01 noviembre 2006

II


Prólogo



“Apenas son perceptibles los movimientos de la Rueda... e pur si muove.

Un mucho de conformidad, un tanto aún de resistencia y voilá... próximo giro (no sabemos si al infierno).

Lo cierto es que matizan los giros cosas como el tiempo breve y escaso y una poquita fuerza de voluntad que se abre paso a mordiscos para concluir cosas que , igual, no debieran haber empezado... pero ahí están: recién nacidas.

Y es que escuché, hace un momento, que sólo se nos regala auténtico amor en quien nos hace mejores... lo demás son sucedáneos destinados al fracaso: fuegos de artificio que nos prenden incendios inextinguibles de dolor y culpa”

(Leire)
Hace un tiempo escuchó hablar de una mujer que había solicitado la nulidad civil de su matrimonio: mientras eran novios, su pareja la llevaba a todas partes en coche, especialmente ida y vuelta del trabajo. La mujer no tenía carnet de conducir y su novio la había disuadido de la idea de sacarlo, puesto que para llevarla ya estaba él: siempre dispuesto y enamorado. Tras la boda, eso terminó: ella se vio sin carnet y sin transporte, pues el flamante esposo recriminaba y negaba el “servicio” y la promesa de futuro del mismo que ofrecía durante el noviazgo.
La mujer se sintió engañada por el cambio de actitud del hombre tras la boda y adujo “error en la persona”: lo cierto es que el Juzgado accedió a su petición de nulidad.

Cuantas veces le ha dado vueltas la mente de Leire a este caso; e intuido cuantas inconsistentes promesas se formulan mientras se cree la persona en estado de gracia de amor.
Aún no termina de discernir (a casi seis años vista desde su propio armaguedon) si estas abruptas deslealtades comienzan donde termina el amor (mejor dicho, el enamoramiento o el deseo primario) o se encuentran siempre latentes en según qué personalidades: manipuladoras, egoístas, prepotentes… para las que cualquier promesa es válida aunque se sea consciente de su incumplimiento desde el origen. Todo vale con vistas a obtener aquello que se persigue; una vez alcanzado el objetivo, no hay promesa que se sostenga.
Y suerte si, además del falsario, no aparece detrás del encantador Jekyll un vampiro psíquico o, como su británico alter ego indica, un inesperado, oculto y secreto Hyde.

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