperando ver la cabeza morena de su novio… pero él no reaparecía.
Leire entonces se metía en el agua, le llamaba a gritos y, al no descubrirle, salía corriendo a avisar a los salvavidas, a punto de llorar y absolutamente desencajada. Antes de llegar al puesto, aparecía Chemo muerto de risa: se escondía bajo una ola y luego buceaba en esquina, aprovechando la marea para no ser visto.

A la tercera vez que gastó la misma “broma”, Leire le juró que le abandonaría y él prometió enmendarse.


A Leire le hacía cierta gracia que Chemo fuera celoso: sabía por ella su novio que un chico de la pandilla con la que solía salir, pretendía de ella algo más que amistad. Y es que Leire no tenía secretos para su novio.
La fiesta de cumpleaños de este muchacho fue un verdadero tormento para Chemo, no invitado a la celebración. A la salida, recibió a Leire con un abrazo desesperado, como quien aferra un madero en el naufragio.

Tiempo después los celos de Chemo dejarían de tener“gracia, por desmedidos, para Leire, incapaz en su vida de sentirlos ni entenderlos.

Por entonces, Leire veía ya muy poco a sus amigas: tiempo atrás había comenzado a repartir su tiempo entre el café con ellas y las salidas nocturnas con los amigos, ya que aquéllas eran poco dadas a esas horas y a Leire le encantaba la noche.

Iniciada la relación con Chemo, todo su tiempo libre lo pasaba con él. Y es que tenían sus respectivos trabajos en ciudades separadas por quinientos kilómetros de distancia; por lo que el romance transcurría entre semana vía teléfono.

Lo cierto es que alguna vez quedaron con las amigas de Leire, pero él se oponía cada vez más: “son muy aburridas; no sé por qué sales con ellas; no les pegas nada”…
“¡Son mis amigas!”, defendía Leire.

Y se fue distanciando de ellas debido a que Chemo la guiaba cada vez con más frecuencia a reuniones con sus propios amigos y familia.
Incluso viajes a los que Leire jamás habría ido con gente a la que apenas conocía, acudió por insistencia de Chemo: “son muy buenas personas”. Y Leire espantaba sus aprensiones por agradar a Chemo y a su entorno.

Viajaron a Londres. La primera vez en la vida de Leire que salía de su país. A parte de la novedad, consideró que sería una oportunidad magnífica para practicar su inglés de colegio y conocer mejor a su novio y los amigos de éste:
Fue uno de los fines de semana más felices de su existencia: Chemo atento, cariñoso, desarrollando una curiosa teoría acerca de que él era el “Vagabundo” y ella la “Dama” (según decía entonces, Leire se le asemejaba al colmo de la distinción y la elegancia; de forma y fondo). En suma… adorable. Pero excesivamente insistente:

Chemo había llevado un sombrero para protegerse de la lluvia… y Leire el suyo propio, que había guardado en el bolso de mano. Una noche, paseando por los barrios de la ciudad, Chemo dio por empeñarse en que Leire usara el sombrero que él llevaba y ésta, agradeciendo el ofrecimiento, lo rechazó, señalando que ya llevaba el suyo propio y que, además, el de Chemo le quedaba tan grande que le caía hasta la barbilla y no veía.
Tal era la insistencia de Chemo que Leire ya no sabía en qué idioma explicarle que no quería cambiar de sombrero, que el suyo estaba bien. Y es que a Leire dejó de parecerle cortesía la insistencia, para entender en Chemo simple cabezonería que no sabía explicarse…

.- “Que te lo pongas”-se empeñaba Chemo-

.- Chemo, gracias… pero te insisto en que si quisiera ponerme sombrero me pondría el mío. Póntelo tú, anda.

.- “Que no. Que quiero que te pongas mi sombrero”

.- “Chemo, ya basta, por favor. Que cada uno llevamos el nuestro; que no hace falta. Y el tuyo me queda muy grande. En serio:. Que no”

Y así todo el camino, hasta que Leire estuvo a punto de ser rendida por agotamiento… pero no hizo falta. Porque Chemo, en un momento dado, mientras caminaban hablando y mirándose, ¡zas!: le encasquetó, sin previo aviso su sombrero a Leire. Hasta la barbilla.
En ese momento, caminaban frente a una farola y Leire, al tener el gorro sobre los ojos y verse así “cegada” de súbito… se estampó contra ella

Los amigos de Chemo prorrumpieron en sonoras carcajadas, mientras Leire, a quien el golpe había tirado contra el suelo, las oía muy lejanas, como amortigüadas por un colchón.
Leire se levantó de la acera, bastante aturdida y sintiendo un fuerte dolor en su nariz. Mientras seguían las carcajadas de los amigos de Chemo, comprobaba, al llevarse una mano a la dolorida nariz, que estaba sangrando abundantemente.
Le dolía mucho el puente y temía habérselo roto.
Chemo la tomó del brazo y la condujo hasta el hotel, asustado; pidiéndole mil perdones por haber sido el causante del golpe… Leire estaba aún aturdida y apenas musitaba un “me duele mucho”.
Llegaron al hotel y se tumbó en una cama, junto a una caja de pañuelos de papel, intentando cortar la hemorragia nasal. Chemo, a su lado, continuaba pidiendo perdón y entonces… Leire le vio llorar. Se sintió tan enternecida por las lágrimas de su novio que olvidó el dolor.
Mientras los amigos de Chemo continuaban riéndose y gastando bromas, la nariz de Leire cesaba poco a poco de sangrar y ella consolaba a Chemo, pensando que ese hombre la amaba de verdad…

Leire nunca “procesó” esa y otras actitudes de los amigos de Chemo con ella. Desde fuera, un observador ajeno diría que la aceptaban por fuerza… por ser la novia de su amigo pero, a la vista de esta y otras actitudes, parece que jamás debieron estimarla en lo más mínimo..

Después de que las amigas de Leire fueran “sosas”, los amigos de ella resultaron “gay” a juicio de Chemo.
A Leire le molestaba profundamente que despreciara así a sus amistades pero creía que era por celos y, en el fondo, sentía cierta dulce piedad por Chemo… le resultaba un rasgo de inseguridad muy conmovedor.

Leire no lo sabía, pero Chemo ya había comenzado a privarla de su vida. Controlándola.

Se sentía tan segura entre sus brazos… por fin no necesitaba ser “la fuerte”, la que cargaba con todos los pesos…. Y se sentía agradecida y feliz de poder dejar el papel de Atlas. Por fin una hoguera en lo oscuro; una voz cálida que insistía cien veces por minuto “¿Quién te quiere a ti?”

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